2002, el año en que nos dejaron genios como Cela, Chillida o Bardem
El mundo de las letras y las artes perdió a varios de sus más destacados representantes
2002 ha sido el año en el que el mundo de las letras y las artes ha llorado muchas ausencias de varios de sus principales representantes. Desde la literatura hasta el cine, pasando por la escultura, este año ha marcado grandes vacíos.
La literatura perdió la genialidad del Nobel Camilo José Cela y la poesía de José Hierro. La escena se quedó sin uno de los grandes, Adolfo Marsillach. También el cine español se quedó huérfano con la muerte del cineasta Juan Antonio Bardem y los amantes de la música lloraron la muerte de Carlos Berlanga, personaje clave en la movida madrileña.
En el terreno del arte, también nos abandonó el escultor Eduardo Chillida. El actor Alfonso del Real o el periodista Luis Carandell -más de medio siglo de periodismo activo en prensa, radio y televisión- fueron otras de las grandes personalidades que dijeron adiós en 2002.
Sus obras perdurarán
El autor de La familia de Pascual Duarte murió a los 85 años. La trayectoria de Cela, que ocupaba el sillón de la Real Academia Española Q, le llevó en vida a tocar todos los géneros literarios y logró el reconocimiento de su obra con premios como el Nobel o el Cervantes. Exitos como La familia de Pascual Duarte o La colmena le consagraron como el gran narrador de la posguerra española.
El poeta y también académico de la Lengua José Hierro falleció cuando el año tocaba su fin, a los 80 años de edad. Hierro llegó a vender más de 10.000 ejemplares de Cuadernos de Nueva York (1998), una cifra nada desdeñable para un poemario.
Este año negro también queda marcado por la muerte del actor, director, escritor y dramaturgo Adolfo Marsillach, el hombre que cosechó grandes éxitos en la escena y que fundó en los ochenta la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC).
Permanecerá, además, en el recuerdo la obra y la persona de Eduardo Chillida, el escultor vasco que también nos dejó en 2002. La obra del artista donostiarra, caracterizada por su introducción de espacios abiertos, perdurará con El peine de los vientos, que se abre al mar de San Sebastián.
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