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El universo se muere

Hace más de dos décadas, el telescopio espacial ‘Hubble’ nos comenzó a mostrar el destino de las estrellas, las galaxias y, por extensión, del universo. No es nada halagüeño, nuestro universo se diluye sin remedio

Los Pilares de la Creación, fotografía tomada por el telescopio espacial Hubble en la nebulosa del Águila, a unos 7.000 años luz de la Tierra.
Los Pilares de la Creación, fotografía tomada por el telescopio espacial Hubble en la nebulosa del Águila, a unos 7.000 años luz de la Tierra.NASA / ESO
Pablo G. Pérez González

El universo se muere. Una o varias cosas han estado conspirando para matarlo. Y nuestra galaxia, la Vía Láctea, está moribunda, no se libra. El proceso no es nuevo, empezó hace bastante tiempo, pero parece irremediable. Es el fin del universo tal y como lo conocemos, parafraseando la canción de REM. Nos encaminamos, muy muy lentamente para las escalas de tiempo que maneja la humanidad, pero sin vuelta atrás, al ocaso de nuestro universo que dará paso a otro completamente diferente, que podríamos calificar de bastante hostil y oscuro para lo que nos gusta. Lo explicamos.

Algunos datos. El Universo tiene unos 14.000 millones de años de edad. Hoy se sabe que ya existían galaxias cuando el universo solo tenía unos 400 millones de años o un 3% de su edad actual. Desde entonces, las galaxias y las estrellas que las forman han dominado el cosmos durante casi toda su existencia. Más datos: la Vía Láctea, una galaxia normalita que contiene unos 100.000 millones de estrellas, hoy por hoy forma aproximadamente una estrella como el Sol cada año. ¿Eso es mucho o poco?

En astrofísica, en física en general, y casi diría que en la vida, lo mejor es afrontar un problema haciendo primero lo que los anglosajones llaman una cuenta en el reverso de un sobre y nosotros solemos llamar la cuenta de la vieja, es decir, operaciones sencillas pero que encierran también mucho conocimiento y sabiduría. Luego ya puedes hacer cosas más complicadas, pero una primera estimación de lo que involucra un problema siempre ayuda a resolverlo. Por ejemplo, sin necesidad de saber física, si quisiéramos saber cuánto tardaríamos en coche, a una velocidad media de 100 kilómetros por hora, en llegar de Madrid a Valencia, que distan unos 360 kilómetros, dividimos una cantidad entre otra y nos da 3,6 horas. Esa es la distancia que me separa ahora mismo de un arroz como mandan los cánones. Si lo aplicamos a la Vía Láctea y hacemos la cuenta de la vieja: al ritmo actual de una estrella tipo Sol por año, tardaríamos 100.000 millones de años en formar todas las estrellas de nuestra galaxia. ¡Pero el universo es mucho más joven que eso! Una cuenta sencilla nos está diciendo algo muy importante sobre el universo.

En dos segundos y con una simple división (y unos datos que me he sacado de la manga, esa es la sabiduría y la experiencia del viejo), concluimos que la historia de nuestra casa debió ser mucho más interesante en el pasado. De hecho, la mayor parte de las galaxias que nos rodean dejaron atrás su época de esplendor hace bastante tiempo. Es más, para las galaxias más grandes que conocemos, como la gigantesca Messier 87, casi 100 veces más grande que la Vía Láctea, más del 90% de sus estrellas se formaron en el primer 20% de la vida del universo, y desde entonces esta galaxia está bastante parada, muerta decimos los astrofísicos. Por analogía con una persona que vive 80 años, todo lo que hizo esta galaxia lo concentró antes de cumplir los 17; vivió a tope y luego se dejó llevar, al menos en lo que a la formación de estrellas se refiere.

Y si ahora consideramos no ya una o dos galaxias sino todas las que existen (he aquí el trabajo del día al día del astrofísico extragaláctico: considerar todas las galaxias que existen a pesar de no haberlas visto todas o incluso si el universo fuera infinito), podemos decir que el universo estaba mucho más vivo hace 9.000 millones de años que hoy, era mucho más interesante cuando tenía menos de la mitad de la edad que tiene ahora. En esa época se formaban estrellas en el universo 20 veces más rápido que hoy, abundaban los agujeros negros supermasivos que crecían y crecían tragándose gas, estrellas, planetas y lo que pillaran por delante. Quizás esos monstruos son los responsables de matar las galaxias, o de envenenarlas para que mueran poco a poco. El hecho es que desde esa época la actividad cósmica de formación de estrellas y galaxias no ha dejado de decaer. En otras palabras, hace tiempo que las galaxias ya no son lo que eran, su actividad está bajando irremediablemente y ya no forman estrellas en abundancia, como en el pasado, así que se precipitan hacia su extinción.

Esta crisis galáctica es algo que aprendimos hace tan solo 25 años, nos lo enseñó el Hubble y desde entonces hemos estado estudiando los detalles del galacticidio con detenimiento. Ahora, con el lanzamiento del nuevo telescopio espacial, el James Webb, que ya ha sido recargado de combustible para ser lanzado en unos días, seguiremos indagando por qué el universo se está muriendo, buscando al o a los culpables.

Quizás me he dejado llevar por mi antropocentrismo cuando hablé de que el universo se muere. Algo parecido hacemos con el cambio climático, que no acabará con el planeta, sino que se cargará nuestras vidas tal y como las conocemos (ojalá reaccionemos y no sea así). El universo no se va a terminar tampoco porque las galaxias y las estrellas desaparezcan. Simplemente, algo está acabando con ellas. Quizás los agujeros negros supermasivos, o quizás la energía oscura. El hecho es que, como en La historia interminable, la Nada está arrasando todo y no hay Atreyu ni Bastián que la pare. La luz se extingue. La edad de las estrellas acabará y de ella se pasará a un nuevo universo, diferente, más oscuro, frío, dominado por energías que nos parecen extrañas y que ni siquiera conocemos, más hostil para la humanidad, que se habrá extinguido o evolucionado enormemente para cuando llegue el momento.

Pablo G. Pérez González es investigador del Centro de Astrobiología, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (CAB/CSIC-INTA)

Vacío Cósmico es una sección en la que se presenta nuestro conocimiento sobre el universo de una forma cualitativa y cuantitativa. Se pretende explicar la importancia de entender el cosmos no solo desde el punto de vista científico sino también filosófico, social y económico. El nombre “vacío cósmico” hace referencia al hecho de que el universo es y está, en su mayor parte, vacío, con menos de un átomo por metro cúbico, a pesar de que en nuestro entorno, paradójicamente, hay quintillones de átomos por metro cúbico, lo que invita a una reflexión sobre nuestra existencia y la presencia de vida en el universo. La sección la integran Pablo G. Pérez González, investigador del Centro de Astrobiología; Patricia Sánchez Blázquez, profesora titular en la Universidad Complutense de Madrid (UCM); y Eva Villaver, investigadora del Centro de Astrobiología.

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Pablo G. Pérez González
Es investigador del Centro de Astrobiología, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (CAB/CSIC-INTA)

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