Haciendo juegos de manos con los números
Nuestra base numérica es decimal debido a una disposición genética, a un capricho biológico que nos lleva a enumerar cosas con los dedos
En estos días de torrijas y ecuaciones inteligentes, que diría el poeta Diego Medrano, es preciso recordar que hay una magia en los números que alcanza los dedos y cuya etimología de raíz latina roza la prestidigitación (prestus digitus) y los juegos de manos.
Nuestro compañero Carlo Frabetti sabe mucho de estas cosas. Cualquiera que siga sus artículos se dará cuenta de que los números encierran secretos que dan forma a nuestra vida. [Lea aquí los artículos escritos por Carlo Frabetti]. Sin ir más lejos, siguiendo las pautas de Carlo Frabetti, podemos engrasar nuestra imaginación y dar vida a nuestras neuronas jugando al 1089.
Para ello, solo se necesita pensar un número cualquiera que tenga tres cifras, el que más rabia les dé a ustedes; por ejemplo, yo elegí el 579, pero cualquier otro también vale. Pues bien, cogemos el 579 y lo damos la vuelta, esto es, lo convertimos en 975, cifra que, a su vez, la vamos a utilizar para restarle de nuevo el número original, 579, dando como resultado, 396. Cogemos esta cifra y la sumamos a esa misma cifra, pero dada la vuelta, es decir, sumamos 396 a 693. El resultado es el número 1089, que saldrá siempre que sigamos estos pasos con cualquier otro número de tres cifras. Y es que nuestro sistema de numeración conocido como sistema de notación posicional decimal se presta a estas cosas.
Se denomina así, “notación posicional”, porque el mismo dígito puede representar un valor diferente dependiendo de su posición, y se denomina decimal, porque el 10 es la base de su sistema. Pero por qué 10 y no otro número. Muy fácil: porque diez son los dedos de nuestras manos y llevar las cuentas con ellos es lo más sencillo para enumerar cosas por primera vez. Con todo, y siguiendo con las manos, algunas culturas optaron por otras bases numéricas. Por ejemplo, los sumerios utilizaban como base el número 60, pues contaban las articulaciones de los cuatro dedos de la mano derecha, exceptuando el pulgar que servía de señalador. De esta manera tenemos 3 articulaciones por 4 dedos, es decir: 12. Siguiendo esta cuenta, la otra mano, la izquierda entera con sus cinco dedos servía para acumular grupos de cinco docenas, lo que trae como resultado 60.
Estos juegos de manos, y su estudio antropológico, son cosas que podemos aprender leyendo al profesor de biología matemática Kit Yates, cuyo trabajo consiste en descubrir las verdades matemáticas que se encuentran en nuestra realidad. En su libro titulado Los números de la vida (Blackie), empieza enseñándonos a contar los caracoles que se esconden en su jardín y termina con una crítica a un artículo publicado en The Lancet, la prestigiosa revista médica. En el citado artículo se utilizó a un grupo asombrosamente reducido -doce niños- para criminalizar la vacuna triple vírica en 1998.
En definitiva, se trata de un libro curioso que nos enseña cómo las matemáticas han configurado nuestra historia y que los números y sus combinaciones subyacen en todo lo que vemos, desde las nubes hasta la compleja ecuación que encierra una torrija cuyo resultado siempre será: ∞ (infinito).
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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