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Suricatas cooperativas, hormigas guías y gallinas monitoras de comedor: los animales también enseñan

La etología cada vez documenta más casos de animales que se enseñan los unos a los otros

Hormigas
Laura Camón

La enseñanza ha sido uno de esos comportamientos que durante mucho tiempo se ha considerado exclusivamente humano, como la fabricación de herramientas, desmentida por Jane Goodall. Hay dos motivos principales. El primero es que la etología es una disciplina muy joven. Aunque el ser humano siempre ha observado el comportamiento animal y hay registros de su estudio desde Aristóteles, la ciencia moderna lleva tomándose en serio este campo menos de un siglo. Por eso, a comienzos de los 2000, a penas se habían documentado comportamientos animales que nos recordasen a la enseñanza.

El segundo obstáculo es más filosófico: definir qué es “enseñar”. Algunos autores tenían un enfoque mentalista. Consideraban que el maestro debía tener la intención de que el alumno aprendiese. Pero ¿cómo vamos a saber con certeza cuál es la intención de un animal? Esta forma de definir la enseñanza, aunque intuitiva para los humanos, impide demostrar científicamente que otros animales también lo hacen.

Por eso, en 1992, los investigadores Caro y Hauser propusieron una definición más práctica, llamada funcionalista. En lugar de centrarse en lo que pasa por la mente del profesor, esta perspectiva se fija en los resultados observables: la enseñanza, dicen, es un comportamiento que ha evolucionado para facilitar el aprendizaje de otro.

Según su propuesta, para que hablemos de enseñanza deben cumplirse tres condiciones: que un individuo con experiencia (el maestro) modifique su conducta solo cuando hay un individuo inexperto delante (el alumno); que esto suponga un coste o no le reporte un beneficio inmediato al maestro; y que, gracias a esa interacción, el alumno aprenda algo que no habría aprendido por sí solo, o que al menos lo aprenda de forma más rápida o eficaz.

Esta nueva forma de entender la enseñanza abrió la puerta a estudiar el fenómeno en otras especies. A continuación, les presento a cuatro animales profesores:

El dilema de los guepardos

En 1994, el biólogo Tim Caro publicó un libro en el que describía un comportamiento fascinante: las madres de guepardo parecían enseñar a sus cachorros a cazar. Atrapaban gacelas jóvenes vivas sin matarlas, liberándolas para que los cachorros pudiesen practicar cómo derribarlas. Si la presa escapaba, la madre la recuperaba y repetía el proceso. Este comportamiento, que supone un coste claro para la madre, indicaba una modificación deliberada de su forma habitual de cazar.

Este caso puso sobre la mesa un dilema científico: aunque las acciones de la madre se parecían mucho a una forma de enseñanza, Caro no se atrevió a afirmarlo con rotundidad porque no demostraba que los cachorros mejorasen sus habilidades de caza directamente gracias a estas prácticas. Aun así, reconoció que las madres mostraban muchas de las cualidades que asociamos con una buena maestra.

Este descubrimiento mostró lo complicado que puede ser probar la enseñanza en la naturaleza.

Hormigas: enseñar no es cuestión de inteligencia

En enero de 2006, los investigadores Nigel Franks y Tom Richardson proporcionaron la primera evidencia sólida de enseñanza en una especie no humana. Quizás podríamos esperar que se tratase de un simio, un cetáceo o algún otro animal de estos que destacan por su inteligencia, pero fue en una hormiga.

Temnothorax albipennis es una hormiga europea que construye nidos sencillos en grietas de las rocas y los cierra con muros hechos de pequeñas piedrecitas y granos de arena. Cuando sale en busca de alimento, la hormiga con más experiencia va delante, y la inexperta la sigue tocándola con las antenas. Si se retrasa, la maestra reduce la velocidad o se detiene para esperarla. Este ritmo pausado implica un coste para la guía, ya que sola llegaría mucho más rápido, pero permite que la aprendiz memorice el camino.

Este hallazgo fue revolucionario, pues demostró que la enseñanza podía ocurrir incluso en especies con capacidades cognitivas relativamente simples. Además, esta forma de enseñanza resulta sorprendentemente refinada: hay una comunicación constante entre ambas. La maestra solo avanza si siente que la otra le toca, lo que implica una respuesta activa al progreso de su aprendiz.

Suricatos: los demonios de la crianza cooperativa

Tan solo unos meses después, en julio de 2006, los suricatos llegaron pisando fuerte y le quitaron el protagonismo de la enseñanza a las hormigas. Son estos animales que se ponen sobre dos patas, se quedan adormilados bajo el sol y pierden el equilibrio. Podríamos decir que resultan adorables si no fuese porque viven en una violenta sociedad totalitaria en la que con frecuencia la hembra dominante mata y devora a sus propios nietos. Ella es la única que se puede quedar embarazada, si otra hembra infringe la norma y se le ocurre tener hijos, serán asesinados, sin importar la relación de parentesco con la matriarca.

Es una auténtica sociedad del terror pero, mediante la tiranía, consiguen algo indispensable para sobrevivir en el desierto del Kalahari: la cooperación. Toda la manada colabora en las tareas de vigilancia, en el mantenimiento de la madriguera y en el cuidado de las crías de la hembra dominante, lo que incluye la lactancia y la enseñanza.

Los suricatos se alimentan de escorpiones, unas presas muy peligrosas por su veneno. Como este tipo de caza implica riesgos, los adultos no se limitan a dejar que los cachorros aprendan por su cuenta: les guían paso a paso. Primero les dan escorpiones muertos, para que se familiaricen sin peligro. Luego, les presentan escorpiones vivos pero sin aguijón, permitiéndoles practicar con una amenaza controlada. Finalmente, les entregan los escorpiones intactos. Durante todo el proceso, los adultos supervisan de cerca, ajustan el tipo de presa según la edad del cachorro, y si hace falta, intervienen para animar o corregir.

Gallinas: unas excelentes monitoras de comedor

Pero el año 2006 aún traía más sorpresas, porque en octubre llegaron las gallinas profesoras. Una investigadora de la Universidad de Bristol llamada Christine Nicol publicó un artículo en el que describía cómo estas aves enseñan a distinguir a sus polluelos entre la comida buena y la mala.

Durante los primeros días de vida, los polluelos no aprenden bien por ensayo y error, así que dependen del comportamiento de la madre para saber qué es comestible. Las gallinas usan una combinación de llamadas agudas y picoteos sobre el suelo para atraer a sus crías hacia alimentos rentables. Cuando hay comida de alta calidad, intensifican y alargan estas señales, lo que orienta a los polluelos hacia las mejores opciones.

Además, las gallinas son sensibles al comportamiento de sus crías: si observan que un polluelo se alimenta de algo que ellas saben que no es bueno, incrementan su actividad (picotean más, escarban y sueltan trozos de comida) para redirigir la atención del polluelo hacia un alimento más adecuado. Este cambio en la conducta materna, que solo se produce en presencia de los polluelos, supone un coste en tiempo y energía para las madres y los polluelos aprenden a comer antes, por lo que cumple con los criterios que definen la enseñanza animal.

Debemos quitarnos de la cabeza la idea de que sólo vamos a encontrar comportamientos que consideramos “avanzados” en especies inteligentes. Cada animal desarrolla las conductas que necesita para sobrevivir en su ambiente y no podemos esperar que la evolución se amolde a nuestros prejuicios antropocéntricos.

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Sobre la firma

Laura Camón
Es comunicadora científica, graduada en Biología por la Universidad de Salamanca y Máster en Primatología por la Universitat de Girona.
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