15.000 kilómetros, 17 países y 5 generaciones. Este fotógrafo ha retratado por primera vez la épica migración de las mariposas carderas
En el trabajo de Lucas Foglia, la más grande migración de las mariposas se convierte en una metáfora sobre la más mortal de los humanos


Una de las gestas más épicas del mundo animal sobrevuela en silencio nuestras cabezas. La mariposa cardera es tan pequeña y común que casi ignoramos sus gestas. Pero un grupo, liderado por científicos españoles del CSIC, ha demostrado recientemente que este lepidóptero realiza la mayor migración de su especie, al recorrer 15.000 kilómetros desde el África subsahariana hasta el norte de Europa. El fotógrafo Lucas Foglia ha pasado cinco años viajando por 17 países para documentar esta pequeña gran aventura.
En el camino se encontró con científicos, militares, domingueros y migrantes. Porque la ruta de la cardera coincide con la de otra migración que nos resulta igualmente invisible y cotidiana, la que recorren miles de personas huyendo del hambre y la violencia. “Las mariposas migran para sobrevivir. Lo he visto también en las personas. Pero mientras ellas se mueven libremente en el aire, nosotros encontramos muros y fronteras por tierra”, explica Foglia en su reciente libro Constant Bloom.
Hay aventuras que arrancan de forma cotidiana. La de este fotógrafo de San Francisco (Estados Unidos) comenzó leyendo el periódico. Allí supo de un grupo de científicos de Barcelona que estaban empeñados en demostrar que la migración de la mariposa cardera era mucho más larga de lo que siempre habíamos supuesto. Gerard Talavera, investigador del CSIC, era uno de ellos. “Es muy complicado estudiar la migración de insectos”, dice Talavera, que ha dedicado su carrera precisamente a ello. “Son tan pequeños que no se les puede poner trackers [aparatos de geolocalización] y al vivir tan poco tiempo, muchas de estas migraciones se hacen durante varias generaciones”.

Es lo que sucede con la cardera. Una mariposa puede volar desde Tombuctú hasta Madrid en las cinco semanas que dura su vida. Vuela hasta que se le rompen las alas, hasta que le alcanza la muerte. “En ese tiempo habrá puesto hasta 500 huevos por el camino”, apunta el científico. Estos huevos se convierten en orugas, que se transforman en mariposas que retoman el viaje. Es como una carrera de relevos generacional. Las mariposas vuelan siguiendo las lluvias estacionales, a la velocidad de la floración, porque necesitan las flores para sobrevivir. El suyo es un viaje hasta la muerte en busca de una primavera eterna.
Las carderas se han desplazado así durante millones de años, pero los humanos solo nos percatamos hace unos pocos. “Lo conseguimos gracias a una gran investigación internacional”, explica Talavera. Esta empezó analizando los cuerpos de las mariposas de arriba a abajo, desde las patas hasta las alas. En las patas encontraron restos de polen y este podía darles pistas de en qué flores habían libado. Si esas eran endémicas de una zona de África o si eran muy comunes en Noruega daría una pista de por dónde habían pasado.
En las alas encontraron otra. Los isótopos estables son átomos con un núcleo un poco más pesado o más ligero de lo habitual. Son diferentes a los átomos normales y no se rompen ni se transforman con el tiempo, por eso son muy útiles como trazadores. Los isótopos estables dejan huellas que los científicos pueden seguir, para averiguar de dónde vienen o qué camino recorrieron.
Estos átomos están presentes en el agua y su peso depende de la ubicación geográfica. Funcionan como un certificado de origen. Al absorber agua, esta marca atómica se mantiene en las plantas; posteriormente permanece en las orugas que se alimentan de estas plantas y, finalmente, pasa a las alas de las mariposas adultas. Si se encuentra un isótopo estable típico del agua de Nigeria en una mariposa, significa que ha pasado por ahí.
La investigación científica tiró de estas pistas para resolver el enigma de las carderas. Pero para eso hizo falta mucha cooperación internacional. Decenas de científicos se pusieron a cazar y estudiar mariposas en varios puntos de España, en Marruecos, Creta o Egipto para demostrar la tesis de Talavera. Y lo lograron.









Foglia se valió de esta red, para ir por el mundo persiguiendo mariposas. Ganó una beca Guggenheim y se propuso documentar por primera vez esta migración en su totalidad. Viajó hasta Barcelona donde estuvo con Talavera. Después fue improvisando, contactando con científicos a un lado y otro del Mediterráneo. Tirando de familia (tiene orígenes italianos) amigos y conocidos. Una vez estaba sobre el terreno, para encontrar mariposas, su técnica era simple: seguía el rastro de las flores.
“Pero claro, allá donde había flores, también encontraba personas”, explica Foglia en conversación telefónica. “Los humanos cambiamos qué flores crecen, cuándo y dónde. En respuesta a ello, las mariposas carderas se adaptan, aprenden. Por eso se alimentan de los cardos que crecen en nuestras granjas, cerca de nuestro ganado, a lo largo de nuestras carreteras, en los pequeños parches de jardines silvestres…”. Es un equilibrio precario, pero resistente. “En realidad, si te fijas, son las especies migratorias las que pueden adaptarse mejor en respuesta al cambio”, reflexiona el fotógrafo.

Cuando llegó a Túnez, fue al Cap Blanc, uno de los puntos más septentrionales de África. Las mariposas carderas suelen beber néctar en las flores de estos acantilados antes de lanzarse a cruzar el Mediterráneo. Allí se encontró con tres adolescentes. Mohamed, Amit y Aumen. No debían tener más de 20 años. Eran simpáticos. Le preguntaron qué estaba haciendo y cuando Foglia les explicó su proyecto, ellos se ofrecieron a echarle una mano. Se pasaron la tarde juntos buscando mariposas por los acantilados. “Entonces, uno de ellos me pidió que le hiciera unas fotos junto al mar”. Es una foto bonita. Tres chavales de espaldas ante la inmensidad del Mediterráneo.
Unos meses más tarde, uno de los chicos le llamó por teléfono. “Me dijo que había llegado a Italia en barco como migrante”, explica el artista. “Me preguntó si las mariposas también habían llegado allí sanas y salvas”. Lo habían hecho. Las mariposas realizan sin grandes problemas esa travesía, que pasa por ser la ruta migratoria humana más mortífera del mundo. Según la Organización Internacional para las Migraciones, más de 28 000 personas han muerto realizando este viaje desde 2014.

Después de aquella experiencia, el proyecto de Foglia se convirtió en otra cosa. Más allá de los paisajes y las mariposas, las personas empezaron a asomar en sus fotografías. “Una cosa que me atrajo artísticamente de las mariposas es que son un símbolo. Que yo podía, a través de su viaje, hablar de la conexión entre fronteras, tanto de la naturaleza como de las personas”, explica. Así, en su libro y su exposición, Constant Bloom, la migración de mariposas se convierte en una metáfora de un mundo interconectado, violento y cambiante.
Hay una fotografía que representa esta idea muy bien. Unas ruinas romanas en Jordania, por las que pasea un grupo de refugiadas palestinas. “Las mariposas han estado pasando por allí durante millones de años, antes del auge o la caída de cualquier imperio humano”, explica el fotógrafo. “Esas chicas, cinco amigas, están migrando, caminando por las ruinas de un imperio caído. Lo hacen después de abandonar su país debido a la guerra. Y en el horizonte, más allá de las ruinas romanas, se ven edificios de nueva construcción. Son hogares para refugiados e inmigrantes”.

Trabajar en las fronteras puede tener sus riesgos. Foglia recuerda un momento especialmente tenso en la de Egipto e Israel, cuando el ejercitó israelí le encañonó, preguntando qué hacía exactamente ahí. El malentendido se terminó de resolver cuando mostró su cazamariposas. “Desde entonces se convirtió en una especie de escudo mágico para mí, iba con él a todas partes”, cuenta. Con él se adentró en las sabanas de Kenia, sabiendo que no serviría de mucho si se encontraba con un animal salvaje, o peor, con un cazador furtivo. En los glaciares de Suiza y en las playas de Costa de Marfil. En la tundra noruega y en el desierto del Sahara.
Foglia terminó su proyecto y lo empezó a presentar por Europa. Fue entonces, en el festival Paris Photo, cuando sucedió algo. “Estaba en una cafetería y conocí a una mujer que me preguntó a qué me dedicaba”. Foglia le dijo que perseguía mariposas a través de las fronteras para utilizarlas como metáfora de la conexión humana, (lo que podía ser la idea más bonita o la más rebuscada que ha usado nunca nadie para ligar). Ella le dijo que trabajaba en una ONG y que creaba programas para enseñar alemán a refugiados. Esta bonita coincidencia hizo que se pusieran a hablar durante horas. Hoy esa mujer, Natalia Tilton, es su pareja. Foglia lo cuenta con ilusión desde California, con la ropa en la maleta, un billete en el cajón y el corazón en un puño. En menos de una semana emprenderá su propio viaje. Viene a Europa no solo presentar su proyecto, sino a empezar una nueva vida. A migrar.
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