Sexo, mentiras y ‘flashes’ de las noches de verano
Las luciérnagas Photuris imitan las señales lumínicas de otras especies con el fin de atraerlas para comérselas
¿Cuántas mentiras dices a lo largo del día? Algunos estudios científicos estiman que la media diaria es de 20, otros la rebajan a una o dos al día. No es fácil estudiar el fenómeno cuando los sujetos de estudio pueden estar mintiendo o autoengañándose a la hora de responder. Pero si uno prueba a hacer el ejercicio de contar las mentiras que dice durante varios días, seguramente se sorprenda. Mentir, mentimos todos. Hay mentiras grandes, y mentiras pequeñas. Las hay obvias y las hay sutiles. Algunas se dicen para evitar daños, por una buena causa, otras para causarlos. De un tipo u otro, las personas mentimos a diario, unas más que otras, pero todas, al fin y al cabo. Hubo un tiempo en que se creyó que la estrategia evolutiva del engaño era exclusiva de los humanos, sin embargo, los científicos cada vez han ido documentando más casos de animales que engañan, especies en las que sus individuos envían señales falsas en un intento de modificar el comportamiento de otro animal y beneficiarse con ello. Son engaños tácticos y funcionales, muchos de ellos vinculados al apareamiento, hasta el punto de hacer de la reproducción un asunto turbulento y peligroso.
Pongámonos por un momento en la piel, mejor dicho, bajo la cutícula de una luciérnaga, concretamente de un macho del género Photinus. Ha llegado el momento de reproducirse, así que tan pronto cae la noche, nos lanzamos al vuelo para iniciar nuestro ritual de cortejo. Nos desplazamos a menos de un metro del suelo, emitiendo cierto patrón de destellos, en nuestro caso, un solo pulso de un segundo seguido de cinco segundo de oscuridad antes de volver a emitir otro destello de un segundo. No estamos solos, nos unimos a la deslumbrante exhibición de otros miles de luciérnagas. El campo es una constelación de flashes intermitentes. Luces que se encienden y se apagan aquí y allá. Nosotros seguimos con nuestro patrón, aguardamos a que nuestra señal sea apreciada por alguna de las hembras que reposan sobre las briznas de hierba. Allí parece que hay una que muestra interés en nosotros. Responde justo tres segundos después de nuestro destello. Ni uno, ni cuatro, ni seis segundos. Ha contestado en el intervalo correcto de nuestra especie, así que ahí vamos, le enviamos más destellos y nos vamos acercando a su posición, ya casi estamos, ahí, entre la hierba vemos sus pulsos de luz, parece que hemos tenido suerte, esta va a ser una buena noche, hasta que… la excitación nos ha cegado y ya es demasiado tarde, nos hemos convertido en la cena de una hembra de otra especie del género Photuris, que se ha hecho pasar por una hembra de nuestra especie. Las luciérnagas Photuris son conocidas como luciérnagas femme fatale por la capacidad de sus hembras de imitar las señales lumínicas de otras especies con el fin de atraerlas para comérselas. Este ha sido nuestro caso.
Sin embargo, no todos los machos luciérnagas son igual de atractivos. Las hembras de Photinus muestran preferencia por aquellos que lanzan mensajes más extremos: los que logran parpadear más rápido y durante más tiempo. Algo similar al hecho de que las pavas reales prefieren a los pavos con las colas más grandes y coloridas, pero hay algo distinto en el caso de las luciérnagas, mientras que los pavos reales han acabado dando lugar a formas tremendamente exageradas y poco funcionales, más allá de resultar atractivas al sexo opuesto, en el caso de las luciérnagas no existen machos con destellos extremadamente largos y rápidos. ¿Por qué si esto resulta tan atractivo? La respuesta parece ser la existencia del engaño por parte de las hembras del otro género. También a ellas les resultan más atractivos los machos que parpadean con más frecuencia. Los machos que resultan más sexis y deseables a las hembras de su especie también llaman más la atención de sus depredadores. Así pues, el engaño de los depredadores podría estar afectando la evolución de las señales de las luciérnagas, limitando cuán llamativos pueden llegar a ser sus destellos.
Pero ¿por qué las hembras Photuris han desarrollado un engaño tan sofisticado? Pues, porque como dice el dicho, “eres lo que comes”, las hembras de estas especies se zampan a las de las otras para apropiarse de unas toxinas con las que mantener a raya a sus propios depredadores: pájaros, arañas y hormigas entre otros. Cuando los machos engañados son agredidos liberan un líquido amargo cargado de las toxinas denominadas lucibufaginas que las hembras absorben para volverse tóxicas, y no solo ellas, sino que también transmiten dicha toxicidad a su descendencia. Como decía, son engaños funcionales, mucho más funcional, en este caso, de lo que se pensaba al principio.
Las luciérnagas no están solas en el engaño, también los machos de las sepias envían señales falsas durante el apareamiento para confundir a otros machos, por otro lado, algunas arañas confunden a sus presas para llevarlas hacia sus telarañas, mientras que hay aves que engañan para robar comida y otras para que otras críen a sus pollos, sin olvidar al conjunto de orquídeas que atraen a sus polinizadores con diversas artimañas y promesas de sexo que no se cumplen, pero que no acaban de manera tan drástica como en el caso de las luciérnagas. El mundo biológico está lleno de engaños. Los animales no humanos, también pueden engañarse los unos a los otros, con o sin intención premeditada –sobre esto aún debaten y trabajan los científicos–, donde un mismo individuo actúa con honestidad en muchas circunstancias y con connivencia en algunas otras. Esto seguro que también te resulta familiar.
Alex Richter-Boix es doctor en biología y comunicador científico especializado en ecología evolutiva.
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