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“Tenemos que entender por qué hay niños de siete años que ya quieren suicidarse”

El neurobiólogo israelí Alon Chen lleva casi 30 años estudiando los efectos del estrés en el cerebro a nivel molecular para identificar qué personas tienen más riesgo de sufrir depresión o ansiedad

Nuño Domínguez
Alon Chen pandemia salud mental
Alon Chen, neurocientífico y director del Instituto de Ciencia Weizmann (Israel), después de la entrevista.Santi Burgos

Como todo israelí, Alon Chen tuvo que hacer tres años de servicio militar. Fue destinado a los paracaidistas en plena guerra de Líbano. “Probablemente la experiencia más fuerte fue perder a un amigo en combate. Vi que estaba herido, que se estaba muriendo. Hice todo lo que pude para salvarlo, pero fue imposible. Es algo que te deja una marca imborrable”, explica Chen.

Desde entonces, supo que quería dedicar el resto de su vida a entender qué le pasa a un cerebro que sufre una experiencia traumática. Hijo de judíos marroquíes emigrados a Israel en los años cincuenta, Chen pertenece a la primera generación de su familia que fue a la universidad. Se doctoró en neurobiología y pasó una temporada en Estados Unidos especializándose en estudiar el efecto del estrés en el cerebro a nivel molecular. En la actualidad dirige el Instituto de Ciencia Weizmann de Israel, uno de los organismos de investigación más prestigiosos del mundo, y un centro mixto que estudia enfermedades mentales relacionadas con el estrés del Weizmann y el Instituto Max Planck de Alemania.

De paso en Madrid para impartir una conferencia en la Fundación Ramón Areces, Chen mantiene en esta entrevista que nuestra sociedad actual potencia la depresión, la ansiedad, la bulimia y otras enfermedades que no entendemos bien y que llevamos tratando 50 años con los mismos fármacos, que no hacen efecto a uno de cada tres pacientes.

Pregunta. ¿Cómo estudia los efectos del estrés en el cerebro humano?

Respuesta. Lo mejor sería estudiar a humanos, claro, pero no podemos extraerle el cerebro a una persona estresada o traumatizada. Sí podemos intentar ver lo que sucede en ellos con escáneres, estudios de resonancia funcional, análisis de sangre, que nos dicen muchas cosas. También usamos cerebros de personas fallecidas. El estrés puede causar muchas patologías, como la depresión y la ansiedad y, por ejemplo, tenemos acceso a bancos de cerebros de gente que sufría depresión y se suicidó. Y además, usamos modelos animales.

P. ¿No hay un abismo entre el estrés en un animal y en una persona?

R. No tanto. La respuesta al estrés es muy parecida en diferentes especies. Los genes, proteínas y circuitos cerebrales que controlan tu respuesta al estrés son los mismos que usa un pez y todas las especies que hay entre ellos y nosotros.

P. ¿Y cómo es esa respuesta?

R. Es un mecanismo básico de supervivencia. Imagina que ahora mismo entra un león en la habitación. Los dos sentimos una amenaza y en nuestro cerebro se activa la llamada respuesta centralizada al estrés. Esto activa una reacción en cadena por todo tu cuerpo. Aumenta tu ritmo cardiaco, te sube la tensión arterial, se acelera el ritmo de tu respiración. Tus niveles de glucosa en sangre se disparan. Todo porque has visto un león o porque has recibido una llamada telefónica que te ha preocupado enormemente; cualquier forma de estrés psicológico que puedas pensar.

P. ¿Y por qué sucede todo eso?

R. Porque tu cerebro prepara al resto del cuerpo para escapar de esa amenaza. Aumenta la glucosa porque necesitas energía para correr. Tus niveles de cortisol suben porque esta hormona tiene muchos efectos en el sistema nervioso. Dentro de tu cerebro hay cambios radicales, tu memoria, tu razonamiento, quedan marcados por la amenaza. Nunca la olvidarás. Pierdes el apetito y olvidas por completo el sexo. Prácticamente todas las áreas del cerebro quedan afectadas. Todos estos sistemas básicamente se desequilibran. Es algo normal, una respuesta sana. Si sobrevivimos a la amenaza, o nos damos cuenta de que el león era de mentira, el sistema debe desactivarse y volver al equilibrio. Lo más importante de esta respuesta al estrés no es activarse, sino apagarse a tiempo. Y hay mucha gente que no controla bien este proceso. Ellos son los que pueden desarrollar enfermedades relacionadas con el estrés.

El tratamiento más científicamente probado contra el estrés es el ejercicio físico”

P. ¿Qué enfermedades son?

R. Muchas; no solo psiquiátricas, como la depresión, la ansiedad o los trastornos alimentarios, sino también otras del metabolismo, como la diabetes, la obesidad o dolencias del sistema inmune. Sabemos bastante bien por qué el estrés puede provocar trastornos psiquiátricos, pero se nos escapa por qué puede afectar a la diabetes o la obesidad. Y aquí es importante preguntarse por qué hay gente cuyo trabajo les produce estrés crónico o por qué hay personas que viven un trauma como una explosión, la guerra o una violación y desarrollan trastornos, mientras que otras viven lo mismo y están sanas. Los científicos llevamos 100 años preguntándonos por qué la gente está enferma. Ya es hora de preguntarnos por qué la mayoría de la población está sana. ¿Cómo lo aguantan, cómo hacen para resistir el estrés?

P. ¿Han averiguado ustedes ya algo sobre cómo lo hacen?

R. Estamos viendo que no es una imagen especular. Hay genes y mecanismos moleculares que te protegen y que son muy diferentes de los otros que te predisponen a caer enfermo. Si podemos identificar unos y otros, tal vez podremos reproducirlos y ayudar a curar a los enfermos.

P. ¿La predisposición a enfermar por estrés es genética?

R. Sabemos que hay un componente genético que pasa de padres a hijos en las familias. Cada uno de nosotros tenemos predisposición genética a sufrir alguna enfermedad, sea depresión, alzhéimer o cáncer. La esquizofrenia, por ejemplo, es genética hasta en un 75%. No es tu culpa, son los genes que heredaste de tus padres. La depresión tal vez sea genética en un 50%. ¿Quién decide si la sufres o no? El ambiente. Lo que bebes, lo que fumas, lo que comes, lo que respiras y tu nivel de estrés. Y dentro del ambiente, el factor de riesgo más importante es sin duda el estrés.

P. ¿Podría poner un ejemplo?

R. Imagine que tiene un gemelo idéntico. Tienen las mismas predisposiciones genéticas. Pero usted crece en un barrio acomodado de Madrid y él en una zona de guerra. La probabilidad de que él sufra depresión es mucho más alta. El ambiente puede disparar una enfermedad en diferentes momentos de la vida. Puede pasarte de adulto, pero también de adolescente o incluso de niño, de bebé, hasta cuando eres un embrión en el vientre de tu madre. Si tu progenitora sufre estrés, te puede transmitir señales moleculares que te harán más susceptible de sufrir un trastorno a lo largo de tu vida.

Cuando acabe la pandemia vamos a pasar años viendo gente con síntomas postraumáticos, depresión y ansiedad debido a ella”

P. ¿Es más peligroso sufrir estrés en las etapas iniciales de la vida?

R. Sí. Luego el mecanismo adquirido se puede activar en cualquier momento. Puedes tener una infancia y juventud completamente normales y de repente caes en depresión o sufres ansiedad por algo que te ha pasado. Puede ser una violación, puede ser la pérdida de un ser querido, un accidente, la guerra. Ese evento activará el interruptor genético que tenías desde que eras un embrión.

P. ¿Pueden ya identificar esas marcas genéticas?

R. Estamos mejorando mucho a la hora de reconocer estas marcas, estas predisposiciones. Podemos intentar medirlas a edades tempranas. En realidad no son marcas genéticas, no están en las letras de tu ADN. Es lo que llamamos epigenética, modificaciones químicas que están sobre tu ADN. El ambiente crea estas marcas y estas modifican el funcionamiento de tus genes. Ahora ya podemos leer tanto el genoma, hecho de ADN, como el epigenoma.

P. ¿Pueden ya identificar qué gente tiene más riesgo de padecer enfermedades relacionadas con el estrés?

R. Aún no. Hay mutaciones genéticas que multiplican el riesgo de sufrir cáncer de mama y esas las conocemos muy bien. En depresión, ansiedad o esquizofrenia, tenemos unos cuantos marcadores, pero no bastan para explicar la mayoría de casos. Lo mismo pasa con el autismo. Estamos trabajando en ello. Posiblemente en el futuro podremos secuenciar el genoma de la gente, por ejemplo de los soldados, y saber cuáles no pueden combatir porque tienen un riesgo alto de quedar traumatizados.

P. Usted cuenta a menudo que los fármacos actuales contra la depresión o la ansiedad son los mismos que hace 50 años...

R. Así es. La mayoría son drogas basadas en mecanismos descubiertos hace medio siglo. El problema no es que sean antiguos, sino que están dejando de funcionar. Son los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, como el Prozac y otros. Hay hasta un 35% de pacientes a los que no les hacen efecto. El tratamiento además tarda entre cinco y ocho semanas en empezar a dar resultados. E incluso cuando el fármaco funciona conlleva efectos secundarios muy graves, como migraña o disfunción sexual; cosas con las que no quieres vivir. Necesitamos nuevos tratamientos. Y la única forma de conseguirlos es entender mejor el cerebro. Necesitamos comprender el funcionamiento de un cerebro sano y de otro enfermo.

P. ¿Cómo de cerca estamos de poder imitar esos mecanismos genéticos de resistencia al estrés?

R. Es difícil decirlo. Hemos hecho mucho progreso en los últimos 10 años. Pero hay que entender que hablamos de enfermedades en las que hay involucrados muchos genes a la vez. Además, nos queda mucho para medir bien el efecto nocivo del ambiente. Las combinaciones son casi infinitas. Su depresión y la mía pueden darnos los mismos síntomas, pero pueden ser completamente diferentes a nivel genético y ambiental, los mecanismos son distintos. Es posible que haya 100 tipos de depresión diferentes. Así que lo primero es hacer mejores diagnósticos.

La mayoría de las drogas [para la ansiedad o depresión] están basadas en mecanismos descubiertos hace medio siglo”

P. ¿Cómo pueden mejorarse?

R. Ahora mismo los psiquiatras se basan en lo que les dice el paciente. Tú me cuentas lo que te pasa, yo estudio tu comportamiento, acudo al manual de enfermedades mentales, el DSM5, y decido que estás deprimido. Sin un análisis de sangre ni un escáner de tu cerebro ni otras técnicas. No tengo ninguna forma cuantitativa de estudiar tu caso. Es brutal si lo comparas con el cáncer, donde puedo hacerle una biopsia a tu tumor, secuenciar tu genoma y el de tu cáncer, seleccionar la mejor terapia para tu perfil. Con la depresión es lo mismo para todos. La depresión y la ansiedad son unas tres veces más frecuentes en mujeres que en hombres, ¿por qué entonces les tratamos igual? Necesitamos personalizar el cuidado y para ello hay que reclasificar las enfermedades mentales e introducir métodos de diagnóstico cuantitativo y nuevos tratamientos en función del paciente.

P. ¿El ambiente del mundo desarrollado hace que cada vez más gente esté estresada y acabe sufriendo depresión o ansiedad?

R. Los números hablan solos. Esta pandemia ha sido un gran ejemplo. Se ha hablado mucho de su impacto físico, pero no tanto de las cicatrices psicológicas que ha dejado. Cuando acabe, vamos a pasar años viendo gente con síntomas postraumáticos, depresión, ansiedad, debido a ella. Los hospitales psiquiátricos están desbordados. La cantidad de adultos, jóvenes e incluso niños con trastornos psiquiátricos es abrumadora. El paro, el cierre de negocios, la muerte de seres queridos, la simple preocupación por tus familiares o tus hijos. El impacto de la pandemia en la salud mental es descomunal y no se habla suficiente. Los gobiernos no invierten mucho en salud mental, no hay suficientes camas, psiquiatras, psicólogos clínicos.

Chen, tras la entrevista.
Chen, tras la entrevista.Santi Burgos

P. ¿La psicología puede ayudar en este campo?

R. Si estás deprimido y vas a un psicólogo, la posibilidad de que mejores es un 67%, exactamente la misma tasa de éxito que el tratamiento farmacológico. ¿Por qué no lo combinamos con los fármacos? Depende de cada país, pero en la mayoría es simplemente más cómodo darle la droga al paciente y olvidarte. Una cita con un psicólogo clínico puede tardar ocho meses, dependiendo del país o del seguro médico que tengas.

P. ¿Y eso explica el crecimiento de consumo de antidepresivos y opiáceos?

R. Claro. Es mucho más fácil, barato y rápido conseguir el fármaco que el tratamiento. Para algunos funciona, pero para otros no. Para salir de este círculo vicioso debemos entender bien lo que está pasando en el cerebro, los diferentes circuitos y procesos moleculares en juego, para poder modificarlos en un futuro.

La depresión y la ansiedad son unas tres veces más frecuentes en mujeres que hombres, ¿por qué entonces les tratamos igual? Necesitamos personalizar el cuidado”

P. ¿Hay algo que la gente pueda hacer para ser menos vulnerable al estrés?

R. El tratamiento más científicamente probado es el ejercicio físico. Es la mejor manera de superar la depresión y la ansiedad. No hace falta correr una maratón o ser un ironman. Es solo hacer más actividad física. Una vez, tras una conferencia en la que dije exactamente esto, una mujer se me acercó y me dijo: “Yo estoy deprimida, no me apetece salir a correr, no puedo hacerlo”. Es verdad. Esta solución solo sirve para la gente que puede sobreponerse a sí misma. Hay una gradación y en el extremo tenemos personas que no quieren salir de la cama: lo único que quieren es morirse. Con ellos esto no funciona. Pero en la mayoría de los casos de depresión, sí. Yo tengo una vida estresante. Me gusta el mar y remo en un kayak. Me levanto a las cinco de la mañana, hago 10 kilómetros y esta actividad en el exterior, en el agua, me ayuda mucho. Otro tratamiento: la socialización. Somos una especie social, nos gusta tocarnos, besarnos, abrazarnos, tener pareja. No tener estas cosas nos afecta. Así que al final, cuanto más puedas enriquecer tu vida leyendo, conociendo a otra gente, aprendiendo cosas nuevas, incluso meditando, te ayudará. La meditación es otra práctica de eficacia probada científicamente. Si metes a una persona meditando en un escáner ves cómo la actividad de su cerebro se apaga, se calma. No funciona con todo el mundo, pero con muchos sí.

P. ¿Y cómo se puede ayudar al resto de gente?

R. Claro, como sociedad tenemos que recordar siempre a ese grupo de personas. Pensemos en esos niños de 10 años o incluso de 7 que solo piensan en suicidarse. Tenemos que entender cómo puede ser que un chaval de esa edad se tire del tobogán de cabeza porque quiere matarse. Esto pasa y la respuesta está en la bioquímica, en las señales eléctricas dentro de su cerebro que no están funcionando correctamente. Es una enfermedad del encéfalo, no del alma, es un órgano, es biología. Y la prueba está en que yo ahora mismo puedo ponerte unos electrodos en la cabeza y hacer que sientas más o menos ansiedad, puedo medir tu estrés, puedo manipular tu corteza motora y forzarte a correr. Es electricidad y química y tenemos que hacer el esfuerzo de entenderla. Y también como sociedad hay que entender que es una enfermedad igual que el cáncer o el alzhéimer y está bien hablar de ella.

La cantidad de adultos, jóvenes e incluso niños con trastornos psiquiátricos es abrumadora”

P. Ha mencionado la soledad. ¿Es este otro factor que está empeorando la salud mental?

R. Nosotros hemos hecho un estudio con 20.000 personas en Israel justo después de la primera ola de la pandemia. Acabamos de publicarlo. Nos sorprendió que los más afectados psicológicamente no eran los más mayores, sino los adultos de entre 20 y 30 años. La gente acostumbrada a una vida activa y muy social. La soledad tiene un impacto tremendo y lleva hacia la depresión.

P. ¿Vieron diferencias por sexos?

R. Sí, las mujeres resultaron mucho más vulnerables desde el punto emocional y del estrés. Y había un tercer factor: el estatus económico. Los más pobres fueron los más afectados. Hay muchos otros estudios similares. En toda Europa se está viendo un aumento considerable de los suicidios y de los ingresos en hospitales psiquiátricos. Nos importa mucho cuánta gente muere cada día por covid, pero no se habla de que tantos otros se suicidan por depresión o soledad.

Es una enfermedad del encéfalo, no del alma, es un órgano, es biología”

P. Israel lleva casi toda su historia en conflicto son sus vecinos. ¿Cómo les ha afectado esto en la salud mental?

R. En este estudio también analizamos el nivel de estrés respecto a la situación del conflicto palestino-israelí, que cada pocos años la cosa estalla y hay combates y enfrentamientos. Y es sorprendente porque no vimos diferencias. Esto significa que existe cierta resistencia entre la población. Y creo que esta es una de las razones por las que Israel lo ha hecho muy bien en la pandemia. Fuimos líderes en vacunación. Es porque el sistema está organizado para funcionar en emergencias.

P. También tenían el dinero.

R. Sí, pero no es eso solo. España no tiene menos dinero. Es tomar decisiones correctas pronto. Creer en el Ministerio de Salud, en lo que dicen los científicos. Fuimos los primeros en dar la tercera dosis. Por cierto, los científicos del Instituto Weizmann han hecho un gran trabajo demostrando la eficacia de ese tercer pinchazo y han contribuido a convencer al mundo de que era necesario. Nosotros lo hicimos antes que Estados Unidos y parte de Europa. Y creo que es porque la sociedad israelí respeta mucho la ciencia, tanto la población como los políticos.

P. A veces desde Europa ha existido la sensación de que Israel tenía pactos opacos con Pfizer que le permitieron tener antes la vacuna, y a cambio Israel fue muy activo promoviendo la tercera dosis. ¿Existen esos pactos?

R. No soy político, desconozco si existen esos pactos, pero no lo creo. En realidad fue una decisión profesional basada en la ciencia. Y de hecho puedes ver todos esos datos publicados en revistas de impacto. Ahora mismo se ha publicado en New England Journal of Medicine un estudio sobre el primer millón de israelíes que recibieron la tercera dosis y el efecto era imposible de negar. La gente que lo recibió tenía una tasa de enfermedad grave de casi cero. No creo que haya pactos, solo hay datos y salud pública.

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Sobre la firma

Nuño Domínguez
Nuño Domínguez es cofundador de Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo Científico por la Universidad de Boston (EE UU). Antes de EL PAÍS trabajó en medios como Público, El Mundo, La Voz de Galicia o la Agencia Efe.

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