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La crisis del coronavirus
Tribuna
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Un año de pandemia, 20 de genómica

La rapidez de la respuesta científica se ha apoyado con fuerza en la lectura de los genes

LUCA último ancestro común universal
Un investigador sostiene una prueba para la secuencia del genoma del coronavirus en un laboratorio de Ingelheim (Alemania).RONALD WITTEK (EFE)
Javier Sampedro

¿Por qué los científicos se pusieron a trabajar en la pandemia en enero de 2020? Por entonces, ni los Gobiernos ni los ciudadanos del común éramos conscientes de la que se nos venía encima. Otra epidemia local en China, nos decíamos, como el SARS de 2002 y los diversos virus de la gripe aviar que habían alertado a la Organización Mundial de la Salud (OMS), pero que al final se quedaron en poca cosa fuera de Asia y no llegaron a ocasionar las catástrofes que erizaban el vello de los epidemiólogos, esos medicuchos que han hecho un cursillo, según la perspectiva de un juez vasco que se ha visto obligado a disculparse. ¿Por qué entonces los científicos de medio planeta se pusieron a trabajar en aquellos felices días de enero de 2020?

Es el genoma, amigo. Desde el mismo momento en que los médicos de Wuhan detectaron un nuevo coronavirus peligroso, los genetistas chinos tardaron pocos días en leer (secuenciar, en la jerga) el genoma del leviatán. Los científicos jóvenes han crecido y se han formado con esa tecnología convertida en una rutina, y seguramente no pueden concebir un mundo pretérito en el que secuenciar un solo gen podía ser objeto de una tesis doctoral. Pero ese mundo antiguo existía hace solo veinte años, mientras ellos aprendían a montar en bici. Fue la genómica, y en particular el genoma humano presentado en 2001, quien convirtió la lectura e interpretación de secuencias en una rutina, literalmente. Nadie sabía a principios de siglo que 20 años después nos iba a atacar el SARS-CoV-2, pero las técnicas y conceptos matemáticos que desarrollaron aquellos pioneros son las que nos han permitido una respuesta tan rápida a la covid. Entre otras muchas, muchas cosas.

El avance teórico más fundamental que surgió del genoma hace 20 años fue una cuestión aparentemente anodina: el número de genes humanos. Se sabía ya que un organismo tan humilde como la mosca de la fruta, Drosophila melanogaster, tenía unos 15.000 genes, y mucha gente esperaba que los humanos tuviéramos muchos más, como 100.000 o 200.000, alguna cifra que nos distinguiera con nitidez de ese vulgar insecto que nos molesta en las fruterías y se cuela en la botella de vinagre de casa o del restaurante.

El genoma humano demostró que solo tenemos 22.000 genes y que la mayoría de ellos tienen un homólogo en la mosca

Pero el genoma humano demostró que solo tenemos 22.000 genes, y que la mayoría de ellos tienen un homólogo en la mosca. La lista de genes de un ratón y una persona es prácticamente la misma. Esto desplazó el foco al fenómeno real que nos distingue de un ratón, que es la regulación de los genes: dónde y cuándo se activan a lo largo del desarrollo. Esto ha generado un campo de investigación muy activo e iluminador.

Recuerdo que a principios de los noventa había un debate encendido entre los científicos sobre el proyecto genoma. Por ejemplo, ¿desviaría eso los fondos de otras áreas de la biología más focalizadas y menos sistemáticas? El tiempo ha dado la razón a los pioneros del proyecto genoma. Ciencia básica, vuelva en 20 años.

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