General Ricardo Martínez: “Pinochet se constituyó en un caudillo y así lo consideran los que lo creen intocable”
Jefe del Ejército entre 2018 y 2022, las críticas de Martínez a la dictadura de Pinochet lo tienen en la mira de parte del mundo militar y de la derecha
El general en retiro Ricardo Martínez (63 años, Santiago) fue comandante en jefe del Ejército entre 2018 y 2022. Antes de abandonar su cargo escribió el texto Reflexión sobre las actuaciones del Ejército y sus integrantes en los últimos 50 años y sus efectos en el ethos militar, donde establece la responsabilidad de mando de Augusto Pinochet en el caso Caravana de la Muerte, donde Sergio Arellano Stark viajó por el país como su delegado, asesinando a opositores. Tras la publicación de su libro Un Ejército de Todos y asegurar que “la responsabilidad de todo la tiene Pinochet”, Martínez ha sido objeto de fuertes críticas de parte del mundo militar y de la derecha. Hace unos días, de hecho, en la calle fue agredido. Lo llamaron “traidor”.
Este es el diálogo que sostuvo en un hotel de la zona oriente de Santiago de Chile con el periodista Ascanio Cavallo. Es el tercero de las conversaciones que sostiene para EL PAÍS en el marco de los 50 años del golpe de Estado en Chile, que se conmemoran este lunes 11 de septiembre.
Pregunta. Estoy impresionado con las citas del libro: aparece hasta el cura Roger Vekemans. Con razón está resultando un tanto polémico. ¿Lo esperabas?
Respuesta. Sabía que iba a producir un nivel de ruido. Porque cuando uno tiene que hacer un análisis del Gobierno militar, no puede dejar de lado a quien estuvo en el mando como jefe y, a la vez, como presidente de la República [Augusto Pinochet]. Todavía existen personas que piensan que no hay que tocarlo. Yo creo que toda persona tiene luces, pero también sombras.
P. Hay una referencia a eso en el propio texto, respecto de los que te van a reprochar que no destaques los logros económicos del régimen.
R. Bueno, no es algo que se me haya ocurrido cuando me nombraron comandante en jefe. Es un proceso que viví a través de toda mi carrera militar. Yo ocupé cargos netamente institucionales, pero era una realidad comentada en las conversaciones privadas, por personas que eran renuentes a hacerlas públicas. Pero el Ejército es una institución a la que el Estado le ha entregado una capacidad única, el ejercicio legítimo y exclusivo de la fuerza, de las armas. Entonces, tiene, en mi opinión, la obligación de mirar hacia atrás, porque lo que no puede ocurrir es que en el futuro se pueda repetir ese pasado.
P. Presentaste en 2019 un documento que tuvo cierta resistencia desde antes, incluso, de que te retiraras. No lo aprobaron algunos generales.
R. Tú sabes que el cuerpo de generales se va renovando cada año: unos 10 o 12 cada año.
P. Como un cuarto.
R. Un 20%, en condiciones normales. Pero el 2018 no fue normal, porque se fue prácticamente el 50% de los generales, por causas judiciales presentes o eventuales, además de otras necesidades de la institución.
P. ¿Esa fue una decisión de Gobierno [de Sebastián Piñera, conservador]?
R. Sí, y lo conversamos mucho, para determinar qué generales pudiesen estar más implicados en la investigación que se estaba realizando.
P. ¿Estamos hablando del fraude?
R. El asunto de los pasajes [aéreos]. Los generales no tienen nada que ver, hasta donde yo sé, y por lo tanto me pareció muy injusto. No por la investigación judicial, sino porque era una práctica entre las Fuerzas Armadas y la Cancillería.
P. Esos generales, ¿no están todos enjuiciados?
R. No, después de que salieron a retiro, prácticamente a ninguno se le siguió alguna causa judicial.
P. O sea que el cálculo no fue muy bueno.
R. Es que el cálculo no fue mío. Lo que yo pretendía es que saliera el mínimo de generales.
P. Eso significó que asumieran generales con poca experiencia.
R. El 2018, con ese cuerpo de generales, hablamos de la necesidad de incorporar esta reflexión en una planificación estratégica, que se llamó Plan de Acción Carrera, 2019-2022. Tenía 13 objetivos estratégicos. Uno de ellos era esta revisión. Se llamaba Reflexión sobre las actuaciones del Ejército en los últimos 50 años. Este documento sale y se difunde a todo el Ejército en enero del 2019. Dos meses después, en el primer consejo militar del año, en marzo, ordeno que sólo se discuta y analice esto, durante los cuatro días, con dedicación exclusiva de los generales, fuera de Santiago. Los generales se ordenaron por grupos, y a cada grupo se le dio un tema, que luego presentó al resto, para discusión. Todos estuvieron de acuerdo en que las violaciones de los derechos humanos, los desaparecidos, no tenían ninguna explicación. Se logró ese consenso. Yo tenía previsto que estas reflexiones se difundieran en 2020. No quería que fuera en el último momento; quería estar en la mitad de mi período, para asumir toda la responsabilidad. Pero en octubre del 2019 viene el estallido social y al año siguiente el Covid-19. Toda esa planificación se vino abajo. Seguí trabajando con un grupo más pequeño y entonces dijimos: bueno, lo vamos a hacer para el 2021. Entonces resultó que hubo cinco elecciones y no queríamos que el documento fuese utilizado por algún sector. No nos quedaba más que 2022. Pero tenía que hacerlo antes de irme.
P. Y aquí se cruza la jueza Romy Rutherford, que te cita a declarar, con posibilidad de dejarte arrestado, seis días antes de entregar el mando, ¿no?
R. Sí. Mi abogado pidió la postergación, que me citara al día siguiente de entregar el mando. Pero ella la denegó. Corría el riesgo de quedar arrestado como comandante en jefe en una unidad del Ejército que dependía de mí. No podía permitir eso. Renuncié [el 2 de marzo de 2022].
P. El texto subraya la actuación del Ejército en desastres naturales y la pandemia. Pero no dice mucho sobre el 18 de octubre de 2019. ¿Qué pasó ese día, el inicio del estallido? ¿Te negaste a sacar las tropas a las calles?
R. No. El 18 de octubre el presidente [Piñera] toma contacto conmigo a través del ministro de Defensa y me indica que va a declarar el estado de emergencia. Yo ya había acuartelado a las tropas. Antes de recibir ninguna instrucción del presidente, al ver los incendios que se estaban produciendo en Santiago y la magnitud del daño, me imaginé inmediatamente que iba a haber una situación del más alto nivel y ordené el acuartelamiento inmediato. Y le informé al ministro de Defensa.
P. ¿Y el ministro te cita esa misma noche, o al día siguiente?
R. No, esa noche el ministro me llama por teléfono. Me dice que el presidente va a decretar el estado de emergencia y me pide nombres para jefe de la Defensa en Santiago. Es la primera zona donde se declara el estado de emergencia. Horas después vino todo el resto del país. El Ejército estuvo con disposición inmediata.
P. Había un problema: las reglas de uso de la fuerza.
R. Claro, porque las reglas de uso de la fuerza que estaban vigentes las había trabajado en su momento el ministro de Defensa Andrés Allamand, en el primer Gobierno del presidente Piñera (2010-2014). Estaban más enfocadas para catástrofes. Y ahora teníamos que emplearlas para el orden público. Lo que hicimos fue entregar instrucciones a una tropa que no tenía experiencia en desórdenes. Y en términos de heridos y muertos, el Ejército sólo tuvo problemas en las primeras 48 horas.
P. ¿Problemas?
R. En el caso del Ejército, hubo tres o cuatro heridos. Muertas, dos personas, en La Serena- Coquimbo. ¿Por qué? Por falta de experiencia, pero también porque los jefes de la Defensa, por ley, dependen del presidente de la República. Y mi tarea como comandante en jefe era entregar las tropas en cada una de las zonas a los jefes de la Defensa. Por lo tanto, podía estar atento a otras necesidades. Pero me sentía responsable del primer general, Javier Iturriaga, y de los otros generales que quedaron como jefes de la Defensa. No podía dejarlos solos. Lo que hice fue instalar un cuartel general, que fue monitoreando todo lo que ocurría en el país y empezó a emitir documentos de resolución. Uno de ellos tuvo que ver con el comportamiento de los soldados en la calle. Por ejemplo, nos dimos cuenta de que los soldados estaban ocupando munición a fogueo, de salva, pero la población creía que eran disparos reales. Se producía un problema de información que afectaba a la credibilidad y al sentido que queríamos darle a la salida de las tropas, que no era confrontarnos contra la población. Allí dictaminamos que había que reducir el uso de la munición a fogueo. Los oficiales, los suboficiales, los soldados, tuvieron un comportamiento admirable. Había mucha gente que los insultaba a medio metro. Hubo personas que quisieron quitarles sus fusiles. Aún así, no hicieron uso de sus armas.
P. Entremos al libro. La tesis central es que ethos militar fue sustancialmente alterado por la participación en política en los años 1960 y hasta más o menos los 1980. Y esto sería producto de la polarización de la sociedad civil. ¿Es una interpretación correcta?
R. Sí.
P. Por lo tanto, una de las lecciones hacia el mundo político es: no nos metan más en esto. El Nunca más del general Juan Emilio Cheyre decía algo parecido [documento del comandante en jefe del Ejército en 2004]. Pero ocurre que el Ejército y las Fuerzas Armadas se tomaron el Gobierno con el golpe de Estado de 1973. Y de ahí se desprenden las violaciones a los derechos humanos. ¿Piensas que esto no fue una práctica institucional?
R. Yo diría que en las primeras semanas, los primeros meses, el Ejército tuvo participación en hechos reprobables. Pero después, volvió a sus tareas. La persecución de personas que el Gobierno veía como enemigos quedó en las manos de la DINA y la CNI, que estaban compuestas por varias instituciones y dependían directamente, no del Ejército, sino de la Junta de Gobierno en el caso de la DINA y del Ministerio de Interior, la CNI.
P. Pero al final llegamos al comandante en jefe.
R. Llegamos al presidente de la República, que es el comandante en jefe. En el Ejército había muy pocas personas que se dedicaban al Gobierno. El grueso estaba en las tareas propias de instruir soldados. Yo ingresé a la Escuela Militar en 1976, egresé en diciembre de 1979 y en 1980 me dediqué fue a instruir, a transformar ciudadanos en soldados.
P. Nunca otras funciones.
R. No, nada. Y gran parte del Ejército era así. El único momento que el Ejército se vio de nuevo envuelto en tareas de orden público fue para las protestas de 1983-1984.
P. Uno de esos períodos, el de fines de 1973, es de la Caravana de la Muerte.
R. Tu libro (Golpe, con Margarita Serrano) describe muy bien eso: el 11, hasta las 24 horas, hubo 36 muertos. Y desde ahí hasta el 31 de diciembre, se llega a 1.823. Entonces, ese periodo es el que comprometió más al Ejército. Mi crítica es que, si la Junta de Gobierno emite el 12 el decreto ley número 5, que implanta el estado de sitio en todo el territorio y agrega que debe entenderse como estado de guerra interna, en ese momento debieron generarse los tribunales en tiempos de guerra, que son los Consejos de Guerra.
P. Algunos se configuraron, ¿no?
R. Por lo que entiendo, sí, algunos. Hay algunas actas. El hecho es que hasta la guerra está normada. Esa una de las conclusiones después de la Segunda Guerra Mundial, con la Convención de Ginebra, que Chile firma en 1950. Es cierto que había poca preparación de las Fuerzas Armadas en el trato de los prisioneros de guerra. Es una responsabilidad de las Fuerzas Armadas, pero también una anterior del Estado, que es el que tiene que asegurar que las Fuerzas Armadas tengan la preparación, los valores y los principios que se requiere. No puede lavarse las manos y después, si se equivocan, apuntarlas con el dedo como culpables.
P. Veamos un poco el caso de la Caravana de la Muerte, porque tu descripción suena un poco fantasiosa. Llega la Caravana a una ciudad, sacan a los prisioneros, fusilan a 20 o 30 y nadie escucha nada. Y una de las razones es que el general Sergio Arellano se dedica a distraer a los oficiales locales, como si fuera el Rey del Mambo… Puedo comprender el esfuerzo por exculpar a los oficiales inferiores, pero esto es mucho, ¿no te parece?
R. Puede ser una mala interpretación de lo que quisimos escribir. Las personas que estaban en esas unidades supieron que se fusiló a prisioneros, pero con pretextos falsos. Se les dijo que eran resoluciones de Consejos de Guerra. Pero esos Consejos no se habían configurado. Entonces, a un subteniente se lo ordena su capitán, cómo le va a mentir. Hubo oficiales que hicieron presente que les parecía fuera de lugar hacerlo a esas horas. Pero se les recuerda que hay estado de guerra y el incumplimiento de una orden significa que puede ser fusilado. Te voy contar una situación que me comentaron. En Copiapó, llega la Caravana, el general Arellano habla con el comandante, pide los antecedentes y ordena que una cantidad de personas sea fusilada. El comandante le representa al general, que va investido con las atribuciones de delegado del comandante en jefe, que es como si fuera él, imagínate. Los oficiales hacen lo que les ordena el comandante, entregan los cuerpos en el cementerio y llegan al casino del regimiento, afectados por lo que ha pasado, y lo comentan con otros oficiales. A uno de ellos, que no había participado, le ordenan al día siguiente que sea parte del pelotón para tres personas más. Él dice: “Acordándome de la noche anterior, le pregunto a mi superior qué vamos a hacer, que esto no es una resolución del Consejo de Guerra”. Y el superior responde: “Bueno, ¿va a cumplir la orden o no?”. Ese oficial me confesó que en esos segundos tuvo mucho miedo. Cumplió la orden. Finalmente, fue absuelto. Los de la noche anterior, fueron condenados.
P. Tú le reprochas a Pinochet no asumir la responsabilidad del mando en este caso. Pero antes la negó Arellano, que también negó los hechos y sólo vino a decir, cuando ya no tenía salida, que fue una orden de Pinochet. La primera negativa es de Arellano.
R. Arellano hizo dos giras, una al sur, a fines de septiembre, y otra al norte, en octubre. Yo reproduzco un careo, cuando se enfrenta el general Arellano con el capitán que cumplió la orden. El general niega haber dado la orden y dice que esto fue de los oficiales del regimiento. El capitán dice: “Fíjese que todas las muertes fueron desde que llegó el general Arellano hasta que se fue”. No hay más muertes. La responsabilidad es del general Arellano, pero al ser delegado, bueno, también del general Pinochet.
P. ¿Y en el caso del asesinato del general Carlos Prats [asesinado en Buenos Aires en 1974]? Este es campo sagrado: asesinar al excomandante en jefe está más allá de los límites...
R. Eso es inaceptable. No es aceptable ninguna pérdida de vida que no sea a través de un proceso en el cual todos nos hemos puesto de acuerdo.
P. ¿Tú crees que los generales de 1973 deliberaban, conversaban, tenían un Consejo Militar?
R. Sí. En la década de 1970 se relacionaban como pares. Si no, no se explica todo lo que pasó con el general Prats, las quejas, hasta la protesta que le hacen afuera de su oficina...
P. ¿La de la señoras? Ah, claro, conocía a todas las señoras. Por eso renuncia.
R. Exactamente. Esto se fue rigidizando con el tiempo, después del golpe de Estado. Al final, cuando el general Pinochet se va, había más de 20 años de diferencia con el general que lo seguía como segundo en antigüedad. Lo normal en un Ejército es que la diferencia del comandante en jefe con el que lo sigue no sea más allá de uno, dos, tres años. Esa es una cosa. La otra es la rigidez para hacer presente ciertas situaciones ante nuestros superiores. La reglamentación dice que uno puede llegar con un reclamo hasta el comandante en jefe y hasta el presidente de la República. Pero no me vengan a decir que, en esa época, alguien que se oponía a una orden de fusilamiento, iba a llegar al presidente. Por eso, para mí, la responsabilidad mayor en lo que ocurrió es de los mandos superiores, porque ellos debieron haber establecido que se cumplieran los Consejos de Guerra.
P. ¿De veras cees que el Ejército era sensible a esos procedimientos, muchos de ellos posteriores a la Segunda Guerra Mundial? Tu texto dice que es un Ejército que se pasa un siglo en guerra, incluyendo una guerra interna, que por lo que sabemos fue salvaje, y especialmente salvaje para el Ejército.
R. La revolución de 1891. Hay escritores que han comparado esa guerra civil con el golpe de Estado de 1973. Creo que es una mala comparación, porque entonces hubo ejércitos que se confrontaron. Una guerra civil: un buque por un lado, un buque por otro lado, y ejércitos que lucharon con cañones, con infantería, con caballería, con todo.
P. El que se lleva la peor parte es el Ejército de tierra.
R. Porque se divide. Se olvida que los almirantes de la Marina eran balmacedistas y los capitanes de navío se rebelaron. La cúpula del Ejército se mantuvo fiel al Gobierno, pero hubo unidades que se cambiaron de bando. El general Emil Körner, el famoso instructor prusiano, se pasó al lado del Congreso. Y cuando gana el Congreso, se produce una transformación del Ejército. En la batalla de Placilla, a Orozimbo Barbosa, a José Miguel Alcérreca, no solamente los matan: los descuartizan, los desmembran. Se cometieron muchas barbaridades en esa guerra.
P. Eso, barbaridades. Pero me da la impresión de que, a partir del mismo golpe, Pinochet tenía claro que la responsabilidad última era suya. Cuando se va a iniciar la transición, dice: “Si me tocan a uno de mis hombres, se acabó la transición”. Se sentía un escudo.
R. Cuando uno asume el mando en jefe de la institución, obviamente no tiene un control absoluto de cada una de las unidades que están repartidas desde Arica hasta Punta Arenas. Para eso están los distintos mandos, que tienen que cumplir sus respectivas tareas.
P. Eso me resulta claro. Es que me llama la atención que el libro pasa velozmente de la Caravana de la Muerte a las cuasi guerras con Perú y con Argentina, con elogios para la actuación del Ejército, y con otras alabanzas al Cuerpo Militar del Trabajo, a la construcción de la Carretera Austral. Y Pinochet no aparece en esas cosas. Pareciera que lo estás evitando.
R. Para mí, el punto más importante es que en ese período se violaron derechos humanos y la responsabilidad tiene que llegar hasta el nivel más alto. Es una mirada solamente institucional. No puedo referirme a los otros temas: para eso hay historiadores, cientistas políticos, en fin. A mí me interesaba, como comandante en jefe, cómo esto había afectado al Ejército. Y de eso vendría el ruido de las personas a las que no les gusta el libro.
P. ¿Oficiales retirados?
R. Fundamentalmente de ellos. Y también de algunos activos que fueron formados en la época en que el general Pinochet era presidente o comandante jefe. En la última etapa. Pero no todos, solamente una parte.
P. ¿Tú eres de infantería, verdad? Como Pinochet. Cuando entraste a esa especialidad, ¿no sentiste allí su impronta?
R. No. Esa es otra idea injusta con el Ejército, que tiene 213 años de vida, aunque la gente piense que es poco menos que Pinochet. No, Pinochet fue un comandante en jefe por 25 años. Mucho, pero no todo. Por ese tiempo y por los cargos que ejerció, se constituyó, en la práctica, en un caudillo, y así parecen considerarlo quienes piensan que es intocable.
P. En tu carrera pasaste por Punta Arenas. ¿No te tocó el incidente del general Ricardo Hargreaves, que elogió a Pinochet el día de su muerte?
R. Sí, hizo unos comentarios a la salida de la misa y eso produjo un ruido que significó que se le pidiera su renuncia. Yo tengo un muy buen recuerdo del general Hargreaves. Pero cada persona puede tener una mirada distinta. Lo que no se puede hacer es no hablar del tema. Hay que hablarlo y no se puede descalificar sencillamente porque no tengo una opinión parecida a otros. Me gustaría que se descalificara lo que yo diga con argumentos. Sobre la responsabilidad del mando, ¿está de acuerdo o no está de acuerdo? Si no lo está, estamos en ejércitos distintos.
P. Vi muchas referencias al Informe Rettig. No recuerdo que el Ejército lo haya reconocido.
R. De hecho, aparece que el general Pinochet lo descalificó, dijo que no se había colocado dentro del contexto. En esa parte yo relato los hechos. A mí me interesa mucho rescatar, también, todo lo que han hecho los otros comandantes en jefe.
P. Estaba pensando en eso: en ninguno de esos documentos anteriores se dice expresamente que el Informe Rettig es la verdad.
R. Yo creo que, en el fondo, todos lo han pensado. A todos los comandantes en jefe que sucedieron al general Pinochet les tocó vivir su momento, sus problemas. Pero el Ejército empezó a tener una mirada mucho más concordante con lo que se espera de un comandante en jefe en una República democrática.
P. Bueno, estuviste 18 años, sin contar la Escuela, con Pinochet como comandante en jefe. ¿Cuándo empezaste a hacer esta reflexión? Porque ya en esa época había una proporción importante de todo esto que se sabía…
R. Había una parte que se sabía, pero con otras historias.
P. Hasta algunos libros estarían prohibidos para ustedes.
R. Había. Yo leí las memorias de Prats siendo oficial. Pero creo que eso no era muy bien visto. En esa época también se dudaba de quién estaba detrás de su asesinato. Hace unos días se publicó una nota donde se revelan escritos del general Sergio Nuño y el general Arellano, dos de los generales que estuvieron en la planificación previa del golpe. Meses antes...
P. Estuvieron conspirando.
R. Los dos. Y es muy interesante, porque en 1978, creo que Sergio Nuño era embajador en Egipto y Arellano había empezado a ser crítico del Gobierno del general Pinochet. Él expresa su sensación de que el gobierno militar pudo estar involucrado, a través de la DINA, en el atentado contra Orlando Letelier y además en el de Prats.
P. El proceso de pasar a ser crítico es largo. Significa romper con una idea y con alguien.
R. A mí me fue difícil. Mis asesores más directos, si bien estaban de acuerdo con el contenido de este documento, me decían: “Para qué te vas a meter en este tema, que va a resultar muy espinudo, vas a pasar momentos no muy gratos”. Yo les respondía. “¿Hay alguna duda de esto? ¿Alguna cosa que no sea cierta?”. Ninguna. “¿Tú crees que en 20 años este documento será algo que contribuyó o que en realidad no dijo nada?”. “No, contribuyó”. ¿Y por qué tengo que esperar 20 años?
P. Vamos a terminar con una sola pincelada sobre el Ejército de hoy. Hace 10 años, más o menos, yo tenía la percepción, bastante confirmada por fuentes externas, de que el Ejército chileno había adquirido una posición de liderazgo continental, en el sentido de modernidad, agilidad, tecnología. ¿Sigue siendo así?
R. Sí. El Ejército, y esto lo hice presente a las autoridades políticas, tiene que solucionar un tema, que es el del servicio militar, que es una fuerza importante en términos de número. Se han entregado remedios de parche, como los soldados de tropa profesional, que solamente pueden estar cinco años y no pueden ser recontratados. Pero hablando de la capacidad y de lo que es capaz de proyectar, el Ejército es hoy una institución de referencia en la región.
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