50 años del golpe de Estado en Chile
En 1973 la política fue derrotada y eso es algo que no puede volver a ocurrir. La desconfianza en ese entonces hizo imposible llegar a acuerdos, de lo que debemos aprender
El 11 de septiembre de 1973 fue un día trágico que marcó nuestra historia como país. Aplastó nuestras esperanzas de vencer una tremenda desigualdad estructural, acabó con el Gobierno de Salvador Allende y con nuestra democracia; también nos dividió profundamente. A 50 años del golpe de Estado es necesario revisar ciertos mínimos comunes para poder proyectarnos como país hacia los próximos 50 años, porque la historia hay que comprenderla para no repetirla.
Cuando hoy hablamos del golpe de Estado, debemos entender que el 70% de los chilenos y chilenas no había nacido hace 50 años. Es decir, quienes fuimos testigos de esos hechos brutales somos hoy una minoría en nuestro país. Y somos justamente quienes vivimos de cerca estos acontecimientos quienes tenemos una responsabilidad con la memoria, porque es lo que nos permite como sociedad reconocernos en el presente, y conectar el ayer con el mañana.
La política, en términos simples, consiste en procesar nuestras diferencias de manera pacífica, respetando las libertades y visiones de unos y otros; es clave entender las limitaciones y ponerse de acuerdo en cuestiones básicas. En 1973 la política fue derrotada y eso es algo que no puede volver a ocurrir.
Un golpe de Estado no puede justificarse jamás. Nunca puede formar parte de las opciones que tienen los países para resolver sus diferencias, porque no es más que la forma de aplastar a un Gobierno y aterrorizar a un pueblo. Esta es una de las cuestiones básicas en las que debemos estar de acuerdo hoy. Imágenes como la del bombardeo a La Moneda y los tanques rodeando la casa de Gobierno, no pueden dejar a nadie indiferente.
En segundo lugar, no importa cuán complejo sea el contexto político, la democracia no debe ser puesta en duda nunca. La dictadura no hizo más que confirmar el enorme abismo que separa una democracia, con todas sus imperfecciones, y un régimen que recurre a la fuerza más brutal para eliminar las libertades civiles y políticas básicas.
La democracia no es un sistema perfecto, pero es el mejor sistema que tenemos. Es un sistema que cuenta con las herramientas e instituciones para corregir sus falencias. La democracia se construye en un diálogo entre miradas plurales y diversas en donde la autocrítica y la crítica honesta son bienvenidas en cualquier proceso político; son, de hecho, una de las armas de la democracia.
Una tercera cuestión en la que todos debemos estar de acuerdo, es que los crímenes de lesa humanidad no tienen cabida en nuestra patria ni en ningún lugar del mundo. Aún estamos cargando dolores como sociedad, porque durante 17 años una política de Estado se basó en aniquilar a quienes pensaban distinto o a quienes se consideraban peligrosos.
Nada nunca podrá justificar que se atropelle la dignidad que nos define como humanidad.
Es innegable que hay hechos incuestionables, documentados, y las heridas son más difíciles de sanar si hay quienes niegan o justifican lo que ya establecieron comisiones como Rettig o Valech, o las mismas investigaciones judiciales. Esto deteriora nuestra posibilidad de ser comunidad. Es por ello que nuestro deber moral es hacer todo lo posible para que no se repitan casos tan dolorosos como los que se vivieron durante la dictadura.
En Chile cuando hablamos del golpe de Estado, de la dictadura, de los crímenes de lesa humanidad, no hablamos de conceptos abstractos, sino que hablamos de hechos que quedaron marcados a fuego en nuestra memoria individual, institucional y nacional.
Cuando observamos las encuestas sobre la democracia y cómo se ha perdido la credibilidad en esta, debemos alertarnos. Un ejemplo de ello es la última encuesta CEP que refleja la desconfianza de chilenos y chilenas hacia el sistema político institucional. La frase “a la gente como uno le da lo mismo un régimen democrático que uno autoritario” es apoyada por el 25% de los encuestados y las encuestadas. Otras encuestas muestran que para un porcentaje de chilenos y chilenas el mejor gobernante de Chile ha sido Augusto Pinochet.
Septiembre siempre llega como un espejo en el que nos reconocemos como chilenas y chilenos, y en estos 50 años debemos mirarnos y reconocernos como hermanos de un mismo país para llevarnos a defender y profundizar la democracia, y respetar siempre los derechos humanos. Esa es una responsabilidad de todos nosotros. Debemos asegurar que haya verdad plena, justicia plena y un compromiso de todos de cuidar la democracia. De ahí la importancia del Plan de Búsqueda de Detenidos Desaparecidos anunciado por el actual Gobierno.
Recientemente leí las memorias de Patricio Aylwin, La experiencia política de la Unidad Popular. Al inicio y al final el expresidente se pregunta qué podríamos haber hecho mejor o distinto para haber logrado cambiar el curso de los acontecimientos. La desconfianza en ese entonces hizo imposible llegar a acuerdos, algo de lo que debemos aprender. Debemos también cuidar el lenguaje y la forma en que nos relacionamos los unos con los otros, porque las formas también importan y debemos cuidarlas.
A 50 años de una tragedia conocida mundialmente por su brutalidad, debemos tener claridad sobre lo que vivimos. Debe ser una lección para el futuro que construiremos para los próximos 50 años, para que en nuestro país nadie dude sobre la gravedad de lo ocurrido, para que todos tengan la sensatez de que eso no puede volver a ocurrir. Para que seamos un Chile más unido, en el que todos luchemos por nuestro más profundo anhelo: terminar con la desigualdad que ha marcado históricamente a nuestro país, alcanzar el bienestar y la dignidad para todas y todos quienes habitan nuestro territorio.
La memoria es una herramienta poderosa. Recordar el golpe de Estado y sus consecuencias nos permite reflexionar sobre nuestro pasado, comprender nuestro presente y, lo más importante, construir un futuro mejor. No olvidemos el pasado, pero utilicémoslo como un faro para guiar nuestras acciones futuras y construir un Chile más justo y equitativo.
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