Naturaleza, agricultura y arte contra la Andalucía vaciada
Genalguacil crea una concejalía de Despoblación para fomentar iniciativas que fijen población y atraigan a nuevos vecinos
La estampa que rodea a Fernando Serrano y su hijo es idílica. Ambos recogen mandarinas en unas pequeñas vegas junto al río Almarchal, donde poseen unas decenas de árboles de cítricos. Al fondo está su vivienda, de blanco andaluz. Un poco más arriba, una preciosa casa rural con piscina que esta familia alquila en primavera y verano a turistas de medio planeta. Alrededor, hay alcornoques, que cada nueve años aportan algún ingreso extra gracias a su corcho. “Esto es un paraíso, pero también hay muchas dificultades: el campo no es nada fácil”, aseguran los dos hombres para devolver la deliciosa imagen a la realidad. Es el entorno que buscaban y, a pesar del mucho trabajo que conlleva, lo están disfrutando al máximo.
Mientras cosechan, el sol de invierno calienta como pocas veces en Genalguacil (Málaga), donde la familia tiene la finca. Es un pequeño pueblo el Valle del Genal con difíciles comunicaciones: la carretera que le une a la Costa del Sol se terminó en 2017 y no tiene conexión directa con la autovía A-7. Quienes van al pueblo deben encender el navegador -solo hay un par de señales que indiquen el recorrido- y atravesar Estepona o dar rodeos kilométricos por la Serranía de Ronda. Los autobuses no pueden girar en las cerradas curvas y los camiones de distribución de mercancías cobran un suplemento a los negocios por las dificultades. Pero a Fernando y su familia les merece la pena. Su llegada, además, fue una alegría para el vecindario: los cuatro menores en edad escolar formaban el 15% del alumnado de la escuela. “Fue difícil. Pasé de un centro con tres clases de 30 chavales de mi edad a un colegio donde había 26 alumnos y solo tres de mi curso”, recuerda Fernando Serrano hijo, que hoy tiene tres hermanos mayores y tres menores.
La Junta de Andalucía estima que siete de cada 10 pueblos andaluces de menos de 5.000 habitantes ha perdido población en las últimas dos décadas. En el caso de Genalguacil, un tercio de sus habitantes. Por eso Miguel Ángel Herrera, alcalde del municipio, toma a esta familia como ejemplo de lucha de su gran reto actual: la despoblación. “Les necesitamos”, dice. Las estadísticas le han dado una alegría. La localidad ha pasado de 393 vecinos en 2018 a 410 en 2019. Dos han llegado desde Huétor Tájar (Granada) para encargarse de la farmacia. “Quería tener la mía propia y esto nos encantó. En vez de hipotecarme en una vivienda, lo hice en un negocio”, dice Mónica García, licenciada por la Universidad de Granada. Tiene 32 años y llegó hace poco más de un año al pueblo junto a su pareja, Paco, de 31. “Vinimos por calidad de vida y no nos ha defraudado. Estamos muy contentos”, cuenta, feliz, la joven.
Genalguacil emprendió hace 25 años la lucha contra la despoblación con una propuesta para convertir al pueblo en un museo al aire libre con encuentros de arte cada dos años. La llegada de Herrera en 2011 fue un punto de inflexión: el proyecto se profesionalizó y ahora suma actividades cada mes. El Observatorio de la Cultura incluyó a la iniciativa como la decimoquinta de carácter cultural más importante de Andalucía en 2018, la única entre las 20 primeras más allá de una gran ciudad. Hay un Museo de Arte Contemporáneo y talleres donde los artistas producen sus obras. Ahora el alcalde ha dado un paso más con una concejalía de Despoblación, la primera de Andalucía, para focalizar esfuerzos. La dirige la genalguacileña Marta Calvente. “El objetivo es atraer población, pero también fijarla”, dice. ¿Y cómo se consigue? “Por un lado, promoviendo iniciativas, creando espíritu emprendedor. Por otro, luchando porque tengamos servicios públicos y de calidad”, destaca. Con médico cuatro días en semana -el quinto tienen enfermero-, banco dos días y “un estupendo colegio” con 26 estudiantes, cree que las bases están puestas. Eso sí, la secundaria la tienen a media hora en Algatocín, como el centro de salud.
“Las grandes administraciones tratan con aspirinas el cáncer que supone la pérdida de habitantes”, subraya Herrera, que apostaría por iniciativas con “efecto inmediato” como una tarifa plana para autónomos o incentivos al emprendimiento. El municipio pone su grano de arena en forma de locales gratuitos y terrenos para quienes quieran montar un negocio en el sector agroalimentario, pero pide ayuda al resto de gobiernos. “Me siento abandonado”, sentencia el alcalde, aunque la Diputación de Málaga ha puesto en marcha un ambicioso proyecto para luchar contra la despoblación, con muchas ideas y poco presupuesto más allá de cinco millones de euros anuales durante la próxima década para el arreglo de carreteras. “Para tener población hace falta generar oportunidades. Las comunicaciones no bastan. Y hoy, en los pueblos, no las hay por las políticas neoliberales”, critica desde su taller el argentino Carlos Re, que reside en la localidad desde 2001 junto al holandés Gerard Witlox. “Vivir aquí supone despojarte de cosas, mirarte al espejo; pero luego la vida es mejor”, explica a sus 74 años y energía a raudales.
“Hay que dar luz a los pueblos, el campo es el sustento de la ciudad”, dice con ilusión Fernando Serrano júnior, que, como su padre, cree que quienes viven en localidades pequeñas deben tener, al menos, la opción de elegir quedarse o marcharse. “Cada uno que haga lo que crea conveniente, pero aquí, por ahora, apenas hay elección: la mayoría debe irse”, cuenta. Con 18 años estudia en el Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (IFAPA) de Málaga para, pronto, hacerse cargo de la finca junto a su padre. “Ese es mi sueño”, concluye. Y el de Genalguacil.
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