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Los locales resilientes

El libro 'Comercios históricos de Madrid' recoge el pasado y las anécdotas de las tiendas más antiguas de la capital

Sergio C. Fanjul
Interior de la Satrería Seseña, especializados en capas, en Madrid.
Interior de la Satrería Seseña, especializados en capas, en Madrid.Santi Burgos
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In Madrid a dwindling number of historic shops resist globalization

Dice la leyenda que un alquimista veneciano llegó a la corte de Felipe II con la misión de arreglar los problemas financieros del reino mediante la creación alquímica de plata para pagar al ejército. Y dice también que ese misterioso alquimista fue el que abrió en 1578 la Antigua Farmacia de la Reina Madre, el establecimiento más antiguo de Madrid, que permanece desde entonces en el número 59 de la calle Mayor. La botica abasteció a la monarquía y Felipe V le concedió el escudo real; hasta había un túnel, hoy tapiado, que la conectaba con el Palacio Real. Entre sus reliquias hay un frasco que contiene polvo de momia y una receta que perteneció a Miguel de Cervantes.

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El reciente libro Comercios históricos de Madrid (Ediciones La Librería), escrito por Enrique Ibáñez y Gumersindo Fernández, recoge las pequeñas historias y anécdotas de los establecimientos más antiguos de la ciudad, que configuran un puzzle paralelo a la gran Historia con mayúsculas. Entre ellos esta farmacia de madera vetusta que nos retrotrae a siglos anteriores y sigue en funcionamiento, al igual que otros comercios que resisten a esa gran ola mundial que iguala todo lo que toca y que convierte los centros de las ciudades, ya sean grandes capitales o ciudades de provincias, en la misma sucesión de franquicias de fast food o ropa barata. En este libro se ve lo que resiste, al menos por el momento, y parte de lo ya desaparecido.

“En los últimos años los comercios antiguos han ido desapareciendo por razones como la subida del precio de los alquileres en los centros históricos o la competencia de grandes superficies”, dice Ibáñez. Otros factores implicados son los rampantes procesos de gentrificación y turistificación. El resultado, según los autores, es una pérdida de caracter de las ciudades y uniformización a nivel global: los principales comercios de muchas de las diferentes ciudades del mundo son los mismos. “Esta pérdida de identidad es una de las consecuencias negativas de la globalización” dice Fernández.

Lo que es difícil de encontrar en otro lugar es la botería de Julio Rodríguez (Aguila, 12), fundada en 1909, el último artesano botero de Madrid que sigue realizando su trabajo de manera artesanal en un lugar que permite el viaje en el tiempo entre odres y botas fabricadas con piel de cabra. O los característicos caramelos de violeta que despachan en La Violeta (plaza de Canalejas, 6) desde 1915, elaborados en forma escarchada o de flor de cinco pétalos con un aire decididamente refinado y vintage.

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O la histórica chocolatería San Ginés (San Ginés, 5) que, fundada en 1894, abre 24 horas y sigue despachando unos 4.000 churros al día convertida ya en un referente turístico. Valle Inclán la convirtió en la Buñolería Modernista, una de las paradas de Max Estrella y Don Latino en la obra Luces de bohemia. Entre otros resistentes con solera está Caramelos Paco, la pastelería La Mallorquina, el restaurante Lhardy o Capas Seseña, otro ejemplar único en su especie, que lleva confeccionando una prenda tan particular como es la capa española desde 1901.

Cuentan los autores que el comercio madrileño en el s. XIX se desarrolló de espaldas a tendencias internacionales como los grandes almacenes parisinos, de influencia estadounidense, mientras gestaba un tipo de comercio de lujo amparado por la corte que contrastaba modestas tabernas castizas. La revolución del comercio madrileño llega en el XX, cuando llegan los almacenes, los hoteles de lujo y proyectos urbanísticos como la Gran Vía. A partir de los años 50 Madrid fomenta su imagen de ciudad moderna que se ve culminada con la llegada de la Transición y La Movida.

“Los cambios en los hábitos de consumo también pueden ser una de las causas del cierre de estos negocios, así que el reto que tienen ahora los comercios antiguos es saber modernizarse para mantenerse con el ritmo de los tiempos”, explica Fernández. Esto implica tanto refrescar sus productos como buscar nuevos modelos de negocio, como la venta por Internet (Capas Seseña, por ejemplo, dispone de una moderna pagina web donde incluso promueve el hashtag #capethefuture). Si se sabe sacar provecho, la antigüedad también puede ser un aliciente para el negocio, como se ve en muchos de los establecimientos con más solera: es el caso del restaurante Botín, fundado en 1725, que lleva con orgullo ser el más antiguo del mundo, como figura en el Libro Guinness de los Récords.

El auge del turismo, escriben los autores, sirve como salvavidas de la hostelería, pero ha acabado con pequeños comercios tradicionales “acosados por el alza de los alquileres”. Los comercios antiguos, según informan desde el Área de Urbanismo del Ayuntamiento no tienen ninguna protección específica, aunque cuando un edificio se protege y contiene a uno de estos establecimientos se incluye una descripción en el catálogo. Además el Consistorio mantiene la webApp Comercios Centenarios de Madrid, en la que también se recogen muchos de estos lugares. En el mundo físico, desde 2006, los distingue una placa diseñada por Antonio Mingote.

El libro también recuerda establecimientos ya desaparecidos: salas de conciertos como el Rock-Ola (que ahora tiene una nueva encarnación) o el bar punk rockero Ágapo, cafés como el de Fornos (donde se conocieron Unamuno y Baroja y ahora hay un Starbucks) o del Gato Negro, la fábrica de cervezas el Águila (hoy biblioteca regional Joaquín Leguina) o los grandes almacenes Galerías Preciados. El fin de Ibañez y Fernández es que los usuarios no se fijen solo en los productos o los precios de estos establecimientos, sino que sean conscientes de la historia de la ciudad que se agazapa tras sus vitrinas.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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