La Transición estaba en Múnich
El premio Comillas recae en un estudio de Jordi Amat sobre el ‘Contubernio’ de 1962
Por vez primera desde el final de la Guerra Civil, toda la oposición al franquismo (excluidos los comunistas, pero hubo incluso algunos entre bambalinas) aparcó rencillas y se reunió del 5 al 8 de junio de 1962 en Múnich. ¿Los documentos que trabajaron los 118 delegados, encabezados por personajes como Salvador de Madariaga, José María Gil Robles y Dionisio Ridruejo, planteaban una reforma democrática más potente que la que, en el fondo, se impuso en los años 70 y dio pie a la hoy ya muy zarandeada Transición? Esa sugerente tesis es la premisa del libro La primavera de Múnich. Esperanza y fracaso de una transición democrática, con la que el historiador y filólogo Jordi Amat ha obtenido el 28º premio Comillas de historia, biografía y memorias que concede y dota con 12.000 euros la editorial Tusquets y al que se habían presentado 49 originales. El libro se publicará este mes de marzo.
Los en buen aparte vírgenes archivos de personajes como los políticos Ridruejo y el vasco Manuel de Irujo, el poeta Marià Manent y el que fuera secretario de la Comisión Española del Congreso para la Libertad de la Cultura, Pablo Martí Zaro, son los que han proporcionado al autor “una cantidad de inéditos delirante”, como él mismo lo define, para construir el retrato más exhaustivo de la preparación, desarrollo y consecuencias de lo que la prensa del régimen, a través de una de sus más rabiosas cabeceras, Arriba, bautizó como “Contubernio de Múnich” y que provocó una de las oleadas represivas más contundentes de Franco.
Tras casi ocho años desde que empezó a bucear en el tema, Amat (Barcelona, 1978) llega a la conclusión de que ahí floreció una potencial Transición en muchos aspectos más fuerte y pragmática que la que se vivió casi 15 años después. “La alternativa democrática antifranquista que plantean entonces es mucho más viable, más realista por su potencia, que la ruptura que se planteó después en los 70, débil por poco realizable, lo que dejó un espacio que acabó liderando el propio reformismo franquista”, argumenta consciente de la polémica que puede generar el autor.
Y eso a pesar de que en buena parte los reformistas de los 60 admitieron que todo podría pasar incluso por la monarquía si esta jugaba las bazas de un indudable compromiso democrático. “Les interesaba más la profundidad del cambio en sí que no el tipo de régimen en el que iba a plasmarse”, arguye. Ello se explica por la misma biografía de los que lo impulsaron, en muchos casos salidos del régimen franquista mismo: “Gentes como Ridruejo sabían perfectamente de qué estaba hecha la bestia del régimen y eran por ello mejores conocedores de por dónde se la debía atacar y qué había de cambiar; algo parecido ocurre con Gil Robles… Así se da la paradoja de que los europeístas del interior, cuya comisión presidía Ridruejo, iban mucho más allá de lo que promulgaban los europeístas del exilio: ‘No se quede corto’, le llegan a escribir a Madariaga”.
El que podría definirse como “un espejo crítico sobre la Transición actual” tiene en Irujo a su “garganta profunda”: el que fuera delegado del Partido Nacionalista Vasco y responsable de las relaciones institucionales con el exilio tomó notas de todas las reuniones preliminares que llevaron al Contubernio de Múnich. De ahí se alimenta en buena parte Amat, ya veterano en hurgar en papeles como demostró en Las voces del diálogo. Poesía y política en el medio siglo (2007) o Els laberints de la llibertat. Vida de Ramon Trias Fargas (2009, premio Gaziel).
Marca de la casa, La primavera de Múnich vertebra sus 480 páginas entrelazando la mirada política con la intelectual y cultural, como ya refleja el hasta ahora libro más ambicioso y polémico del autor, El llarg procès. Cultura i política en la Catalunya contemporània (1937-2014), publicado precisamente en Tusquets, y donde desvela los usos políticos del relato histórico y cultural que se ha hecho en Cataluña desde la Guerra Civil. El hilo conductor aquí es la también aún desconocida figura de Julián Gorkin, a quien Amat sigue la pista desde su salida de la prisión en 1939 como antiguo militante del comunista POUM a trabajador del Congreso para la Libertad de la Cultura, que funcionaba de refugio de aquellos opositores al régimen. En esa entidad estuvo el germen que acabó con ellos: en 1966 empezaron a aparecer en The New York Times las primeras informaciones que desvelaban que ese Congreso para la Libertad estaba en buena parte financiada por la CIA para captar a los intelectuales y alejarlos de los cantos de sirena marxistas. Entre otros muchos, estaba reclutado Madariaga. “Ahí perdieron buena parte de su crédito a ojos de la nueva juventud opositora; esos intelectuales liberales serán vistos y tratados, en los agitados años finales de los 60 y principios de los 70, como caspa por los jóvenes”. Múnich, pues, como una prematura primavera.
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