Fondo ideológico
Para oponerse a las medidas de recorte en Educación y Sanidad del gobierno de Mariano Rajoy, el argumento que más se está invocando, desde diferentes instancias incluido el propio Ejecutivo vasco, es el autogobierno: se trata, para defender otra manera de abordar estas cuestiones o para negarse a cumplir estas medidas, de apoyarse en el marco competencial. No es que este argumento no me parezca válido, es que lo considero insuficiente o sin el suficiente relieve político en un momento en que el derrumbe del Estado de Bienestar necesita frenarse desde el cimiento, es decir, desde el concepto. El competencial es un argumento político-técnico con un horizonte “de cercanías”: y ahí están los servicios jurídicos para establecer la cartografía precisa, exacta, de las competencias que le corresponden a cada cual. Y entiendo que lo que se necesitan ahora mismo son argumentos de largo recorrido, no de técnica sino de ideología política. Que lo que hace falta es asumir la defensa de esos servicios públicos fundamentales desde convicciones y con decisiones que traduzcan un ideario de principios, una visión del mundo.
Porque no creo que nos encontremos ante un debate o una pugna des/centralizadores. Y en cualquier caso, el modelo competencial por sí solo no resuelve las cuestiones de fondo: hay Estados centralizados que asumen políticas progresistas, y Estados descentralizados conservadores; y viceversa. No creo que sea el reparto del poder competencial lo que está en este momento en juego, sino la idea de lo que el poder tiene que ser, de lo que tiene que representar para los ciudadanos. La idea de las responsabilidades que el poder tiene y quiere asumir; de las prioridades en torno a las que debe y quiere organizar su gestión. No se trata, en definitiva, de determinar quién puede o no cortar las inversiones en Sanidad o Investigación o Educación; se trata de quién defiende que esas materias deben preservarse, en cualquier circunstancia, de la intemperie del recorte. Que por ahí no se corta, sino al contrario, que hay que concentrar los esfuerzos y los recursos, también los imaginativos (¿no se puede apelar a nada en nuestra sociedad que no sea estrictamente material o contable?), para, sobre todo, no cortar por ahí.
Que hay que reunir, imantar, energías para, sobre todo, defender la esencia del Estado de Bienestar —que creo que debería escribirse siempre con minúscula para no olvidar que tiene que ver con la vida real, con la experiencia cotidiana de la gente— y del interés común; y de esos servicios públicos que, como la Sanidad o la Educación, son tan fundamentales que constituyen el cimiento mismo de una convivencia social equilibrada, solidaria, justa; y sólo de ese modo, en esos cumplimientos, apetecible. Asumir o no esas responsabilidades; defender o no ese modelo de sociedad no tiene que ver con la forma de un mapa autonómico, sino con el fondo de una ideología, de una ética política.
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