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¿Cuándo dejamos de ser optimistas prácticos para convertirnos en ilusos inmaduros?

El optimismo es una de las mejores inversiones de futuro... cuando sabes sortear sus trampas

Balloon stuck on a metal spike
Richard Drury (Getty)

Te levantas por la mañana y el cielo está despejado, brilla el sol, los pájaros cantan y tú te hinchas como un globo: ¿acaso hay mejor manera de arrancar una jornada que con una mente positiva? Cualquiera diría que no, teniendo en cuenta que el optimismo aviva la creatividad, cultiva la alegría, motiva al optimista y a su entorno; aumenta la autoestima, la seguridad y la confianza; invita a la acción, a disfrutar más de la vida, incluso podría ayudar a vivir más años... Pero cuidado, cuando el globo se hincha demasiado acaba explotando.

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Lo cierto es que casi todos prevemos que en el futuro nos irá mejor, almacenamos más recuerdos positivos que negativos y, normalmente, pensamos que vivir merece la pena pese a que las circunstancias sean adversas. La mayoría de las personas tiende a ser optimista respecto al futuro, sí, pero hay un peligro oculto y muy habitual que algunos optimistas (y no solo ellos) suelen obviar cuando miran hacia lo que se les viene encima. Se conoce como sesgo de positividad y puede alimentar un optimismo extremo que conduce a la desconexión de la realidad, a una arriesgada subestimación de todo lo negativo que se le pone a uno por delante.

El psiquiatra y profesor de la Universidad de Nueva York (EE UU) Luis Rojas Marcos resume en pocas palabras cómo detectar a quienes acusan el influjo de este sesgo peligroso: “Son esas personas se tirarían sin paracaídas porque nada puede salir mal”. Más que optimismo, dice Rojas Marcos, lo suyo “es falta de sentido común”... María Jesús Álava Reyes, psicóloga y autora del libro Saca partido a tu vida: tuits positivos para cada emoción y cada día (La esfera de los libros, 2020), añade que es el perfil típico de “gente inmadura, ilusa y que no tiene buen equilibrio emocional”.

No mires a otro lado si no estás en esa situación, “la mayoría de las personas tiende a sobrestimar las posibilidades de experimentar un evento positivo (como obtener un ascenso) y subestimar las de experimentar un evento negativo (como un robo)”, según un estudio estadounidense en el que se analizó la percepción de un millar de personas sobre las posibilidades de enfermar de covid-19. La mayor parte pensó que tenía menos probabilidades que la media, lo que se debe a “la tendencia de ver el futuro como algo mejor que el pasado y el presente, y subestimar que nos pasen cosas negativas”, explica la responsable del trabajo, Tali Sharot, profesora de Neurociencia Cognitiva del University College de Londres.

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Ante el mismo ejemplo de la investigación, el de la pandemia en la que vivimos, Álava Reyes explica que una persona optimista “entiende que debe aprender a convivir con el virus, a vivir el día a día según se puede, pero no se relaja porque haya vacunas a la vista”, afirma. En cambio, quienes viven sobre esas fantásticas nubes creadas por el sesgo no se comportarán de la misma manera. Los equivalentes a saltar de un avión sin paracaídas en estos tiempos en los que vivimos vienen a ser no usar la mascarilla, no mantener la distancia, no poner en práctica las medidas de higiene e incumplir las normas a la hora de relacionarse con otras personas.

¿Pero es posible corregir los efectos de esta desacertada manera de percibir la realidad? Los especialistas subrayan que parte de la positividad va en el temperamento, es decir, en nuestros genes, pero que también depende del ambiente en el que nos desarrollamos. El optimismo de una persona que se desarrolla en una familia que tenga grandes dosis de esta característica tiende a crecer, y a decrecer cuando se cría entre pesimistas. “También influye la voluntad de cada persona por cambiar”, dice la psicóloga. Vale la pena tener en cuenta que para los niños es un poco más fácil, y que hay formas de conseguir que aprendan sobreponerse a la adversidad siendo positivos.

Por una vida más feliz, y también más larga

Un trabajo en el que participaron 97.000 individuos destaca que las personas optimistas tienen un 14% menos de probabilidad de morir antes de los 65 años y un 30% menos de perecer por problemas cardiovasculares que los no optimistas. “El optimismo reduce el estrés y la ansiedad, mejora el sistema inmunitario y crea motivación para conductas saludables”, subraya Sharot. Otro estudio de la Universidad de Boston (EE UU), en el que se analizó una muestra de 69.744 mujeres y 1.429 hombres durante décadas, concluyó que la longevidad masculina era un 11% mayor entre los optimistas, cifra que aumentaba al 15% en el caso de las mujeres. Erik Giltay, de la Universidad de Wageningen (Países Bajos), condujo una investigación que concluyó que los optimistas tienen un 55% menos de riesgo de fallecer por cualquier causa y un 23% menos de hacerlo a consecuencia de un ataque al corazón.

Según una investigación de la Clínica Mayo, ser muy pesimista aumenta el riesgo de mortalidad en un 19%. Curiosamente, esto no impide que los pesimistas gocen de buena reputación; es habitual que se les tome por “realistas y bien informados”, opina el abogado Luis Casals en su libro Homo responsabilis. Aunque quizá solo mantengan esta apreciación de puertas afuera. “En estos tiempos inciertos cada día me encuentro más gente que guarda su saludable optimismo en secreto. Cuando pregunto, unos callan por temor al ridículo, a ser calificados de ingenuos o incluso de ignorantes, otros temen provocar envidia. Todos coinciden en que está mal visto”, subrayaba el año pasado en Twitter Luis Rojas Marcos, quien se acerca al optimismo en libros como La fuerza del optimismo (Aguilar, 2005) y Todo lo que he aprendido: 303 ideas para una vida mejor (Espasa, 2014). Es una opción.

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