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Reto ‘Comer menos carne desde ya’. Día 1: conoce lo que sucede en granjas y mataderos

Antes de iniciar con nosotros el camino hacia una alimentación más vegetal, cárgate de razones: así se las gasta la industria que corta el bacalao (perdón, el chuletón)

cerdos
eyup zengin (Getty Images/iStockphoto)
Nacho Sánchez

La industria cárnica es, en España, una máquina perfectamente engrasada. Nadie niega la capacidad que tienen sus 3.000 empresas para que jamás falte un filete en los lineales de los supermercados. Es un sector rentable que aquí factura unos 27.000 millones de euros anuales –el 2,2% del PIB nacional– y posee un inmenso poder socioeconómico: dos millones de personas viven de la cadena cárnica que se inicia con el ganadero y acaba en el charcutero. Nuestro país posee uno de cada cinco animales de la cabaña de toda Europa. Solo en 2019 produjo 7 millones de toneladas y el valor de las exportaciones –a más de un centenar de países– alcanzó la cifra récord de 7.555 millones de euros el año pasado. Los datos cortan la respiración. “La cría de animales y la transformación de sus productos tienen futuro en España y en Europa”, defiende Yannis Virvilis, portavoz de la representación de la Comisión Europea en tierras españolas. Sin embargo, el constante crecimiento del sector plantea algunas dudas. ¿Es sostenible? ¿Puede sobrevivir (y progresar) tal y como lo conocemos? ¿Hasta cuándo resistirán nuestra salud y la del planeta?

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Cuesta más de lo que pagamos

Mientras nos da de comer, el sector cárnico lleva años en el ojo del huracán. Tiene un problema con su opacidad y la contaminación que genera. Según la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), esta industria emite el 14,5% de vapores malos en todo el planeta, cifra que en España el Gobierno rebaja al 8% en su último Avance de emisiones de gases de efecto invernadero 2019. Las ingentes cantidades de excrementos de los animales también suponen un problema: se filtran y contaminan de nitratos el agua que consumimos y la llenan de los compuestos farmacéuticos que la industria usa para mantenerlos con una salud de hierro que, de propina, aumenta peligrosamente nuestra resistencia a los antibióticos… Un no parar.

La FAO también lleva años alertando sobre el excesivo empleo de tierra y recursos hídricos para conseguir un producto (la proteína animal) que se puede obtener de otras maneras. La ganadería industrial acumula en su contra cada vez más plataformas y organizaciones debido a una ciudadanía más sensible al bienestar animal y concienciada con la sostenibilidad medioambiental. Y que, además, se suma progresivamente al aumento de formas de vida alimentarias como el veganismo o el vegetarianismo, que los descartan. El sector se declara consciente de todo ello y ha dado los primeros pasos para su transformación, pero su adaptación a largo plazo está en el aire cuando las empresas que ofrecen carne verde –elaborada únicamente a base de plantas– suben como la espuma y, de reojo, ya vemos cómo Singapur aprueba la comercialización de pollo generado a partir de células animales. Y sin matar.

El problema está en la intensidad

Santa Eulalia la Mayor es una minúscula localidad de medio centenar de habitantes y preciosas casas de piedra perteneciente al municipio de Loporzano, en Huesca. Se ubica justo en el borde sur del Parque Natural de la Sierra y los cañones de Guara, a media hora de la capital oscense. Hasta allí se fue Rosa Díez Tagarro para buscar aire libre, naturaleza y una vida alejada de la ciudad. Ahora teme que pronto no pueda tender la ropa en el exterior, abrir la ventana cuando haga calor o beber agua del grifo con tranquilidad. Dos proyectos de granjas industriales porcinas amenazan a un territorio “que no podría soportar la contaminación que causan”, explica, en una provincia que ya tiene 4,5 millones de cerdos frente a poco más de 200.000 habitantes. En 2015 fundó la plataforma Loporzano sin ganadería intensiva e impulsó la Coordinadora estatal Stop Ganadería Industrial, de la que ahora ejerce de portavoz y que aglutina a medio centenar de organizaciones ciudadanas de todo el país que cuentan con el apoyo de entidades como Ecologistas en Acción. “No nos queda otro remedio que defender estos pueblos de la amenaza que supone un sector que arrancó en Cataluña, se extendió a Aragón y más tarde ha ido creciendo por toda España”.

Comemos entre 125 y 275 gramos diarios de carne. Sin embargo, tanto las recomendaciones de los ecologistas, como las de los nutricionistas, científicos e incluso algunos productores, dicen que el consumo debe rondar entre los 200 y 400 gramos semanales, como subraya EAT-Lancet. Es decir, poco más de una hamburguesa.
Comemos entre 125 y 275 gramos diarios de carne. Sin embargo, tanto las recomendaciones de los ecologistas, como las de los nutricionistas, científicos e incluso algunos productores, dicen que el consumo debe rondar entre los 200 y 400 gramos semanales, como subraya EAT-Lancet. Es decir, poco más de una hamburguesa. eyup zengin (Getty Images/iStockphoto)

La ganadería porcina ha perdido más de 86.000 explotaciones en una década mientras la producción no deja de crecer –concentrándose en unas pocas manos–, igual que le ha ocurrido al vacuno, que ha perdido más de 120.000 desde los años 90. El sector cárnico se ha convertido en una industria y, como tal, las plataformas ciudadanas creen que debe alejarse del campo. Desde su punto de vista, su presencia crea graves problemas. Los datos de la Confederación Hidrográfica del Ebro soportan esa opinión: uno de cada cinco aragoneses, como Rosa, está expuesto a aguas contaminadas. Y la situación es similar allá donde hay granjas. “Los pueblos se están utilizando como vertederos. No es solo un caso concreto como el nuestro, es un problema de salud pública”, insiste la portavoz de la coordinadora.

Se replica en sitios como Lastras de Cuéllar (Segovia) o Fuente de Piedra (Málaga) y otros muchos más. “España debe replantearse urgentemente el desarrollo de su industria porcina de modo que la ganadería vuelva a ser una actividad que contribuya a las comunidades rurales, satisfaga las demandas de las personas consumidoras y sea respetuosa con el medioambiente y las condiciones laborales”, refleja el informe publicado por las ONG Amigos de la Tierra y Food & Water Action Europe el pasado mes de octubre.

Estas organizaciones sociales indican un camino que ya emprendió Consuelo Gámez hace más de una década en el valle del Genal, un exquisito rincón natural escondido en la Serranía de Ronda, al norte de Málaga. Gámez se convirtió en 1968 en la primera mujer en dar clase en la Universidad de Málaga. Hace unos años, tras enviudar, apostó por la cría de cochinos en su finca en el campo y en 2010 fundó La Dehesa de los Monteros. Hoy cuenta con 1.300 hectáreas de terreno y, cada año, su equipo sacrifica a un millar de ejemplares. Durante su vida, cada uno cuenta con más de 1.000 metros cuadrados por cabeza, come bellotas y encinas que caen de los árboles que pueblan la zona, completa su alimentación con cereales en temporada baja de montanera y corretea por los montes con libertad. La mayoría, 950, son ibéricos puros. Los otros 50 pertenecen a la raza rubio dorado rondeño, prácticamente extinguida y que esta familia se ha volcado en recuperar a pesar de que tardan 36 meses en llegar a su peso ideal, seis veces más que un cerdo blanco en intensivo.

“La menor productividad ha hecho que desaparezcan casi todas las razas autóctonas”, dice José Simón, director general de la compañía. “El sector industrial cárnico es muy contaminante, tiene que cambiar. Creo que el futuro debe pasar por explotaciones sostenibles, un bajo impacto ambiental y gran respeto al bienestar animal, además de la cría de animales autóctonos en su propio entorno natural”, afirma, y remata sentenciando que “eso sí es ecologismo”. Su producto es más caro porque los costes de producción son mayores, pero cree que es momento de que el consumidor entienda que así es mejor para la salud, la de él y la del planeta, mientras se une a la petición de modular “mucho” el consumo de carne.

Nadie desea que no haya vacas (y que las coma quien quiera)

“No podemos permitir la desaparición del sector”, señala Luis Ferreirim, responsable de la campaña de agricultura en Greenpeace España. “Lo que solicitamos es una transformación hacia un modelo agroecológico, extensivo y con pequeñas explotaciones de cercanía”, asegura. En el sector ideal, más fraccionado y pequeño, los sellos de calidad y sostenibilidad ambiental –mucho más allá de la etiqueta ecológica hoy tan pervertida– serán claves para la supervivencia de las granjas y, sobre todo, de la Tierra. “La ganadería industrial produce mucho, rápido y barato, pero tiene demasiadas consecuencias”, añade Ferreirim. Afectan a la salud humana, como ya declaró la Organización Mundial de la Salud en 2015 al tachar la carne procesada y las rojas como cancerígenas, pero también al ecosistema: entre otros factores ya mencionados, genera deforestación.

Ferreirim solicita una transición “justa para todos” y critica que “sean los grandes ausentes de las políticas climáticas”. Greenpeace cree, además, que esa fragmentación y vuelta al origen servirá para frenar la despoblación de la España vacía, ya que ese tipo de granjas reducidas respetan el medioambiente, el bienestar animal y crean más empleo. Aspecto que el sector niega, ya que defiende que son las grandes granjas las que crean más puestos de trabajo al generar una gran actividad económica que tira de ocupaciones secundarias, como el mantenimiento de instalaciones o la distribución por carretera. “Sin esa actividad, España seguirá despoblándose”, destaca Josep Collado, secretario general de la Federación Empresarial de Carnes e Industrias Cárnicas (FECIC).

“Hay estudios que indican que vegetarianos y veganos presentan menos mortalidad cardiovascular y menos desarrollo de algunos tipos de cáncer que quienes comen carne”, añade Gabriel Olveira, jefe de Endocrinología y Nutrición del Hospital Regional Universitario de Málaga
“Hay estudios que indican que vegetarianos y veganos presentan menos mortalidad cardiovascular y menos desarrollo de algunos tipos de cáncer que quienes comen carne”, añade Gabriel Olveira, jefe de Endocrinología y Nutrición del Hospital Regional Universitario de Málagaeyup zengin (Getty Images/iStockphoto)

Collado cree que los ecologistas “exageran” el grado de contaminación de la industria cárnica, que existe una crítica obsesiva al sector y que este ha dado ya sus primeros pasos hacia la economía circular, tal y como piden desde Europa. Sin embargo, subraya que las granjas han tenido que progresar y especializarse para ser competitivas, crecer y exportar. “Se necesita producir a gran escala para dar de comer a todo el mundo”, señala el responsable de FECIC, quien además recuerda que no tiene por qué existir relación directa entre el bienestar del animal y el tamaño de la granja, porque, con buena ventilación, agua y alimentación, da igual que sean 20 que 2.000 cerdos.

No es exactamente lo que dicen algunas investigaciones de entidades como Igualdad Animal, que muestran cómo en la industria hay pollitos que mueren aplastados en cajas transportadoras o a los que operarios les arrancan la cabeza; gallinas enjauladas en situaciones absolutamente precarias o conejos que conviven con ejemplares muertos o se comen entre ellos por las condiciones de hacinamiento.

El programa Salvados, dirigido por Jordi Évole, también enseñó, en 2018, duras imágenes sobre el impactante estado de muchos de los animales de una granja de la Región de Murcia, con úlceras, enfermedades y un sinfín de signos que no concuerdan con el concepto de bienestar animal. No son los únicos. Jonathan Safran Foer, en su libro Comer Animales (Seix Barral), incluye atrocidades que revuelven el estómago y parecen sacadas de una película de terror, que son reales en EE UU. “Vivimos en un mundo donde lo normal es tratar a un animal como si fuera un pedazo de madera y donde casi resulta inconcebible tratarlo como a un ser vivo”, relata una activista en sus páginas. La violencia es, de hecho, implícita al sector, aunque varíe en los modos de aplicarla o su intensidad. Ya sea una matanza familiar –que incluye otros muchos aspectos sociales–, una explotación sostenible o el matadero más desalmado. Ante la crueldad, Safran Foer es claro: “No podemos alegar ignorancia, solo indiferencia”.

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