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En colaboración conCAF

La lucha de los campesinos peruanos para sanar sus tierras enfermas por el cambio climático

En la Cordillera Blanca de los Andes, una comunidad combina conocimientos ancestrales y científicos para hacer frente a los problemas ambientales y de salud generados por el derretimiento de los glaciares

María Rodríguez Macedo toma el sol frente a un cauce del Río Negro, en la comunidad de Cordillera Blanca (Perú).
María Rodríguez Macedo toma el sol frente a un cauce del Río Negro, en la comunidad de Cordillera Blanca (Perú).Luis Javier Maguiña

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María Rodríguez Macedo tiene 54 años y hace cuatro enfermó de cáncer de estómago. Pese a que el dolor en sus entrañas dificulta sus labores diarias, parece que en ella habita una fuerza imparable. Se levanta antes del amanecer, surca la tierra sin descanso y, cuando hace falta, recorre más de 10 kilómetros para recoger leña. Además, es la líder de un comité local de comuneros y científicos que se ha propuesto enfrentar el deterioro que el cambio climático está provocando en su comunidad en la sierra peruana. Situada en la región de Áncash, a casi 4.000 metros de altura, los habitantes de esta zona de la Cordillera Blanca viven en una lucha constante contra un enemigo invisible que crece cada año. El aumento acelerado de la temperatura del planeta derrite los glaciares, destruye sus campos de cultivos e intoxica sus ríos.

“Ahora los pastos están todos secos, antes no era así”, se lamenta la mujer parada al pie de uno de los montes que rodean su casa mientras mira el manto amarillo que lo cubre. Como otras 96 familias de la Cordillera Blanca, Rodríguez se sostiene económicamente con la agricultura y ganadería. Cultivan principalmente tubérculos y cereales.

Una de las primeras señales de los efectos que la actividad humana está teniendo en la zona la sintieron en el Río Negro, que atraviesa la provincia de Olleros y abastece a cuatro poblados de unas 2.000 personas. Hace cerca de tres décadas, los habitantes comenzaron a notar cambios en su color. “Luego de lavar las telas, quedaban amarillentas. Parecían viejas, olían feo”, asegura Rodríguez. El agua se volvió naranja y ácida. Las truchas desaparecieron. El motivo, descubrirían después, era el drenaje del ácido de las rocas.

La campesina y líder comunitaria, María Rodríguez, camina con su mula tras recolectar leña.
La campesina y líder comunitaria, María Rodríguez, camina con su mula tras recolectar leña.Luis Javier Maguiña

Con el acelerado derretimiento de los glaciares de esta zona de los Andes, quedaron expuestas rocas congeladas por millones de años con altas concentraciones de sulfuros que, en contacto con el aire y el agua, generan un ácido que corroe las piedras y libera las partículas de metal. Así se forma un líquido rojizo que se escurre por las montañas hasta llegar a los ríos de Áncash. Es un fenómeno que el Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (Inaigem) ha confirmado en tres subcuencas de la región. El director de ecosistemas de montaña de ese organismo, Francisco Medina, asegura que las aguas no cumplen con los estándares de calidad ambiental.

No son las únicas secuelas que ya ha dejado el cambio climático en la zona. El aumento en la temperatura del planeta ha ocasionado que las lluvias y heladas cada año sean más intensas en la zona, indican los estudios del Instituto de Montaña. En los últimos cinco años, la época de sequía también se ha prolongado. Simeón Cruz, presidente de la comunidad Cordillera Blanca, lamenta que esta situación ha perjudicado sus cultivos. Y aunque es difícil cuantificarlo, dice que este año los campos han producido la mitad de lo que usualmente se cosechaba en esta época. “(El agua ácida) no deja desarrollarse a las plantas, no da buen producto”, dice el agricultor.

Por otra parte, en junio, el investigador Angelo Bravo, especialista en toxicología y salud ambiental, publicó un estudio sobre los índices de riesgo de las aguas del Río Negro para la salud humana en el que concluye que los altos niveles de hierro, cobalto y litio representan un peligro para la vida. Y determinó que pueden causar problemas neurodegenerativos y gastrointestinales.

María Rodríguez, por ejemplo, sospecha que su cáncer puede deberse al consumo de esas aguas. Y el presidente de la comunidad confirma que se han presentado varios casos más, principalmente en adultos mayores que bebieron por décadas directamente del Río Negro. Uno de esos casos es el de Vicente Salvador, un comunero septuagenario y líder comunal que falleció de cáncer de estómago en 2022. Sin embargo, Cruz dice que esa enfermedad ya no es tan común, pues ahora se abastecen de un sistema de tuberías que instaló la municipalidad.


María muestra el líquido rojizo que se escurre por las montañas hasta llegar a los ríos de Áncash, una de las consecuencias del derretimiento de los glaciares.
María muestra el líquido rojizo que se escurre por las montañas hasta llegar a los ríos de Áncash, una de las consecuencias del derretimiento de los glaciares. Luis Javier Maguiña

Pero los campesinos de la zona no se rinden y están sumando esfuerzos para preservar las tierras en las que sus familias llevan viviendo por generaciones. En 2013, crearon el Comité de Investigación Agropecuaria Local (CIAL), conformado por comuneros e investigadores de la Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo y la ONG local Instituto de Montaña. El grupo que lidera Rodríguez tiene como propósito enfrentar el deterioro de las tierras agrícolas y la contaminación del Río Negro. Desde hace una década, 11 agricultores documentan las plantas, fuentes de agua y animales que viven en las 11.000 hectáreas que conforman sus tierras para identificar las principales amenazas.

Una de las primeras acciones que hicieron en 2013 los campesinos de Cordillera Blanca fue zanjar un conducto que desvía agua del Río Negro. Se trata de un canal de cinco kilómetros en el que plantaron juncos y totorillas, cuyas raíces absorben los metales. Y ya están viendo los resultados. “Pasamos de un pH de 3,5 en la entrada a 5,7 en la salida del canal”, afirma Vidal Rondán, investigador del Instituto de Montaña (el agua potable debería tener un pH de entre 6,5 y 9,5). Actualmente, el sistema de biorremediación limpia aproximadamente un litro y medio de agua por segundo. Alcanza para regar los cultivos más cercanos.

Un año después, en 2014, la municipalidad distrital construyó un sistema de tuberías para proveer de agua a las comunidades locales. Pero este solo abastece a los hogares y los agricultores se ven obligados a regar sus cultivos con el canal Chonta, que proviene del Río Negro.

María Rodríguez Macedo junto a su familia, frente a su casa en la comunidad de Cordillera Blanca.
María Rodríguez Macedo junto a su familia, frente a su casa en la comunidad de Cordillera Blanca.Luis Javier Maguiña

Los campesinos de la Cordillera Blanca también se propusieron salvar sus tierras agrícolas, cada año más azotadas por las sequías. En 2022, de la mano del Instituto de Montaña, desarrollaron pastizales capaces de resistir los largos periodos sin lluvias. Encontraron la fórmula en mezclar las semillas del trébol rojo y ray grass italiano y elaboraron su propio abono natural con el estiércol de su ganado. Niños, mujeres y hombres trabajaron durante semanas para levantar cercos y reforestar los campos de cultivo. Los resultados, recuerda Simeón Cruz, empezaron a notarse cuando las vacas engordaron y la producción de leche se duplicó.

“Siempre trabajamos de igual a igual con el conocimiento local y el científico. Tratamos de que se equiparen y complementen”, dice el investigador Vidal Rondán. En 2021, la iniciativa de la comunidad Cordillera Blanca ganó el concurso internacional Solution Search: Water Pollution and Behavior Change, que premiaba iniciativas para mitigar y reducir la contaminación hídrica.

Detalle de un arroyo del Río Negro, contaminado con aguas ácidas.
Detalle de un arroyo del Río Negro, contaminado con aguas ácidas.Luis Javier Maguiña

Y aunque los comuneros de Cordillera Blanca guardan en sus manos la clave para sanar sus tierras, cada año que pasa es más difícil continuar con los proyectos porque pasan la mayor parte del tiempo en el campo tratando de llevar el sustento a su hogar. “Ser constante es una tarea muy difícil. En la comunidad deben priorizar las actividades económicas que les permiten subsistir”, asegura Vladimir León, director del Grupo de Investigación en Ciencia y Tecnología del Agua de la Universidad Santiago Antuñez de Mayolo, que trabaja con el CIAL.

Por su parte, el Estado no ha llevado a cabo medidas para remediar las aguas tóxicas, aunque Áncash es la región del Perú que más dinero recibe por el canon minero: 1.370 millones de soles (364 millones de dólares) durante el primer semestre de 2024. Según Marlene Guerrero, gerenta de recursos naturales del Gobierno Regional de Áncash, aún evalúan la viabilidad de un proyecto que diseñaron en Cordillera Blanca. “Planteamos construir represas en la zona alta. Vamos a retomarlo”, asegura.

Por su parte, Harold Ramirez, alcalde de la provincia de Recuay, indicó que presentó al Ministerio de Economía un proyecto para promover la seguridad hídrica en la zona con la reforestación de los bosques y la construcción de una represa para el riego de cultivos. Esperan un desembolso de 24 millones de soles (casi 6,5 millones de dólares).

La mayor parte del tiempo, los comuneros de Cordillera Blanca trabajan en el campo para llevar el sustento a su hogar.
La mayor parte del tiempo, los comuneros de Cordillera Blanca trabajan en el campo para llevar el sustento a su hogar.Luis Javier Maguiña

Lo que viven ahora los agricultores de Cordillera Blanca tiene un aire de premonición. El biólogo e investigador Julio Palomino asegura que el drenaje del ácido de las rocas es una amenaza latente para todo Áncash. “Hemos perdido casi el 55% de glaciares y eso trae muchos problemas. Uno de ellos es la reducción de la oferta de agua en cantidad y calidad. Hay presencia de este fenómeno en las nacientes de los ríos. Está poniendo en jaque a las grandes cuencas de la región”, asegura el docente de la Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo.

María Rodríguez, por su parte, no se rinde. Sigue trabajado cada día para sacar adelante a sus tres hijas menores. Con lo que gana cuando participa en las faenas comunales 20 soles diarios (5,23 dólares) le alcanza para comprar los útiles escolares. Y no deja de labrar la tierra. “Me dicen que es trabajo de varón. No importa, yo me meto a hacer zanjas, limpiezas, maderas. Por eso quiero sanarme. Mis hijitas son chiquitas. Cuando yo no esté, ¿a dónde van a ir?”, dice.

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