Las últimas 29 hectáreas que resisten del Nevado Santa Isabel
Como sucede con otros glaciares ecuatoriales, este de los Andes colombianos va perdiendo su superficie blanca con el deshielo. Pero todavía no deja de latir
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A la pequeña almohada de hielo del Nevado Santa Isabel no le queda más que un suspiro de su antigua blancura. Juan Felipe García, historiador convertido en guía de montaña, ha vivido con tan solo 30 años mucho más que la mayoría de sus contemporáneos. Lo cuenta mientras alcanza los 4.950 metros de la cumbre norte de este ramal de la cordillera de los Andes. No muestra ningún atisbo de sofoco entre pecho y espalda. Recuerda, por ejemplo, el temperamento endemoniado de un tío abuelo que luchó en el Batallón Colombia durante la Guerra de Corea (1950-1953); o desanda su infancia en uno de los suburbios más conflictivos del departamento de Caldas, en el centro de Colombia, donde los paramilitares asesinaron a un primo por su adicción a las drogas.
La plenitud de García contrasta con el proceso de mutación del Santa Isabel, cada vez más definido por una capa desértica de colores allegados al óxido y salpicada aquí y allá por frailejones centenarios y arbustos de tono amarillezco. Jorge Luis Ceballos, ingeniero geólogo especializado en glaciares, ha estudiado y medido el proceso de deshielo de esta inusual cadena de glaciares ecuatoriales desde hace más de 20 años. Con un tono que desfila entre el optimismo y la nostalgia concede: “Ya no hay glaciar, pero la vida continúa”.
Una frase que funciona como escudo emocional ante la embestida acelerada del calentamiento global. Desde el Annapurna, hasta el Chimborazo, y desde el Mont Blanc hasta el Aconcagua, todos los grandes picos helados del planeta han registrado pérdidas importantes en su constitución. Pero lo que resulta alarmante, indica Ceballos, es la vertiginosa aceleración en los últimos dos años. “Hemos visto que después de que se derrite el hielo, queda la roca expuesta y que la parte superior del páramo envía sus especies colonizadoras a los pisos inferiores”.
En unas cuantas décadas, lo más probable, es que el verdor se haya tragado las escasas manchas plateadas que aún saltan en las madrugadas gélidas de sus laderas. “Las rocas ya están siendo hábitat de líquenes y algas y se están creando lo que los ecólogos llaman nuevos ecosistemas”, aduce Ceballos. Una noticia, en parte esperanzadora, para los científicos que atestiguan con agobio los titulares que llegan desde Venezuela, donde en las últimas semanas se ha comentado mucho la extinción del hongo blanco del Humboldt y, con él, el último cuerpo de hielo de las cordilleras del país suramericano. Son noticias que, además de sembrar la alarma, reviven las peores aprehensiones en un planeta azotado por la continua desaparición de su biodiversidad.
“En los glaciares ecuatoriales, a partir de los 4.700 metros de altura, la vegetación es muy escasa o prácticamente nula. Pero si te fijas bien, en este nevado ya vemos musgo pegadito a las rocas”, agrega Ceballos, quien a sus 61 años prevé que su labor como glaciólogo tendrá que dar paso y ceder el testigo en muy breve a la de los ecólogos: “Lo que sí me preocupa es la poca sensibilidad con la que la sociedad está asumiendo estos cambios”, se lamenta.
2025 ha sido elegido por la ONU como el año de los glaciares. Para honrar al Santa Isabel, encajonado a medio camino entre Manizales y Pereira, se reunirán montañistas avezados para contar sus experiencias; un mural en la cercana población de Santa Rosa de Cabal albergará una suerte de friso con la historia detallada del nevado; habrá un concurso de fotografía y, finalmente, una banda de rock local se encargará de componerle una canción a este ícono ecológico y ambiental de la zona donde se entrenaron los primeros colombianos en coronar el Everest.
Entre tanto, el guía Juan Felipe García alerta sobre un fenómeno que ha ido alterando el horizonte dentro de esa cadena interactiva que Humboldt describió en el siglo XIX como un todo. Por eso, la emergencia climática planta la semilla de un mundo distinto y la ausencia de hielo en el Santa Isabel amenaza directamente, por ejemplo, los recursos hídricos de la zona. “Este desequilibrio ambiental ya moldea nuestras vidas y el paisaje imponente que veía hace 20 años, cuando salía con mis tíos a hacer faenas agrícolas, no existe”, lamenta García.
La cumbre norte, por estar a un poco de mayor altitud, ha resistido mejor. La central se derritió en octubre pasado, explica Jorge Luis Ceballos para justificar la ruta escogida por los guías una madrugada de finales de mayo en el bautizado como Parque de los Nevados. El cadáver de un pequeño gorrión inerte sobre el tapiz de hielo en la cima da buena cuenta de las dificultades que pasan algunas especies en un escenario con menos precipitaciones y temperaturas más altas. Fernando Ramírez tiene 62 años y calcula que ha subido desde 1982 unas 500 veces al hongo del Santa Isabel.
Es un alpinista curtido en mil batallas: “Para 1850, la masa de hielo llegaba hasta los 4.300 metros de altura. Hoy, cuando envío fotos, mucha gente responde con emoticonos de tristeza y yo respondo que, por el contrario, hay que tener gratitud por haber tenido el privilegio de haber visto estas montañas blancas”. Habla en plural porque se refiere, además, al imponente Nevado del Tolima y al Nevado del Ruiz, que con su erupción causó el deshielo del glaciar y una avalancha fatídica que dejó 25.000 víctimas en 1985.
En las mañanas nítidas del Santa Isabel se ven las bocanadas de humo que aquellos dos gigantes vecinos expelen con recato entre un pozo de silencio y nubes que los separan. “En 1977, uno subía al Nevado del Ruíz con la camioneta y la estacionaba con el bumper [parachoques] pegado al glaciar a unos 4.800 metros”, afirma Ramírez, quien recuerda que esa zona albergó en los años 70 el único club alpino donde se llegó a esquiar en Colombia.
“El Santa Isabel también es un volcán activo, pero por lo pronto no ha tenido actividad”, añade. Los datos científicos indican que el año pasado en las tripas del nevado se estaba gestando algo anormal. Pero con el correr de los días se apagaron las peores aprehensiones. “Es que esto forma parte del Cinturón de Fuego del Pacífico. Todo esto es candela. Todo esto es magma contenido en esas cámaras magmáticas”, prosigue Ramírez, “y si bien no genera mayor temperatura, sí hay sismicidad, que es la que indica que se están produciendo deformaciones internas y movimientos de rocas”.
¿Es posible que el proceso de deshielo revierta? A Jorge Luis Ceballos le caben pocas dudas. Aduce que el planeta se congela y se calienta por ciclos cuya duración ha sido calculada por los científicos en tandas de 7.000 años. La hazaña de volver a ver estas cordilleras nevadas por varias generaciones queda descartada de raíz: “Así cambiemos rápidamente el sistema de consumo, el Santa Isabel ya respondió”, finaliza Ceballos. “Su dictamen es que el clima actual no le aporta el equilibrio necesario para seguir adelante y la única solución que tiene es derretirse”.
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