Beatriz González: “Los artistas estamos para que la memoria no se tire a la basura”
La exposición Bruma celebra la vida y obra de la artista colombiana de 89 años, que acaba de presentar una obra nueva. La imponente muestra está ubicada en Fragmentos, cuyo suelo reúne las armas fundidas de las extintas FARC
Beatriz González tiene un problema en los ojos. Y, sin embargo, la mirada sigue tan aguda como lo ha sido en las 6 décadas que ha pintado la historia de la violencia de Colombia. Es la artista detrás de Auras Anónimas, una de las obras más emblemáticas del país, en la que intervino más de diez mil columbarios del Cementerio Central de Bogotá para homenajear a las víctimas desconocidas del conflicto armado. La imagen de los cargueros de muertos bajo la irónica frase de La vida es sagrada, no deja indiferente a nadie que viva o pase por Bogotá.
González ocupa un lugar único en el arte latinoamericano. Es la autora de la icónica Los suicidas del Sisga, que inauguró en los años 60 su estilo de arte nacido a partir de registros de prensa que ella transfigura con su pintura y logra convertir en iconos que se instalan en la memoria. La mujer que también apela al humor en medio del drama y no tiene medias tintas. La pintora colombiana que, a sus 89 años, acaba de producir una potente obra nueva. Esa propuesta artística se reúne en Bruma, una exposición en Fragmentos, el contra monumento dirigido por Doris Salcedo, la otra gran artista colombiana.
-Acabo de decir una mentira sobre el nombre de Bruma, dice González (Bucaramanga, 89 años), risueña y cómplice a la curadora de esta muestra, María Belén Sáez de Ibarra. “Espero que no me pregunten más sobre eso”, se vuelve a reír y se sienta en medio de una sala sobrecogedora a conversar. Detrás de la artista, un infinito de papeles de colgadura con tonos amarillos envejecidos por el tiempo que simulan lápidas y muestran a los cargueros de muertos, tapiza las paredes. Debajo, las armas fundidas de las extintas FARC. “Estas dos obras son un diálogo trágico del país”, dirá más tarde. En otra de las salas está su obra Funebria, que muestra la imagen velada de unos hombres quizá campesinos, quizá arqueólogos que excavan la tierra. “Son las nuevas profesiones de la muerte”, explica sobre los cargueros de muertos y los excavadores, dos de los personajes centrales de su obra.
Pregunta. ¿Usted recuerda el momento en que sintió por primera vez que se enfocaría en la desaparición forzada?
Respuesta. Sí, es un tema más moderno, tiene que ver más con el presente. La desaparición forzada empezó a mostrarse en sí en los periódicos, en los que yo me inspiro mucho, como a comienzos del 2.000. En esa época recuerdo que encontraron unos cadáveres y las fotos eran muy dicientes. Aparecían unos hombres que cargaban los cadáveres. De ahí nació el término que uso mucho, y que me apropié, que es ‘los cargueros’. Pero en sí la palabra “forzada” ya está dándole un valor casi abstracto y no figurativo, que es lo que conduce a un artista.
P. ¿Qué estaba pasando en el país?
R. En 2003 el Cementerio Central estaba abandonado. Había intentado salvarlo con Doris Salcedo porque iban a tumbar los edificios y ella hizo un proyecto que reunía la memoria, la arquitectura y el arte. Ese proyecto no progresó. Pero una noche de luna pasé por ahí y vi las cavidades del cementerio totalmente vacías. O sea, cada una de las cavidades estaba desocupada y la luz de la luna resaltaba esos cuadraditos negros y el blanco. Entonces se me ocurrió cerrarlas para guardar ahí el aura. El piso de este país está lleno por debajo de gente que ha desaparecido. Puede ser que a algunos los encuentren, pero a la mayoría no los pueden identificar. Me cuesta un poco de trabajo decir fijamente ‘estos son por desaparición forzada y estos no’, lo que creo es que hay muchas desapariciones.
P. ¿Qué sintió esa noche?
R. Lo que yo viví esa noche es que había muchas auras flotando y sentí que había que guardarlas y sellar los columbarios. Al otro día llamé a Doris (Salcedo) y le conté la idea, y ella que es pura energía me consiguió una cita. Empecé a trabajar y a encerrar las auras. Eso tiene que ver con ese sentimiento nuestro de que casi toda familia colombiana tiene en su historia la desaparición de una persona. Ahora, yo no sé si sean desapariciones forzadas o no, pero son desapariciones.
P. ¿Qué significa para usted que parte de esa obra esté acá, justo sobre las armas fundidas de las ex FARC? ¿Qué vibración le da eso?
P. No es solo una conversación de dos artistas, sino un complemento. Abajo está todo lo que fueron las armas y arriba está el cuento, la historia de este país. Más que una conversación es un diálogo- que no es lo mismo-, un diálogo trágico de lo que es el país, un resumen muy fuerte. Aquí está una tonelada de muertos y aquí están las armas. Esto es una llamado de atención al país en estos momentos en los que todos los días matan a personas que trabajan por la paz. Uno no puede quedarse indiferente leyendo el periódico o viendo el noticiero, tiene que sentarse a pensar qué está pasando. Estas dos obras unidas están diciendo algo muy fuerte que la gente tiene que captar obligadamente. No creo que venga alguien y se vaya como si nada después de mirar arriba, y luego mirar al piso y ver estas armas. Es imposible. Yo agradezco que me han llamado y que se me haya ocurrido hacer esa obra porque espero que cause un efecto muy fuerte.
P. Hay acá una sensación de infinito. ¿Qué significa en su obra pictórica ese concepto de la repetición?
R. Creo que ser reiterativo puede ser una virtud. Hay que serlo en este país que desafortunadamente tiene problemas de memoria. La gente olvida muy rápido, casi nadie se acuerda de cómo fue la violencia de los años 40, 50. No se acuerda, no se acuerda. Este renacer de la violencia es muy triste, sobre todo para los que hemos vivido muchos años. Tener que vivir otra vez, otra vez, otra vez. Los artistas estamos para recordar, para hacer que la memoria de una cantidad de acontecimientos no se tire a la basura. Uno tiene que ser contundente con su obra, no decir cosas a medias. Yo creo que yo pertenezco a esa clase de artista.
P. ¿Usted se siente feliz con lo que ha podido decir desde su obra durante tantos años?
R. Sí, hay hallazgos. Yo trabajo mucho. No voy a colgar la vida tan fácil. Trabajo constantemente, dibujando más que nada, y de pronto hay hallazgos. Hace muchos años hice uno de una líder que mataron los paramilitares (Yolanda Izquierdo). Había una foto de ella con unos planos de una urbanización que le habían prometido los paramilitares. Cuando la vi fue como uy, Los Suicidas del Sisga otra vez. Fue una aparición. Yo no uso teléfonos celulares, solo reportería gráfica. Si hubiera nacido en la época del computador no habría sido la artista que soy. La reportería gráfica es un arte muy desechado, la gente tira los periódicos y se olvida de la foto, yo me siento como la apóstol de la reportería gráfica. Colecciono imágenes, no todas, pero siempre estoy buscando siempre alguna. Por eso digo que la época del teléfono celular y el computador no me habrían servido para crear tanto.
P. Hablando de su relación con los registros de prensa, en esta exposición hay obras que hablan de los falsos positivos ¿Qué imagen le impactó sobre este crimen?
R. Ese tema se había trabajado por otros artistas, pero se había olvidado en cierta forma. Para desgracia del país hubo una renovación de los falsos positivos. Entonces ocurrió el hallazgo en Dabeiba y aparecieron unas fotos en la revista Semana, una reportería gráfica buenísima con fotos en colores de sitios en los cuales se veían soldados o campesinos. Estaban con unos instrumentos como picas y palas buscando en una montaña. Ese reportaje me llamó mucho la atención, no solo por el tema, sino por los colores. Y luego, por los instrumentos de agricultura.
P. ¿Por qué los instrumentos?
R. Porque servían para sembrar, o sea, para dar vida, y están con el hombre desde los tiempos prehistóricos, pero ahora se usan para cavar, para buscar muertos ¿Cómo es posible eso? Me impresionó mucho ver un cambio en el oficio de los instrumentos que mueven la tierra. Eso me obsesionó. La exposición llamada Funebria (que se presentó en Zúrich y está ahora en Fragmentos), está toda inspirada en la búsqueda de un cambio de posición respecto a instrumentos que daban la vida y ahora dan la muerte.
P. Desde lo pictórico está muy presente la (técnica) veladura ¿Le servía para hablar de la falta de claridad, la incertidumbre en este tipo de crímenes?
R. La veladura está desde el Renacimiento y yo fui descubriéndola poco a poco. Y sí, me ayuda a darle una poesía a las imágenes para que no sean tan crudas, sino que la gente quiera, a través de un lenguaje, descubrirlas. Así como yo descubrí esos instrumentos y los colores en ese reportaje, les pongo veladura para que la gente busque más allá, vaya más allá. No es solamente estar mirando unos cargueros. Están velados para que la gente encuentre una manera de aproximarse al tema como si mirara a través de unas cortinas, y se dé cuenta de lo que está pasando. En estos temas tan crudos no puede olvidarse la poesía.
P. ¿Hay alguna imagen reciente que la haya impactado de tal forma que la tenga con ganas de pintar?
R. Tengo varias. Hay una que trabajé hasta hace poquito, de una masacre en el departamento de Nariño. 21 muchachos se iban de fiesta porque al otro día salían para seguir los estudios de la universidad. Estaban bailando felices cuando llegaron unos tipos con armas y mataron a varios. Había una foto del cementerio, no sé quién la tomó. Era una persona, no sé si un hombre o una, mujer sentado en una silla con las manos así (González se agacha y guarda la cabeza entre las manos) y se veían por todas partes puntas de ataúdes. Los ataúdes solo se veían apareciendo y la persona en la mitad. No se le veía la cara, solo el pelo. Era muy conmovedora. Qué cosa tan impresionante, era la foto del dolor. Ese es el último descubrimiento.
P. Nunca para…
R. Tengo una o dos más. Yo empiezo a sacar fotocopias. Luego las mando a ampliar. Las recorto y las vuelvo siluetas. Esa es una técnica que estoy trabajando hace 20 años. Entonces queda un vacío y luego hecho negro y ya está.
P. En estas últimas exposiciones han aparecido otros personajes diferentes a los cargueros de muertos. ¿Quiénes son y qué significa esa nueva figura?
R. Es una profesión distinta de la muerte. Los excavadores campesinos son personas con los instrumentos de agricultura que son contratados en los pueblos para que abran los sitios, las montañas, los campos no para sembrar sino para abrir cavidades donde hay muertos.
P. ¿Cómo conserva la esperanza, después de leer los periódicos, de ver la televisión, para poder construir sus obras?
R. Yo no solamente tengo los ojos muy abiertos, sino que quiero que la gente los abra. Olvidan muy rápido. Ya olvidaron el Palacio de Justicia y creen que todo está bien. Hacen como así con las manos (se limpia). Entonces esto de repetir, repetir, repetir está muy en el alma mía para llamar la atención. Yo no creo que el arte salve al pueblo, pero sí sirve para que la gente piense más, porque si no el país se va a ir al fondo.
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