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"Oh, my God! Estos españoles están locos"

Esto piensan en Dinamarca, Japón o Mozambique de nuestra gran fiesta religiosa. Avanzamos que prima el desconcierto

Sol, toros, paella y siesta. Son algunos de los tópicos que nos acompañan cuando a los extranjeros se les pregunta por España. Sin embargo, en los últimos tiempos, se ha añadido (y con fuerza) otro genuino typical spanish, la crisis, completando la imagen que tienen los foráneos de la España de 2015. Así se desprende delúltimo Barómetro de la Imagen elaborado por el Instituto Elcano.

De todas formas, algo hemos mejorado. Según la encuesta elaborada en una decena de países de Europa, América, Asia y el Magreb, la calificación a la hora de valorar la imagen global de nuestro pís ha pasado de 6,5 puntos sobre 10, en 2012, a 6,9 en 2015. Esta encuesta permite medir cómo nos ven en el exterior a partir de las respuestas dadas a una pregunta muy concreta: "¿Qué es lo primero que se le ocurre al pensar en España?".

Pero, ¿qué hubieran contestado sobre algo más específico de estas fechas, como una procesión de Semana Santa? ¿Cuál habría sido la respuesta de un americano, una danesa, un mexicano o una japonesa? ¿Qué piensa alguien que vive en Sitka (Alaska) cuando contempla una procesión de penitentes ocultos bajo sus capirotes? ¿Y cómo reacciona un residente en Maputo (Mozambique) ante unos pasos que recorren las calles españolas al son de los tambores?

Nos hemos permitido hacer una pequeña encuesta recogiendo la opinión de ciudadanos procedentes de países con culturas tan dispares con la intención de descubrir, o al menos vislumbrar, qué pensamientos y emociones afloran en un extranjero al contemplar una procesión de Semana Santa y el ambiente que la rodea. Esta vez, en lugar de viajar, abrimos las puertas. Y aunque no es posible llegar a una conclusión dado el reducido tamaño de la muestra, sí podemos afirmar que, en general, coinciden en calificar la Semana Santa como un espectáculo misterioso. Hay quien incluso siente algo de miedo.

Recelo ante el dispendio

"La primera vez que fui a una procesión de Semana Santa sentí una mezcla de rechazo y emoción”, afirma Pia Davidsen, una danesa de 50 años que reside en Plana Novella (Barcelona) desde hace más de 20 años. “Rechazo porque me pareció un espectáculo tétrico, más propio de tiempos pasados, y emoción porque veía cómo la gente se entregaba totalmente”, explica.

Maura Quatorze, gestora de 34 años en una empresa de comunicación en Maputo (Mozambique), creyó durante unos instantes “que había viajado en el tiempo retrocediendo varios siglos”. Pero también reconoce que se trata de “una ceremonia impresionante, extremadamente cuidada y con elementos visuales bellísimos". Le impacó mucho. A miles de kilómetros, Greg Mandel, desde Sitka, en Alaska (Estados Unidos), no puede evitar sentir cierto recelo ante la visión de “tantas personas uniformadas moviéndose al unísono en una atmósfera tan intensa”.

Vicky, norteamericana de 53 años, se pregunta desde Massachusetts por qué no se destina todo el dinero que se invierte en otros fines, como, por ejemplo, en comida para el que lo necesita. La referencia a la ostentación y al gasto excesivo se repite en la opinión de Magda, una administrativa de 43 años de origen rumano. “En mi país también hay procesiones en Semana Santa, pero no tienen nada que ver con las de España. Se hacen de manera más discreta, sobre todo, sin tantos gastos, ni tanta opulencia”, expresa.

El Barroco en las calles: qué más da ser agnóstico

María José Lance, psicóloga argentina de 32 años afincada en Madrid, viaja cada Semana Santa al sur del país para apreciar lo que define como "el Barroco tomando las calles". Aunque se declara agnóstica, siente verdadero placer al disfrutar del "ambiente lúdico del acontecimiento, que se mezcla con la fe estremecedora de muchos, y una música bella de fondo, como las saetas en Granada".

Safaa (Kenitra, Marruecos), una administrativa de 30 años, añade: “Que un grupo de personas o un pueblo entero se organice para hacer algo tan bonito es positivo”. Y donde Safaa percibe devoción, Yuka, traductora japonesa de 29 años, solo ve terror: "Siento mucho miedo, por no decir pánico, al ver las esculturas ensangrentadas de Cristo”. Al otro lado del globo comprobamos que en Portugal, Helena Costa, nacida en Lisboa hace 34 años, también se asusta: “El fanatismo político o religioso me produce escalofríos”. "Pero esto no es fanatismo", se queja Soraya Infante, colombiana de 40, que asevera que reivindica la libertad religiosa, "sobre todo de un modo tan tolerante como la Semana Santa española, donde caben todos".

El productor audiovisual Luís Alberto López, de origen mexicano y católico por herencia materna, dice repartirse entre la incredulidad y la confusión al preguntarle acerca de los sentimientos que despierta en él la visión de los pasos. "Me parece una situación contradictoria, extraña. Ya que a veces veo expresiones demasiado extremas [como Los Empalaos, en Extremadura], que difieren de lo que yo entiendo como los valores de Semana Santa”.

Por cierto, las torrijas les gustan a todos. Feliz Semana Santa.

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