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Vargas Llosa a Mercedes Milá: “Es una sensación maravillosa vivir el amor, pero no hablar de él. Se empobrece”

La periodista consigue acceder al lado más íntimo del Nobel en la segunda temporada de su programa de entrevistas

Vargas Llosa Mercedes Mila
Mario Vargas Llosa y Mercedes Milá durante la grabación del programa de 'Milá vs Milá' que se emite este lunes.
Javier Rodríguez Marcos

Mario Vargas Llosa se levanta todos los días a las 5.30 de la mañana para escribir hasta las 8. A esa hora sale a caminar. Su pareja, Isabel Preysler, desvelada tras hablar con los hijos que viven Miami, se acuesta a las 6. El novelista revela ese dato a Mercedes Milá cuando la periodista le pregunta si con tanto madrugar para escribir no despierta “a Isabel”. “¡Así vais estupendamente!”, exclama ella pensando en el futuro de la relación. “Perfectamente. Llevamos seis años juntos”, apostilla, entre risas, él.

Milá y Vargas Llosa se conocen desde hace 50 años, cuando el novelista peruano se instaló temporalmente en Barcelona. La entrevista, que este lunes emite Movistar Plus+ a las 22.35, forma parte de la segunda serie de Milá vs. Milá, un programa en el que, como hilo conductor, se proyectan a los invitados fragmentos del encuentro que ambos mantuvieron en programas ya míticos de los años ochenta como Buenas noches o Jueves a jueves. Si en la primera temporada pasaron por el sofá José María García, Massiel, Manuela Carmena, Lola Herrera, Ramoncín y Joan Manuel Serrat, la segunda tiene como protagonistas a Ana Belén, Pedro J. Ramírez, Maribel Verdú, Miguel Ríos, Imanol Arias y el propio Vargas Llosa.

Vista hoy, la televisión de 1986, fecha de la charla original, parece de otro planeta. En aquella ocasión el autor peruano ―”estabas requetebueno”― compartió mesa con Emilio Botín, dueño del banco de Santander, y con Carmen Martínez-Bordiú, nieta del dictador Francisco Franco. Todo era directo puro y las entrevistas duraban 15 minutos. “Por eso yo hacía de todo para que la gente no se enrollara: el gesto de la tijera con los dedos, patadas por debajo de la mesa…”, recuerda en su camerino Mercedes Milá una vez grabado el encuentro con el autor de La ciudad y los perros. Esta vez es hora y media que se recortará hasta 50 minutos. Además de “¡lo cursi que eran las hombreras y los peinados!”, han cambiado más cosas: aquellas entrevistas se hacían de usted y podían alcanzar los 20 millones de espectadores. No existían las cadenas privadas y TVE marcaba las conversaciones del día siguiente porque todo el mundo había visto lo mismo la noche anterior: a Francisco Umbral reclamando hablar de su libro o a Camilo José Cela alardeando de absorber una palangana de agua por vía anal.

Umbral y Cela, ya fallecidos, son dos de los personajes a los que Mercedes Milá, para su disgusto, no podrá transportar al pasado. Lo mismo que Adolfo Suárez, Maradona o Rocío Jurado. Le gustaría, eso sí, recuperar a Pedro Almodóvar, a Bibiana Fernández y a otro de sus clásicos, Miguel Bosé. “Ahora sería un must”, dice. “Está complicado, pero no tiro la toalla”. A lo largo de su carrera, calcula, ha hecho unas 3.000 entrevistas. Para siempre le quedará pendiente la que no llegó a hacer a García Márquez. “No me gusta entrevistar a escritores”, le confiesa ella a Vargas Llosa. “Me gusta tanto lo que escribís que me da miedo que me decepcionéis”.

Mercedes Milá: “¡No llevas calcetines!”
Vargas Llosa: “Se supone que con mocasines no se los puede poner uno. Lo dice Isabel. Yo obedezco”

El autor colombiano, no obstante, protagoniza uno de los bloques del viaje al 86. Había ganado el Nobel hacía ya cuatro años y a Vargas le faltaban 24 para recibirlo. Ambos eran las dos grandes estrellas del boom de la literatura latinoamericana. Milá no se anduvo con rodeos: “¿Tuvo celos?”. Respuesta: “No del Nobel; de Cien años de soledad. Del éxito, no; del talento, sí”. En 2022, y tras hablar del tiránico padre del escritor, del “maravilloso” tío de la periodista ―el arquitecto Alfonso Milá―, de todas las veces que se han visto y del mucho cariño que se tienen, Mercedes Milá, incapaz de morderse la lengua, parece la persona indicada para desvelar el secreto de todos los secretos: ¿Por qué rompió su amistad con García Márquez y le puso un ojo morado de un puñetazo? “Se dice que por una mujer, que por un libro”. Se dice. El escritor capta a la aproximación sutil de su interlocutora y añade: “Cuantas leyendas, ¿verdad?”. Un instante después, se enroca: “No voy a revelarte lo que pasó. Algún día se sabrá, pero no por mí”. Ese es, tal vez, el único minuto en el que el invitado consigue mantener la guardia alta ante el oficio de su anfitriona. Los 49 restantes se juegan en el campo de la Milá.

Milá y Vargas Llosa, durante la entrevista.
Milá y Vargas Llosa, durante la entrevista.

Mario Vargas Llosa es un hombre que no conoce el anacoluto, habla editado y no se calla una: ya se trate de defender la despenalización de las drogas o de pedir el voto para la derecha en un periódico con fama de izquierdoso. Ha concedido horas de entrevistas, parece haberlo dicho todo. Por su parte, Mercedes Milá maneja una mezcla imbatible de documentación y desparpajo, capacidad de sorpresa y experiencia de platino iridiado, de las que no da Google. Por eso no desatiende los grandes éxitos de quien tiene delante. En este caso, la mala relación con su progenitor, los siete trabajos que simultaneó de estudiante, la cocina de Tiempos recios ―su última novela―, el proyecto en el que trabaja ―un libro sobre el vals peruano― o el recuerdo de la candidatura a la presidencia de su país en 1990 (“felizmente, perdí”). Pero sabe que el diablo está en los detalles y las pilla al vuelo. La diferencia la marcan instantes como ese en que baja los ojos, le toca los pies a su ilustre esparrin y exclama: “¡No llevas calcetines!” El programa se grabó en febrero y en el plató no sobraba el abrigo. “Se supone que con mocasines no se puede poner uno calcetines”, se justifica él. “Lo dice Isabel. Yo obedezco. En cuestiones de elegancia ella tiene el voto dirimente”.

“La familia ha sido siempre el orden, el rigor. Yo he sido el atrevimiento, la aventura”

Cuando Milá le pregunta por el shock familiar que supuso su boda de veinteañero con Julia Urquidi, su tía política y 10 años mayor que él, Vargas Llosa responde: “La familia ha sido siempre el orden, el rigor. Yo he sido el atrevimiento, la aventura”. Los escándalos que le han “perseguido” nacieron, explica, del amor: un sentimiento “maravilloso” que “se empobrece” cuando hablas de él. “El silencio es lo mejor”, concluye. Buen intento si no tuviera delante a Mercedes Milá, que pasa de amiga a lectora según conviene a la entrevista. Y que sabe parar. Lo que no significa que deje de sacar petróleo. “Pregúntale por los hipopótamos”, le sugieren por el pinganillo. “Así se relaja”. Se refieren a las figuritas que colecciona el escritor. ¿Por qué? “Porque es un animal que hace el amor, que goza, es sensual”. Ahí es ella la que, a juzgar por su cara, se descoloca. Sobre todo cuando él añade que los ha visto en acción, en África. Pero el fuera de juego dura poco y Milá no tarda en volver entera. “¿Hacemos un programa sobre los polvos de los hipopótamos?”. Y el Nobel: “Yo me apunto”.

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Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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