La arquitectura megalómana de Franco
Una serie documental repasa en seis episodios el legado construido de la dictadura española que destaca por su grandilocuencia y simbolismo
El estilo constructivo del régimen va más allá de los adornos escurialenses. Con los brochazos historicistas que impregnan buena parte de su arquitectura, el franquismo hispanizó la monumentalidad del fascismo italiano y el nazismo alemán, más próximos a las vanguardias artísticas. Pero no sólo se inventó una nueva pompa que pretendía dar continuidad a la España imperial. Además, la dictadura alumbró una serie de grandes proyectos, llamados a asombrar al mundo y a perpetuar a través de la piedra el legado ideológico del caudillo.
El Valle de los Caídos, la central nuclear de Zorita, la presa de Aldeávila o los astilleros gallegos y sevillanos son un buen ejemplo. Estas y otras obras grandilocuentes se revisitan en Megaestructuras franquistas, la nueva serie documental de Discovery que dirige Josep Serra. Seis episodios temáticos de una hora que llegan al canal de Veo TV a partir del lunes 15. Grabados en más de una treintena de localizaciones de todo el país, ofrecen una imagen actual de estos proyectos —que unas veces languidecen en el olvido y otras permanecen casi intactos— en combinación con el archivo audiovisual histórico del fondo de la Filmoteca Española.
El formato se caracteriza por planos aéreos y movimientos panorámicos de cámara que engrandecen aún más las edificaciones protagonistas. Tiene su precedente en programas norteamericanos como Extreme Engineering, que a un ritmo vertiginoso analiza la construcción de proyectos multimillonarios de ingeniería global. Serra indica que este estilo narrativo “puede adaptar al público general temas históricos con un trasfondo complejo que van más allá de la espectacularidad visual o las dificultades técnicas de una obra en concreto”. El director produjo hace dos años para National Geographic un documental sobre los dilatados trabajos en La Sagrada Familia. La diferencia con su último proyecto es sobre todo contextual. Los pastiches megalómanos del franquismo se erigieron en una época de medios y materiales escasos.
“Queremos explicar cómo la dictadura levantó estas infraestructuras, para qué sirvieron y cuál es su estado actual. No nos interesa juzgar el pasado, sino ayudar a que el público se forme su propia opinión”, prosigue por teléfono el director. Se da la paradoja de que el último episodio de Megaestructuras franquistas que se rodó será el primero en emitirse. Se trata del capítulo sobre el Valle de los Caídos. Las cámaras del equipo de Serra se adelantaron a todas las demás al acceder a este recinto tras la exhumación de los restos de Franco, en su momento emitida en directo como una suerte de telerrealidad. Pero el prior no autorizó a que el personal de Discovery grabara en el interior de la capilla.
Sí pudieron cruzar la puerta de entrada al Valle de Cuelgamuros, coronada con un águila bicéfala de piedra. Y emprendieron la subida de la escalinata principal hasta llegar a la gran explanada que acogió multitudes en su inauguración. El 1 de abril de 1959, casi dos décadas después de que una pequeña voladura del risco iniciara los trabajos, Franco presentó al mundo el proyecto arquitectónico en el que más se implicó. El camino hasta llegar allí estuvo jalonado de imprevistos técnicos y cambios en el diseño, que el dictador ordenaba a capricho durante sus visitas semanales. Tal era su obsesión que algunas de ellas se efectuaban por la noche y con la única compañía de su chófer, como relata en la serie la historiadora Queralt Solé.
Los principales retos consistieron en excavar una basílica en la roca y sobre ella incrustar la cruz más alta de la cristiandad, que alcanza los 150 metros. Franco encargó la ampliación de la cripta al proyectista Diego Méndez, que sustituyó al frente de las obras a Pedro Muguruza, quien cayó enfermo. Si la dificultad de construir cualquier nave abovedada reside en lograr la sujeción de su cubierta, en este caso se añadía la presión que sobre los laterales ejercía el cerro de la Nava. La solución pasó por ubicar unos grandes fajones de piedra que, a modo de costillares, soportaran el peso de la montaña. En agosto de 1954 finalizó el ensanche de la caverna, que duplicó sus dimensiones iniciales, alcanzando los 262 metros de largo y una altura máxima de 41 metros en el crucero.
La cruz que defiende el conjunto se levantó sin andamiaje, elevándose desde el interior. Nunca se había hecho algo similar. A medida que se construía el bastidor de hierro, este se forraba de hormigón y revestía de cantera labrada. Los brazos longitudinales se colocaron de forma simultánea para mantener el equilibrio del todo. Quien toma las medidas y realiza los cálculos pertinentes es Carlos Fernández Casado, un ingeniero civil republicano, purgado por el régimen, pero al que contrata la empresa encargada de la cruz. Su nieta relata en la serie que aceptó el trabajo para proteger la vida de los albañiles, pero puso dos condiciones: que nunca se asociara su nombre al proyecto y llevarlo a cabo sin cobrar por ello.
El arquitecto Ramón Andrada valora el Valle de los Caídos como un “hito técnico en la historia de la arquitectura española”. Su padre, proyectista del mismo nombre, se encargó de organizar el enterramiento de Franco en un nuevo nicho del ábside basilical. Era jefe del Servicio de Obras de Patrimonio Nacional, organismo al que pertenece ese terreno y el propio mausoleo hoy gestionado por monjes benedictinos. El presidente Carlos Arias Navarro le comunicó por teléfono la muerte del dictador y su supuesto deseo de descansar allí. Mientras esperaba ocuparse, la tumba se inundó de agua procedente del interior de la montaña y tuvo que impermeabilizarse antes de la inhumación. Andrada cuenta a EL PAÍS que su padre jamás le llevó a ver el Valle.
El segundo capítulo de la serie de Discovery se emitirá el lunes 22. Describe la discreta participación de la dictadura en la carrera nuclear mundial. Por un lado, los éxitos en este ámbito le brindarían independencia energética. Por otro, hacerse con el arma que cambió las tornas de la Segunda Guerra Mundial significaba una posición geopolítica preponderante. Por eso, el gobierno franquista explota las minas de uranio en Lleida, construye la central nuclear en Zorita y proyecta una instalación nuclear militar en Soria, entre otros planes. El documental visita estos enclaves y el Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), donde se conservan los documentos de la Junta de Energía Nuclear, institución que el régimen creó con el objetivo de auspiciar la aventura energética.
Algunos de estos papeles permanecen aún hoy clasificados. Los que sí pueden consultarse cuentan que, alertado por la independencia de Marruecos en 1956, el Estado Mayor planeó medios bélicos que disuadieran al rey magrebí de una presumible invasión de Ceuta y Melilla. La idea de una bomba atómica se fraguó en una operación secreta de nombre carpetovetónico: Proyecto Islero, en homenaje al toro que mató a Manolete. Su dirección se encargó al ingeniero y general del ejército del aire Guillermo Velarde, quien descubrió el secreto de la bomba de hidrógeno, o proceso Teller-Ulam, desarrollado primero en los Estados Unidos y más tarde en la Rusia Soviética. Temiendo que las investigaciones salieran a la luz, Franco ordenó posponer su desarrollo físico, aunque no teórico. Solo con su muerte pudo conocerse la última cruzada del régimen.
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