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Desinformación
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No creas a tus ojos: el saludo nazi de Musk y el mayor experimento de luz de gas de la historia

Las principales plataformas de comunicación de masas del mundo se han rendido ante Trump y la maquinaria de la mentira

Elon Musk en el podio del estadio Capital One el día de la inauguración del segundo mandato de Donald Trump.Foto: Mike Segar (REUTERS) | Vídeo: EPV
Javier Salas

“Elon Musk haciendo el saludo romano jajajaj”, escribió en las redes el conocido neonazi Alberto Pugilato. “Elon Musk alza el brazo y hace el saludo romano. ¿Qué ha sido esto?”, publicó también la cuenta ultra SrLiberal. “Saludo romano” es la manera aseada que tienen los nazis para referirse al saludo nazi, como cuando los foodies dicen AOVE en lugar de aceite, para dejar claro que son unos connaisseurs del fascismo (aunque la historiadora Mary Beard dice que eso no tiene nada que ver con Roma).

Todos los que lo vieron en directo se quedaron con la boca abierta: Musk alzando su mano al público por dos veces con fuerza y pasión. No podíamos creer lo que veíamos.

Y ahora nos lo confirma la industria de la mentira: no podemos creer lo que vimos. Musk no hizo ningún saludo nazi. A lo sumo fue un ademán “raro”, de un asperger que no sabe cómo gesticular en público. No habían pasado ni 15 minutos cuando muchos ultras, estadounidenses y españoles, empezaron con las explicaciones. SrLiberal empezó diciendo “en realidad se toca el corazón y lo manda a las estrellas”, luego que “al margen de bromas es evidente que Elon Musk no hizo el saludo nazi” y más tarde, recogiendo una publicación del diario La Razón, escribió que peor es Pedro Sánchez que “canta el himno de la URSS” con el puño en alto. Otros nazis menos discretos han pasado de excusitas y celebran el guiño del nuevo Rasputín trumpista. En todo caso, como escribió Charlie Warzel en The Atlantic: “Es un espectáculo apropiado para comenzar la segunda administración Trump: un grupo de personas discutiendo interminablemente sobre algo que todos pueden ver con sus propios ojos”.

De eso se trata, de negar lo evidente. El año pasado nos pusimos pesados con lo que los deepfakes podrían suponer al intoxicar los procesos electorales. Temíamos la desinformación sintética creada con inteligencia artificial, pero las cosas no funcionan así. La aparición de la IA en un terreno de juego informativo convertido en un lodazal tóxico —por gente como Musk— solo sirve para permitir que la gente no se crea cosas que son ciertas. La realidad es opinable. Los neofascistas reconocieron de inmediato el “saludo romano”, pero ahora hacen circular fotos de políticos demócratas con el brazo en alto y se burlan: “¿Obama y Kamala también son nazis?”. En otras ocasiones, recurrirán al clásico “es broma, os enfadáis por todo”. Musk ha reaccionado así: se burla de que la izquierda ve nazis por todos lados y aprovecha una vez más para acusar de manipulación a los medios y la Wikipedia, de los últimos bastiones en el mundo real.

Por eso, llegados a este punto, da igual si Musk hizo el saludo fascista a sabiendas. Nos tenemos que fijar en lo que ha pasado después: la maquinaria del odio y la mentira exigiendo que no creamos a nuestros propios ojos. Eso es lo importante, sobre lo que debemos reflexionar, porque es el gigantesco tsunami que se nos viene encima. Con Donald Trump en el Despacho Oval y los broligarcas poniendo a sus pies las principales plataformas de comunicación de masas del mundo (Facebook, X, TikTok, WhatsApp, YouTube, Instagram, Google…) nos enfrentamos al mayor experimento de luz de gas de la historia. La economía de la atención, aquella que demanda nuestros globos oculares para ganar dinero enchufándonos anuncios, se ha mierdificado (enshittification) hasta ser un torrente sin fin de mentiras y sandeces que no nos permiten discernir la realidad. Mejor dicho: permiten a cada cual elegir cómo es la realidad. Y manda la suya, la de Musk. En su cerebro —que es su timeline de X— los encarcelados por el asalto golpista al Capitolio de 2021 son presos políticos, “los rehenes del 6 de enero”.

Pero el experimento, ahora, se ha trasladado de las redes a los decretos. Si un marciano leyera las palabras textuales que aparecen en las primeras órdenes ejecutivas de Trump, pensaría que es el primer Gobierno democrático tras una oscura etapa dictatorial. “La administración anterior pisoteó el derecho a la libertad de expresión al censurar el discurso de los estadounidenses”, dice una. “Llevaron a cabo una instrumentalización sin precedentes y propia de países del tercer mundo del poder judicial para socavar el proceso democrático”, dice otra. Y por supuesto, reconocer la existencia de personas trans supuso un “camino insano pavimentado por un ataque continuo y deliberado contra el uso y comprensión ordinarios y tradicionales de los términos biológicos y científicos”. Y si Trump decide que España es uno de los BRICS, España ya no está en Europa, sino en el sur de África.

No sé si tendremos fuerzas para detenernos a pelear contra cada bulo, contra cada negación de la realidad que proceda de la mayor maquinaria de desinformación de la historia. Sobre todo ahora que magnates como Mark Zuckerberg han decidido que desmentir falsedades es censura y van a dejar que fluyan. Cuando alguien decide hacernos luz de gas permanente, sistemático, para salirse con la suya y hacernos dudar de todo, ¿cuál debe ser la respuesta?

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.
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