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El legado de Aaron Swartz, el ingeniero que se convirtió en “mártir” del internet libre

El estadounidense, considerado un icono en el entorno ‘hacker’, sigue inspirando a nuevas generaciones de activistas cuando se cumplen diez años de su suicidio

Aaron Swartz
Aaron Swartz en una imagen tomada pocos meses antes de que se suicidara.
Manuel G. Pascual

Aaron Swartz apareció muerto en su piso de Brooklyn el 11 de enero de 2013. Tenía 26 años y era un icono de la cultura hacker. Sigue siéndolo diez años después. Inventó parte de la infraestructura de internet y combatió enérgicamente el proceso de privatización del conocimiento que, en su opinión, se estaba dando en la esfera digital. A los 14 contribuyó a desarrollar una tecnología clave para suscripciones de contenido en internet. A los 19 se hizo millonario tras la venta de Reddit, el agregador de noticias que ayudó a construir, a la editorial de revistas Condé Nast. Desde entonces, se volcó en el activismo. Impulsó la organización Creative Commons, dedicada a fomentar la propiedad intelectual colectiva, y la Open Library, una gran base de datos colaborativa de libros.

También llevó a cabo acciones más audaces que le granjearon problemas con la justicia. Se enfrentaba a penas de más de 35 años de prisión por haber infringido las leyes de copyright al descargar y difundir 4,8 millones de artículos científicos del repositorio JSTOR. Eso fue más de lo que pudo soportar. Swartz, que tenía una personalidad depresiva, se suicidó en pleno proceso judicial.

Su familia y varias personalidades públicas vieron en el caso una persecución desmedida contra el joven. “El Gobierno parece haber perdido todo sentido de la proporción en este caso”, se quejó Tim Berners-Lee, uno de los fundadores de internet. Alex Stamos, antiguo responsable de ciberseguridad de Facebook, negó que la acción de Swartz causara un “peligro real” para JSTOR, la web de donde el activista descargó millones de artículos (acceder a cada uno de ellos cuesta hasta 40 euros) con las claves que tenía en calidad de investigador de la Universidad de Harvard. El colectivo de hacktivistas Anonymous atacó tras la muerte de Swartz la web del Departamento de Justicia, dejándola fuera de servicio varias horas. “Aaron, esto va por ti”, dijeron.

“Swartz está considerado un mártir de la causa hasta por las personas que, como yo, no creen en los mártires”, explica Simona Levi, directora de Xnet, una organización activista para la defensa de los derechos digitales. “Fue pionero en visibilizar con una acción práctica el cerco al conocimiento que suponen las licencias y las publicaciones científicas. Su sacrificio ha servido para crear una conciencia en torno a este tema. Desde entonces hay muchísima gente que está trabajando en cómo romper el monopolio de las publicaciones científicas”, añade.

La hoja de servicios del joven ingeniero es amplia. En 2008 hackeó un portal de acceso público a expedientes judiciales de EE UU que cobraba 10 centavos por consulta. Eso puso a las autoridades tras la pista de Swartz. De hecho, cuando años más tarde se le arrestó por el caso de la liberación de artículos científicos, participó en su detención un agente del Servicio Secreto. También adquirió la base de datos completa de la Biblioteca del Congreso de EE UU, que por aquel entonces guardaba una copia de todo internet, y la volcó en la Open Library. Se dice, aunque no se ha demostrado, que colaboró con Julian Assange en WikiLeaks desarrollando la infraestructura técnica que hizo posible las filtraciones seguras de documentos.

Su ideario quedó recogido en el Manifesto por la Guerrilla del Acceso Abierto, un manual de referencia para el movimiento hacker. “La información es poder. Pero como todo poder, hay quienes quieren preservarlo solo para ellos. Todo el patrimonio cultural y científico del mundo, publicado durante siglos en libros y artículos, está siendo digitalizado y cerrado por un puñado de empresas privadas. (...) Es hora de salir a la luz y, siguiendo la noble tradición de la desobediencia civil, declarar nuestra oposición a este robo privado de la cultura pública”, lee el texto.

Portada de la revista 'Time' dedicada a Edward Snowden, Aaron Swartz y Chelsea Manning (entoces Bradley Manning).
Portada de la revista 'Time' dedicada a Edward Snowden, Aaron Swartz y Chelsea Manning (entoces Bradley Manning).

Swartz no cumplía el estereotipo del hacker tímido y sin habilidades sociales. Era un genio de la informática, pero también tenía magnetismo, sabía hablar en público y mostró dotes de liderazgo encabezando diversas iniciativas y proyectos. Estaba sopesando dar el salto a la política en un momento en el que el 15-M y el movimiento Occupy Wall Street, todavía recientes, habían mostrado el potencial de movilización que ofrecía internet. Quizás por eso, para frenar su progresión, opinan algunos, se decidió darle un castigo ejemplar.

El activismo, una década después

“Para mí, Aaron Swartz es un icono. Abrazó la cultura hacker de utilizar la tecnología como un elemento de liberación de las personas, para poner a la disposición de los demás el conocimiento y la información”, opina el ingeniero Jaime Gómez-Obregón, que ha desarrollado varias herramientas para favorecer la transparencia política en la contratación del sector público.

El legado de Swartz sigue vivo. Su heredera espiritual es Alexandra Elbakyan, conocida como la Robin Hood de la ciencia. Esta ingeniera y neurocientífica kazaja de 34 años afincada en Rusia está al mando de Sci-Hub, un repositorio abierto de artículos científicos de referencia que ha liberado más de 80 millones de documentos. La justicia estadounidense la persigue desde que lo puso en marcha en 2011 y hasta ha investigado su posible vinculación con el Kremlin, que, igual que en el caso de Edward Snowden, le brinda protección.

“El hecho de que el conocimiento solo pueda ser accesible para gente con dinero supone un impedimento para el avance de la ciencia y la investigación. Elbakyan está luchando contra ello, igual que lo hizo Swartz”, sostiene Levi. Para esta activista, en la última década se ha avanzado mucho en las reivindicaciones de los defensores de la ciencia abierta. “El alto precio de las publicaciones científicas en las universidades es un escándalo. Hay un movimiento que fomenta que la revisión de pares alternativa pueda puntuar de la misma forma que la de las revistas cerradas. Ahí ha habido mucho avance. También en los repositorios públicos en los que participan muchas universidades”, explica.

La promesa original de internet, que apuntaba a ser un gran Ágora en el que compartirlo todo, hace tiempo que quedó enterrada bajo el peso de los intereses comerciales. “Puede que el único espacio de libertad real que hay en internet sea la dark web. El resto ha quedado capturado por ciertos oligopolios y sistemas centralizados de datos que hacen que la gente no tenga el control ni el poder de lo que hace en el terreno digital”, opina Albert Cañigueral, autor de El trabajo ya no es lo que era (Conecta, 2020) y miembro de la red de colaboración online Ouishare. El experto cree que hay cierto movimiento en los entornos activistas y académicos, pero no en el empresarial. “El gran reto es cómo establecer ese puente”.

“El movimiento del software libre y de proyectos como la Wikipedia, que buscan difundir el conocimiento de forma abierta, coexiste con el poder de las grandes tecnológicas, que están intentando convertir internet en lo que se convirtió ya la televisión: en un vertedero, en una especie de instrumento controlado por unos pocos al servicio de sus propios intereses”, resume Gómez-Obregón. “La tensión entre estas dos visiones de internet existe. Y la batalla continúa. En estas luchas, a veces hacen falta mártires, rostros que a veces se idealizan, pero que permiten que la lucha se visibilice. La muerte de Swartz no tendría que haber sucedido jamás, pero su fallecimiento despertó la conciencia de mucha gente”.

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Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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