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“Lo siento, cariño. No puedo hablar más porque ya está mi pareja en casa”

Los transcriptores que trabajan para Google desvelan algunas de las conversaciones íntimas que escuchan para mejorar el asistente de voz

Una usuaria consulta su móvil junto al logotipo de Google.
Una usuaria consulta su móvil junto al logotipo de Google.Charles Platiau (REUTERS)
Hugo Gutiérrez

“Llego cinco minutos tarde. Espérame que estoy en camino”; “Abre el garaje”; “¿Cuál es la mejor web de porno?”; “Ir a calle de la Rosa [nombre ficticio]”; “Disminuye el brillo de la luz del salón al 50% y enciende el aire acondicionado”; “Noticias sobre el caso Neymar”; “Comparación entre teléfonos iOS y Android”, o, entre susurros: “Lo siento, cariño. No puedo hablar más porque ya está mi pareja en casa”. Estos son algunos ejemplos de los miles de audios que escuchan los revisores de grabaciones para Google en diferentes idiomas, entre ellos español y portugués. Una práctica que se realiza desde hace años, como afirman los transcriptores consultados.

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Escuchar, escribir y revisar grabaciones privadas de usuarios, tanto meras búsquedas como conversaciones muy íntimas. Ese era el día para muchos de los revisores por todo el mundo, contratados por una empresa tecnológica que trabaja para Google. Cualquier persona con su móvil en la mano tiene algo más que un teléfono. Es su conexión con todo el mundo online y desde hace unos años ya no necesita escribir todo lo que quiere buscar. Lo puede ordenar con la voz. Por eso, la revisión de las grabaciones se realiza, según la multinacional, para mejorar el funcionamiento de su asistente virtual. Esto es, para que el software sea capaz de entender mejor lo que le dicen los usuarios.

Los audios que tenían que transcribir no tenían un desfase temporal muy grande. “Las búsquedas sobre temas de actualidad se solían escuchar con un mes de atraso. De esto me di cuenta, por ejemplo, en casos de elecciones”, confirman los revisores. Entre los proyectos —van cambiando en el tiempo— los hay de búsquedas a través de la plataforma de Google, en Google Maps, mensajes de texto y peticiones a Google Home, entre otros. “Nosotros preferimos los más cortos para tardar menos [cobran por audio realizado]. Los peores eran los de mensajes de texto con conversaciones”, explican los expertos en idiomas, que añaden: “Solían ser largos… desde charlas entre familiares hasta una discusión de pareja. Te encuentras de todo”.

Las grabaciones revisadas eran aquellas que los usuarios le dicen a Google Assistant. La compañía admitió cuando saltó el escándalo que se escucha el 0,2% de todos los audios en el mundo. “Los expertos en idiomas revisan y transcriben un pequeño conjunto de consultas para ayudarnos a comprender mejor esos idiomas. Esta es una parte crítica del proceso de creación de tecnología de voz, y es necesaria para crear productos como el asistente de Google”, aseguraba la compañía en un comunicado oficial. Entre los empleados consultados desconocen cuántos hay contratados, cuántos proyectos había al mismo tiempo —sí saben que varios porque no solían coincidir en el mismo— ni cuantas grabaciones se escuchan en total al día. Solo conocen su trabajo: “Cada uno de los transcriptores realiza una media de 6.000 audios a la semana”.

Entre los proyectos había algunos que se denominaban de categorización. En este caso, los revisores tenían que escuchar y transcribir el audio desde cero y, además, categorizarlo. “Teníamos que señalar si la persona que habla era un niño o un adulto hombre o mujer. Además, teníamos que indicar si se trataba de un mensaje ofensivo o no. Se denominaban ofensivos si contenían insultos o contenido sexual, por ejemplo”, explican.

Y es que un denominador común de las grabaciones eran los mensajes sexuales. Son tantos audios los que tienen que realizar por minuto, que la mayoría de los mensajes caen en el olvido. Aunque hay ciertas peticiones al asistente que es difícil de olvidar: “Había muchas búsquedas sobre sexo. Incluso algunas personas buscaban vídeos sexuales de niños de corta edad. Era muy desagradable”, reconocen.

Contratos precarios

De los transcriptores consultados, varios de ellos en activo se quedaron sin trabajo hace dos semanas. Justo cuando saltó el escándalo por la fuga de un millar de grabaciones a una televisión belga. Pese a que Google explica que no ha incumplido los términos legales y que el usuario da su consentimiento, ha paralizado sus proyectos. “Días antes de la publicación estaban pidiendo a más gente e incluyendo audios en la plataforma. Sin embargo, unos días más tarde se paralizó todo”, explican varios transcriptores.

Los revisores, empleados de una firma subcontratada por Google, tenían contratos por obra y servicio o como freelance y en su mayoría no llegaban a ganar el salario mínimo. Todo ello pese a que trabajen como expertos en idioma (con estudios superiores y, en la mayoría de casos, nativos del idioma en que trabajen) para una prestigiosa empresa. De media, ganaban unos 600 euros al mes. En cuanto a las horas cotizadas, los transcriptores podían elegir por cuantas se le daba de alta, aunque en cada caso tenían un objetivo mínimo que cumplir. Por cada hora que estuvieran contratados tenían que realizar unos 200 audios.

Así, si eran contratados a media jornada (20 horas semanales), tenían que ser capaces de hacer unos 4.000 audios. Esto es, ganar unos 120 euros a la semana y unos 480 euros al mes. “El problema es que para cumplir el objetivo tenías que dedicar más horas. En casi todos los proyectos necesitabas más de una hora para hacer los 200”, sostienen los transcriptores. “La mayoría prefería coger cinco o 10 horas semanales para tener un objetivo fácil de cumplir y que no nos echaran por no llegar al mínimo. Aunque siempre intentábamos hacer más grabaciones para que la nómina fuese lo mejor posible”, aseguran.

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Sobre la firma

Hugo Gutiérrez
Es periodista de la sección de Economía, especializado en banca. Antes escribió sobre turismo, distribución y gran consumo. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS tras pasar por el diario gaditano Europa Sur. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla, Máster de periodismo de EL PAÍS y Especialista en información económica de la UIMP.

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