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Columna
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Hay trampa

Quienes almacenan los datos de toda la población para hacer con ella un uso particular son Google y Facebook, y trabajan para el lado bueno de esta guerra

David Trueba
Un móvil, con la aplicación FaceApp.
Un móvil, con la aplicación FaceApp.KIRILL KUDRYAVTSEV (AFP)

La dinámica se repite una y otra vez, sin que nos paremos un segundo a reflexionar. Las alarmas se disparan de pronto. Les hablo del último caso. Resulta que la aplicación-juguete por la que puedes envejecer tu cara para mirarte en una especie de espejo futuro está en manos de agentes rusos y acaban de hacerse con los parámetros faciales de toda la población como un pederasta regala caramelos en el parque infantil. Se han quedado con la cara de al menos toda esa población que se esfuerza por no perder comba en los juegos impuestos por la moda del instante. Se desata la paranoia, la alucinación colectiva y un terror soviético recuperado se apodera de nosotros justo cuando celebramos los 50 años de la guerra espacial por llegar primeros a la Luna. La pregunta es bien simple. ¿A quién le interesa disparar esas alarmas? Suenan un poco a las desbandadas inducidas que se practican en aglomeraciones públicas. Uno grita que hay una bomba y los demás corren despavoridos. Como vivimos en la época de la histeria, ya sabemos que el arranque de dignidad durará cinco minutos, no más. Pero queda la estela de la mentira, de la media verdad, de la trampa para conejos. En cada clic nace un tonto, dice el refrán.

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Sucedió exactamente igual con la arremetida de Donald Trump contra la empresa Huawei. En dos jornadas logró destronar sus ventas a favor de móviles estadounidenses y aliados, que andaban perdiendo cuota de mercado. Dijo, con la autoridad que le concede la presidencia de su país, que la telefonía china trabajaba para los servicios secretos y filtraba los datos de los usuarios. En este caso tuvo algo de forcejeo empresarial. Echar mierda sobre el rival es un clásico mortífero. Pasadas las horas del acoso y medio derribo todo vuelve a la normalidad. Pero es la normalidad lo que nos tiene que preocupar. Es posible que los agentes rusos dominen los rostros de medio mundo y que los terminales chinos potencien la invasión comercial del país asiático, pero la denuncia es tan chusca y gratuita como un insulto a la inteligencia. Quienes almacenan los datos de toda la población para hacer con ella un uso particular son las dos grandes bases de datos estadounidenses, que se llaman Google y Facebook, y trabajan para el lado bueno de esta guerra templada en la que vivimos. Ni fría ni caliente.

En los mismos días en que se levantaba una ola de sospecha sobre el juego de envejecerte la cara, Google reconocía que graba nuestras conversaciones, pero lo hace para mejorar el servicio. Es impúdica la manera en que ejerce del mayor pirata internacional contra los derechos de autor a través de la plataforma YouTube, guarecida tras unos parámetros de control muy mejorables que le permiten seguir jugando con la propiedad ajena. Invaden la intimidad sin ola de concienciación que nos empuje a utilizar buscadores que no dejen rastro de una maldita vez. No hay castigo colectivo a las transgresiones en el manejo de nuestros datos. A lo máximo que llegamos es a estudiar con enervante lentitud el mecanismo de elusión fiscal que practican en nuestros países. Son auténticos expatriadores de divisas. Pero todos nos quedamos tranquilos porque de tanto en tanto disparamos una alarma tramposa contra el fantasma ruso y la tétrica dictadura china. En la Red no hay buenos y malos. Todos son peores.

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