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Ecosistema extremo en la mina de Las Cruces

Científicos españoles encuentran piedras únicas en un yacimiento sevillano

Joseba Elola
La mina sevillana de Las Cruces.
La mina sevillana de Las Cruces. Paco Puentes

Unos microorganismos con una prodigiosa capacidad de adaptarse a condiciones de vida extremas se han convertido en protagonistas de la mina sevillana de Las Cruces. Son los seres vivos que más temperatura aguantan, hasta 113 grados. Respiran azufre. Los llaman extremófilos por su resistencia, por la facultad que tienen de sobrevivir en un ambiente duro, carente de oxígeno, como el de la Tierra hace más de 2.400 millones de años, como el de Marte. Pues bien, un equipo de científicos españoles los ha vuelto a colocar en el foco con un estudio publicado en la revista científica Nature Communications. Aseguran haber hallado evidencias de la acción de estos microorganismos en el subsuelo sevillano. Y están intentando dilucidar si esos “bichos”, como se refieren a ellos cariñosamente, se encuentran aún allí.

El estudio de estos microorganismos resulta prometedor para investigaciones relacionadas con la búsqueda de vida en otros planetas y, en un nivel más terrenal, pueden tener aplicaciones farmacéuticas, biotec-nológicas, e incluso cosméticas.

“Son tremendamente imaginativos”, espeta con media sonrisa el geólogo Fernando Tornos, de 56 años, con la enorme mina de cobre sevillana, la más grande a cielo abierto de Europa, a sus espaldas. Enormes dumpers, camiones capaces de transportar hasta 100 toneladas de mineral, bajan por las zigzagueantes cuestas que conducen hacia el charco verde situado en el punto más profundo del yacimiento, a 195 metros por debajo del nivel del mar. Un persistente sol de otoño cae sobre Las Cruces, ubicada a 15 kilómetros de la capital andaluza, mientras este investigador del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), ataviado con un casco blanco y una chaqueta reflectante, intenta sintetizar discursos científicos de difícil digestión para el profano: “Son muy versátiles para sobrevivir”, precisa.

Los geólogos, Fernando Tornos (izquierda) y Antonio Delgado.
Los geólogos, Fernando Tornos (izquierda) y Antonio Delgado.Paco Fuentes

La actividad de esos microorganismos a lo largo de los últimos siete millones de años se ha sustanciado en la aparición de unas rocas únicas, nunca vistas. Únicas por la acción que sobre ellas produjeron esos versátiles extremófilos de los que habla Tornos.

La historia de esta investigación arranca en el año 2007, con el hallazgo de una roca negra. “Ya se sabía que había rocas raras e inhabituales aquí”, explica Tornos, doctor en Geología, madrileño, que lleva 30 años estudiando yacimientos minerales. Pero esta es única. Se trata de una roca anómala, desconocida en la corteza terrestre. La forman carbonatos, galena y sulfuros de hierro.

La única referencia comparable que existía hasta la fecha, plantean Tornos y su equipo en el trabajo de Nature Communications —en el que también participaron los científicos Francisco Velasco y César Menor— , era una pequeña masa mineral descubierta en una mina Rusa, Zapadno-Ozernoe, situada en los Urales. “Nos empezamos a plantear cómo se había formado esto”, explica Tornos. Fue cuando decidieron mandar las primeras muestras a Antonio Delgado, geólogo del Instituto Andaluz de las Ciencias de la Tierra.

Apreciaron que las modificaciones en las rocas eran fruto de una intensa actividad bacteriana. La roca habitual, de color rojizo, había sido transformada. Presentaba un color más oscuro. Era negra como consecuencia de su contacto con los organismos extremófilos, que encuentran en el subsuelo su menú favorito: metano y sulfatos. “Las bacterias respiran y liberan CO2”, explica Delgado, de 51 años. Pues bien esa alimentación y esa respiración cambiaron la composición de las rocas y su color. La misión en el planeta Marte, apunta el investigador, ha revelado la presencia de metano. “Podría ser metano generado por procesos de vida en el subsuelo”.

La vida que conocemos está basada en la respiración de oxígeno. Pero en el planeta Tierra, hace millones de años, cuando no había oxígeno, se respiraba con azufre. Así lo hacen los extremófilos.

La existencia de estos organismos ya se conocía en otros lugares de la llamada Faja Pirítica, franja que recorre el sur de la península Ibérica en la que hay más de 200 minas y que registra la mayor concentración de sulfuros en la Tierra. “Pero este es el único sitio del mundo en que se ha demostrado, y publicado, que los microorganismos han transformado el Gossan —roca descompuesta característica de los yacimientos— en una roca diferente”, precisa Juan Manuel Escobar, de 44 años, jefe de Geología de la mina sevillana.

La cercanía de las aguas del acuífero Niebla Posadas, la cantidad de sulfato que acarrean y su influencia en rocas porosas son factores adicionales que ayudan a explicar la formación de esa roca rara, única.

Fernando Tornos desenvaina su martillo de geólogo y se encarama a una loma rojiza de la mina; estamos a cielo abierto, pero a 165 metros por debajo del nivel del mar. Muestra una roca de color pardo. Y otra, rojo carmín, se supone, como consecuencia de la acción de los extremófilos.

“Todo lo que sucede en el subsuelo de Las Cruces que haya dado origen a esa masa tiene interés para la investigación relacionada con Marte”, confirma en conversación telefónica Ricardo Amils, un investigador del Centro de Astrobiología, organismo vinculado al Instituto de Astrobiología de la NASA, que también trabaja en este proyecto. Amils, de 67 años, recuerda que el rojo de la tierra de Marte está emparentado con el rojo de Las Cruces y también con el del río Tinto, en el que lleva 26 años investigando y del que se han extraído las técnicas que se están aplicando en la mina sevillana. “Si hay vida en Marte, está en el subsuelo”, dice este catedrático de Microbiología de la Universidad Autónoma.

La geomicrobiología se ha convertido en un campo científico de vanguardia: la mitad de la vida que hay en nuestro planeta (y, tal vez, en otros) se encuentra bajo nuestros pies. Ricardo Amils señala que hace sólo 20 años que se produjo la primera publicación sobre esa vida subterránea. “Aún no sabemos nada”, ilustra.

Los extremófilos pueden comerse la contaminación de un río. Producen anti-bióticos. Se pueden utilizar en la elaboración de medicamentos, de cosméticos. De ahí que este sea un campo en al que llegan inversiones.

La acción de los extremófilos sobre las rocas puede resultar interesante más allá del campo científico. “Esa vida está en el origen de minerales de interés económico”, subraya Ricardo Amils. La roca que se encontró en la mina de Las Cruces —envuelta desde hace años en la polémica: irregularidades en sus inicios han conducido a la fiscalía especializada en delitos medioambientales a pedir el encarcelamiento de sus directivos por daños al acuífero— es rica en oro, plomo y plata. La masa mineral permite extraer mucho cobre. Y muy fácilmente.

“Este trabajo está proporcionando algunas de las evidencias más tentadoras sobre las profundidades de la Biosfera”, señala vía correo electrónico Adrian Boyce, profesor de Geología Aplicada de un centro de investigación escocés, el Scottish Universities Environmental Research Centre. Boyce destaca el interés que ofrece la investigación en curso: “Es sin duda el argumento más convincente para el origen biológico de la roca negra galena. La Biosfera profunda es un área en la que nuestro conocimiento está creciendo rápidamente”.

La pelota está ahora en el tejado de los microbiólogos. Ellos son los que deben certificar la existencia de esa vida en el subsuelo de Las Cruces. Y decir de qué tipo de vida se trata. Se esperan resultados en menos de un año.

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Sobre la firma

Joseba Elola
Es el responsable del suplemento 'Ideas', espacio de pensamiento, análisis y debate de EL PAÍS, desde 2018. Anteriormente, de 2015 a 2018, se centró, como redactor, en publicar historias sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la sociedad, así como entrevistas y reportajes relacionados con temas culturales para 'Ideas' y 'El País Semanal'.

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