Consumo planea excluir los ultraprocesados del menú infantil en los hospitales

El Ministerio de Consumo ha anunciado este miércoles que retirará los ultraprocesados de los menús que se ofrecen a las niñas, niños y adolescentes ingresados en hospitales. “Que no exista ningún tipo de control sobre estos alimentos, existiendo una evidencia tan amplia sobre sus efectos, es incomprensible”, ha dicho Pablo Bustinduy, ministro de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030. Estos productos también quedarán excluidos de la sección de platos y menús infantiles en las cafeterías y comedores abiertos al público en estos centros. Desde el ministerio recuerdan, no obstante, que se mantendría la autonomía del paciente que sí quiera consumirlos.

El texto sobre el que trabaja Consumo seguirá los pasos del Real Decreto de Comedores Escolares Saludables y Sostenibles, que aprobó el Gobierno en abril de 2025, y que obligó a que las comidas en colegios e institutos cumplieran con las recomendaciones sanitarias de organismos científicos como la OMS o la Agencia Estatal de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN).

Bustindui (Sumar) ha realizado este anuncio durante el acto de presentación del Plan de aceleración para detener la obesidad, organizado por el Ministerio de Sanidad y la Organización Mundial de la Salud (OMS) este miércoles. España es el tercer país de Europa con mayores cifras de sobrepeso y el cuarto en obesidad infantil, según datos de este organismo.

El ministro ya había adelantado en redes sociales su intención de regular este tema. Lo hizo la semana pasada, ante la publicación de un demoledor editorial de The Lancet en el que señalaba que la invasión de estos productos estaba “impulsada por el afán de lucro empresarial, no por la nutrición ni la sostenibilidad”, y que erosiona la salud global. El estudio, al que ha vuelto a referirse durante su intervención, destacaba el caso de España, donde estos productos han pasado de representar el 11% de la dieta hasta el 32% en los últimos 20 años.

Es un aumento mucho más pronunciado que en países de nuestro entorno, como Italia o Portugal, donde no llegan al 25%. Este tipo de dieta no es inocua. La ingesta habitual de ultraprocesados se asocia con un mayor riesgo de sobrepeso u obesidad, diabetes tipo 2, hipertensión, dislipidemia, enfermedades cardiovasculares, enfermedades coronarias, enfermedades cerebrovasculares, enfermedades renales crónicas, enfermedad de Crohn, depresión y mortalidad por todas las causas.

El editorial de la revista científica venía acompañado de una carta de Unicef y otra de la OMS. Los tres organismos conminaban a los gobiernos a tomar medidas para limitar el consumo de ultraprocesados. Los hospitales y centros sanitarios, además de las escuelas y centros educativos, figuran como ámbitos prioritarios para intervenir el consumo de estos productos.

La medida anunciada por Bustinduy va en esa dirección, pues establece unos criterios mínimos de calidad nutricional y de sostenibilidad que orienten en la contratación, adquisición y oferta de alimentos y bebidas que se ofrecen en hospitales y las residencias de mayores.

Los ultraprocesados son preparaciones industriales comestibles. Tienen muchos ingredientes y una fabricación compleja. Es cierto que en esta categoría caben alimentos dispares, desde la carne de tofu o el yogur de fresa hasta los nuggets, la bollería industrial o las bebidas azucaradas. Desde Consumo han precisado que los alimentos ultraprocesados que se verán limitados serán “aquellos productos de formulación industrial compleja, con ingredientes transformados, aditivos y perfiles nutricionales con alto contenido en grasas saturadas, azúcares o sal”.

Esta es, en realidad, la categoría más amplia de ultraprocesados. En el pasado, se empezó a intervenir los productos alimentarios para mejorar su composición o su durabilidad. Pero con el tiempo, las empresas vieron que la manipulación alimentaria era una forma de mejorar sus ventas. El modelo de negocio de los grandes fabricantes de ultraprocesados, alertaba el análisis de The Lancet, pasa por manipular a gran escala materias primas baratas, como el maíz, el trigo, la soja y el aceite de palma, para convertirlas en productos llamativos, sabrosos y adictivos. Desde un punto de vista comercial son perfectos, desde uno sanitario, un desastre.

En Adictos a la Comida Basura (Deusto, 2016), el premio Pulitzer Michael Moss explicaba que las empresas que los producen “llevan años disputándose la primacía en el sector, elevando, cada vez más, las cantidades de sal, azúcar y grasa de estos alimentos” para hacerlos más adictivos.

En el editorial de The Lancet, las comparaciones entre la industria alimentaria y la industria tabacalera son constantes, haciendo referencia a cuando, a mediados del siglo pasado, las empresas productoras intentaban silenciar la evidencia científica en su contra a base de marketing y presiones lobistas. Ahora estaría sucediendo lo mismo, explicaban los científicos, que señalan directamente a un puñado de fabricantes que dominan el mercado, empresas como Nestlé, PepsiCo, Danone, Ferrero, Kraft Heinz y Coca-Cola.