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Tribuna
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Gustavo Gutiérrez, padre de la teología de la liberación

El teólogo peruano, fallecido a los 96 años, ganó en 2003 el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades

Gustavo Gutiérrez, en una rueda de prensa en Lima (Perú) en julio del 2023.
Gustavo Gutiérrez, en una rueda de prensa en Lima (Perú) en julio del 2023.RAÚL GARCÍA (EFE)
Juan José Tamayo

El 22 de octubre de 2024 falleció en Lima a los 96 años Gustavo Gutiérrez, “el teólogo del Dios liberador”, como le definiera su compatriota el escritor José María Arguedas en su libro El zorro de arriba y el zorro de abajo, que le contraponía al “cura del Dios inquisidor” de Todas las sangres. Con su muerte la teología cristiana pierde a uno de sus más importantes, creativos y reconocidos referentes mundiales y la teología de la liberación acusa la orfandad por perder a quien es considerado el padre del nuevo paradigma teológico liberador en América Latina, que supuso una verdadera revolución epistemológica y metodológica en el discurso religioso y en la praxis de los cristianos y cristianas con importantes repercusiones en las ciencias sociales.

Gustavo Gutiérrez tenía una excelente formación interdisciplinar. Estudió medicina en la Universidad Nacional Mayor San Marcos (Lima), filosofía y psicología en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) y teología en la Facultad de Lyon (Francia) y en la Universidad Gregoriana (Roma). Fue profesor de teología en la Pontificia Universidad Católica de Perú y en la Universidad de Notre Dame (Indiana, Estados Unidos) y fundador del Instituto Bartolomé de Las Casas de Lima. Ejerció el ministerio pastoral en la parroquia de Cristo Redentor, del barrio popular del Rímac (Lima). Participó en el Concilio Vaticano II como asesor teológico del obispo chileno Manuel Larraín. Intervino como consultor teológico en la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en 1968 en Medellín (Colombia), que llevó a cabo el cambio radical de la Iglesia neocolonial al cristianismo liberador. Fue miembro del Consejo de dirección de Concilium. Revista Internacional de Teología. En 2003 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades junto con el periodista polaco Ryszard Kapuscinski.

En 1971 publicó Teología de la liberación. Perspectivas, su obra más emblemática y una de las más influyentes en el panorama teológico mundial, traducida a decenas de idiomas y con numerosas ediciones. Dedicó el libro a Henrique Pereira Neto, sacerdote brasileño torturado y asesinado en 1969 por el Comando de Caza a los Comunistas durante la dictadura, y a José María Arguedas, y lo inició con un texto de su novela Todas las sangres. El escritor peruano le confesó que en el Dios liberador que él representaba sí creía. “Yo siento a Dios de otro modo”, dice Matilde, un personaje de Todas las sangres. Quizá esta sentencia, observa Gustavo, quisiera expresar lo vivido por Arguedas, que “no sentía a Dios como los señores y los biempensantes”, sino como “Dios esperanza, Dios alegría, Dios ánimo”.

Gutiérrez define la teología como reflexión crítica de la praxis histórica a la luz de la palabra, como teología de la transformación liberadora de la historia de la humanidad, que no se limita a pensar el mundo, sino que es un momento del proceso de su transformación abriéndose al don del reino de Dios “en la protesta ante la dignidad humana pisoteada, en la lucha contra el despojo de la inmensa mayoría de los hombres, en el amor que libera, en la construcción de una nueva sociedad, justa y fraterna”. Es una teología que articula armónicamente pensamiento y vida, teoría y praxis, rigor metodológico y denuncia profética ante las injusticias, espiritualidad liberadora y compromiso social, contemplación y acción, amor universal y opción por las personas y los colectivos empobrecidos.

Estamos ante un nuevo modo de hacer teología, de sentir, de vivir y de pensar a Dios desde el “reverso de la historia” con repercusiones desestabilizadoras para el sistema neocolonial y neoliberal latinoamericano. Un sistema que el papa Francisco define como “la globalización de la indiferencia” que nos vuelve incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, de llorar ante el drama de los demás y de cuidar a las personas más vulnerables, y genera una población “sobrante” convertida en desechos humanos.

El teólogo peruano nada tiene que ver con la definición que diera el arzobispo anglicano William Temple a la pregunta sobre qué es un teólogo, me imagino que con sentido de humor británico: es una persona muy sensata y sesuda que pasa toda una vida encerrada entre libros intentando dar respuestas exactísimas y precisas a preguntas que nadie se plantea. Las preguntas que se planteaba Gustavo tienen que ver con el sufrimiento, la pobreza, la injusticia y la materialidad de la vida: ¿dónde dormirán los pobres?, ¿cómo hablar de Dios desde el sufrimiento de los inocentes?, ¿cómo hablar de la resurrección cuando las personas empobrecidas mueren “antes de tiempo” y “sin llegar a sazón”?, ¿cómo hablar de Dios como Padre y Madre cuando los seres humanos no son hermanos y hermanas?

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