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SALUD
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Recuperar el silencio

Podemos identificar los síntomas de un infarto o un ictus, pero no sabemos identificar las que alteran nuestro equilibrio emocional

Vista panorámica de Ansó, en Huesca.
Vista panorámica de Ansó, en Huesca.Ana Gaudes (getty)
Milagros Pérez Oliva

En este largo puente de la Constitución, media España se ha sumergido en el bullicio mientras otra media ha huido al campo en busca de tranquilidad. En algunos puntos emblemáticos del centro de Barcelona o de Madrid no se podía ni caminar del gentío que había. Literalmente. Pero el otro gran destino más buscado han sido las casas rurales. No es extraño que el turismo rural tenga cada vez más adeptos. Necesitamos desconectar. Inmersos en una dinámica productivista en la que nunca llegamos a hacer suficiente para tener suficiente éxito, llega un punto en que ya no podemos más. O paramos o nos rompemos.

La lógica del rendimiento lleva a actuar como si no hubiera límites: no hay límites para explotar la naturaleza y no hay límites para explotarnos a nosotros mismos. Pero del mismo modo que la naturaleza se está rebelando contra nuestra ansia depredadora y extractivista, también nuestro cuerpo se rebela. El problema es que podemos identificar los síntomas de un infarto o un ictus, dolencias graves que alteran nuestro equilibrio corporal, relacionadas en muchos casos con el estrés y el ritmo desquiciado de vida que llevamos, pero no sabemos identificar las que alteran nuestro equilibrio emocional.

Y sin embargo, los síntomas están ahí: si necesitas mirar constantemente el móvil en busca de mensajes, aunque no esperes ninguno; si tienes la sensación de perder el tiempo si no estás haciendo algo productivo; si eres incapaz de contemplar el paisaje mientras viajas en tren o en autobús; si pones la televisión en modo dos pantallas para seguir dos programas a la vez o abres constantemente el móvil mientras ves una película; si tienes la incómoda sensación de estar perdiéndote siempre algo y te despiertas a media noche con la sensación de se te ha escapado algún tren, es que algo está empezando a ir muy mal.

Cuando eso ocurre es que empezamos a ser víctima de un modo de vida desquiciado como el que magistralmente retrata Justine Triet, ganadora de la palma de oro del último festival de Cannes, en La batalla de Solferino, con la que obtuvo el César a la mejor ópera prima en 2014. En un juego de cámaras nervioso y tan agitado como sus personajes, Triet nos pone ante el espejo de nuestra batalla cotidiana contra el tiempo y la prisa. Sus protagonistas apenas pueden respirar, engullidos por una aceleración que los devora y les mantiene en un estado de ansiedad y embotamiento.

Tratamos de conjurar el malestar que nos provoca la tiranía de la inmediatez con la compra compulsiva de cosas que no necesitamos, pero también de estímulos para sentirnos vivos. Y de hecho, la publicidad, que todo lo capta, ya no nos ofrece meros objetos, sino experiencias que se agotan tan rápido como el deseo de tenerlas. Lo que no podemos comprar es tiempo interior. En La sociedad de las prisas (Ediciones Obelisco, 2023), la escritora Maria Novo reivindica la bondad del silencio y nos invita a aprender a vivir de forma más pausada. “En este tipo de sociedad, se espera de nosotros lo que se espera de las máquinas: eficiencia y rapidez. Pero la lógica de la máquina no casa bien con la lógica de la vida”, dice, en una entrevista en Ethic.es.

Cuando es querido y buscado, el silencio sana. Pero no es fácil sustraerse a la vorágine del rendimiento. Algunos consiguen hacer un giro vital radical. Es lo que explica el fenómeno de la Gran Dimisión: gente que abandona carreras y ambiciones para poder vivir más pausado. Pero tampoco es fácil poder vivir fuera del sistema. Así que, para muchos, lo único que queda es la posibilidad de un reset, una escapada corta para reponer fuerzas y conjurar así la amenaza de un desplome total. Reconectar con la naturaleza para reconectar con nuestro tiempo interior. Pero lo que necesitamos es una nueva cultura del tiempo que nos permita tomar las riendas de nuestra propia vida.

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