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Se disparan las llamadas de jóvenes por violencia machista: “Si salía con mis amigas me llamaba puta. Solo quería que saliese con él”

El último estudio de la Fundación ANAR resalta el alto porcentaje de adolescentes que no son conscientes de la situación en la que se encuentran

Violencia machista jovenes
Varias jóvenes en el Parque del Retiro de Madrid, en mayo de 2023.Alejandro López (EFE)
Isabel Valdés

No ha cumplido aún los 14 años la adolescente que dice esto: “Me pide que le envíe fotos de la ropa que me quiero comprar, y no le gusta que me compre camisas de tirantes”. Esta frase es de una de 16: “Si salía con mis amigas me insultaba, me llamaba puta. Solo quería que saliese con él”. Esta otra tiene 17: “Una vez me golpeó al verme hablando con un amigo. Los golpes cada vez se volvieron más frecuentes”. También esta tiene 17: “Mantuvimos relaciones sexuales y lo grabó sin mi permiso y luego me chantajeaba constantemente con publicarlo en redes sociales”. Y esta, 15: “Le pedí a mi chico que parase porque me estaba doliendo y no quería mantener relaciones sexuales, pero no me hizo caso y continuó”.

Son solo pequeñas partes de las historias de cinco chicas, pero son el paradigma de las cientos de miles que sufren violencia machista sin haber cumplido los 18 años en España, y algunas de las miles a las que ha atendido la Fundación ANAR (Fundación de Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo) en los últimos años. Esos cinco testimonios son parte de su último informe, publicado este martes, el estudio longitudinal Evolución de la violencia contra las mujeres en la infancia y adolescencia en España, según su propio testimonio, que ha diferenciado cuatro tipos de violencia: de género, doméstica, sexual y otro tipo de violencia física o psicológica. Financiado por el Ministerio de Igualdad, se basa en un universo de 20.515 niños, niñas y adolescentes, a quienes la fundación, a través del teléfono y el chat, ayudó entre octubre de 2018 y octubre de 2022.

Entre los cuatro tipos que analiza el trabajo, la machista copara más de la mitad de todas las llamadas (53,8%); de esas, el “86,7% fueron por violencia de género en el entorno (situaciones en las que el o la menor de edad se encuentra en el entorno de las mujeres víctimas de violencia machista y son también víctimas de esa violencia), y un 13,3% por violencia de género adolescente (en la que la niña o adolescente es la víctima directa)”.

Tras esta, la doméstica (18,6%), la física y/o psicológica (15,9%), y la sexual (11,7%). Sin embargo, si se observa el crecimiento de las llamadas durante el periodo de estudio, es la sexual la que más aumentó en segundo lugar (39,4%), solo por detrás de la violencia machista: que ha aumentado un 87,8% en los casos de violencia de género en el entorno, y un 87,2% en los de violencia de género adolescente. Y, resalta el análisis, cada vez se produce a edades más tempranas.

Los resultados, como los del resto de análisis de diversos organismos en los últimos años, dibujan una realidad con varias constantes que están profundamente conectadas: el aumento de la violencia, su relación cada vez mayor con la tecnología, una distorsión en la percepción de esa violencia, y un nivel de infradenuncia muy alto. “Resalta el alto porcentaje de adolescentes que expresaron no ser conscientes de la situación en la que se encontraban (47,1% durante el periodo de cifras del estudio, que crece al 63,7% en el último año de datos que recogen)”, y también el de aquellas “que no denuncian o tienen intención de denunciar (un 70,3%)”.

Del total de llamadas atendidas por cualquier causa de violencia contra las mujeres, el 70,1% de los problemas fueron considerados de gravedad alta, un 52,8% de urgencia alta, un 53,7% de frecuencia diaria y un 62,6% de duración de más de un año

Una violencia que siempre tiene el mismo objetivo, “que el agresor tenga una posición de poder respecto a su pareja”. Ellas, dice el estudio, tienen una media de 16 años, “pero atendemos llamadas ya desde los 12 años”, ha advertido durante la presentación, con “preocupación”, Diana Díaz, la directora de las Líneas de Ayuda de la Fundación. Ellos tienen mayoritariamente entre los 14 y los 17 años, (63,7%), aunque según el informe “no hay que menospreciar el importante porcentaje de parejas o exparejas, de las menores, con 18 años o más (32,6%), lo que puede suponer un mayor riesgo de conductas violentas por la mayor madurez de quienes se encuentran en estos grupos de edad”.

Varios adolescentes hacen botellón en la plaza del 2 de Mayo de Madrid.
Varios adolescentes hacen botellón en la plaza del 2 de Mayo de Madrid. David Expósito

Benjamín Ballesteros, el director técnico de la Fundación Anar, ha aludido durante la rueda de prensa a la importancia de focalizar también sobre los hombres: “Un llamamiento a ser mucho más activos de lo que somos en este problema social que nos afecta a todos. Creemos que debemos conseguir que nos impliquemos y tengamos el papel activo que tenemos que tomar, tenemos que ser referente de buen trato e igualdad”.

La estructura de la violencia

A lo largo del estudio se ejemplifica y explica cómo la violencia machista entre adolescentes —como ocurre entre adultos— siempre sigue los mismos pasos, “estableciendo una relación de dependencia afectiva que le impida a ella separarse de él”. Relaciones que “suelen empezar con comentarios y solicitudes de cambio de comportamiento de la adolescente que denotan un inicio de control sobre su conducta que, en edades tempranas, sin un patrón claro sobre relaciones afectivas, de pareja, sanas, se asumen con normalidad”.

Esa “normalidad” es como comienzan esas relaciones en las que, según avanzan, el agresor va recrudeciendo esos comentarios y actitudes de control. Poco a poco, él “la aleja de sus círculos familiares y sociales, lo que facilita la sumisión de la adolescente ante cualquier petición por parte de él”. La violencia psicológica y social se convierte en habitual —es diaria en el 66,2% de los casos)—, se expande hacia “todos los aspectos de la vida de las adolescentes, y se vuelve cada vez más intensa y restrictiva”.

Puede ir de las prohibiciones explícitas y la coerción de la libertad —“despreciándola o haciéndole sentir culpable de las posibles consecuencias de su conducta por no acceder a lo que le solicita”—, a las agresiones físicas, de las que los agresores suelen culpabilizar y hacer sentir culpables a los propias víctimas. “Me decía te pego porque eres una puta y te lo mereces”, cuenta una de 15. “Me ha prohibido tener redes sociales y no tengo teléfono porque mi teléfono lo tiene él”, dice otra de 16. Esta última forma parte del 79,7% de los casos de violencia machista adolescente en la que la tecnología tiene una implicación “relevante”, con un incremento “significativo” a lo largo de los años.

Todos los insultos, la ridiculización, la humillación y el control que ejercen sobre ellas tienen consecuencias asociadas que nunca son leves. El estudio destaca los problemas de salud mental (48,8%), y dentro de estos, “las conductas suicidas (ideación e intento de suicidio), con 36,7%; los problemas de conducta (20,9%), otros problemas psicológicos (26,6%), y las autolesiones (15,8%)”. Sin embargo, y a pesar de esto, “más de dos tercios de las adolescentes que solicitan apoyo a la Fundación ANAR por violencia de género no reciben tratamiento psicológico (69,1%)”. Y hay otras circunstancias que se dan en estas relaciones de violencia, como el bajo rendimiento escolar.

Menos conciencia del problema, menos denuncias

En este marco, y a pesar de las cifras y la visibilización cada vez mayor en los últimos años, “se aprecia una evolución negativa a lo largo del tiempo, en cuanto a conciencia del problema”, señala el informe. En el período prepandemia, e incluso durante la pandemia, “en torno al 80% de las adolescentes que contactaron para solicitar apoyo respecto a violencia con sus parejas o exparejas mostraban ser conscientes de conductas consideradas violentas en la relación que mantenían”, pero esta situación “cambia de forma importante el último año”: un 63,7% de las adolescentes a las que atendieron dijeron que “no eran conscientes de las conductas violentas que sus parejas o exparejas estaban teniendo con ellas”. Esta tendencia, según la Fundación, “lleva a plantear la hipótesis sobre un posible proceso de normalización de determinadas conductas violentas que empiezan a no percibirse como tales”.

Una hipótesis que también se enlaza con las cifras de denuncia o las de la intención de denunciar, cada vez más bajas: “En el último año (de noviembre de 2021 a octubre de 2022) más de dos tercios de las adolescentes (78,4%) que contactaron por problemas de violencia en la pareja expresaron que no habían denunciado o no tenían intención de denunciar”. Ese progresivo descenso, según Anar, también podría tener que ver “con la escasa confianza en el sistema judicial respecto al que dudan sobre si se les creerá o no, o por posibles repercusiones negativas que este acto pueda tener tanto en las víctimas, durante el proceso judicial o posteriormente, como en sus familias”.

El teléfono 016 atiende a las víctimas de todas las violencias machistas —de la sexual a la psicológica, la económica o la trata—, a sus familias y a su entorno las 24 horas del día, todos los días del año, en 53 idiomas diferentes. El número no queda registrado en la factura telefónica, pero hay que borrar la llamada del dispositivo. También se puede contactar a través del correo electrónico 016-online@igualdad.gob.es y por WhatsApp en el número 600 000 016. Las y los menores pueden dirigirse al teléfono de la Fundación ANAR 900 20 20 10. Si es una situación de emergencia, se puede llamar al 112 o a los teléfonos de la Policía Nacional (091) y de la Guardia Civil (062). Y en caso de no poder llamar, se puede recurrir a la aplicación ALERTCOPS, desde la que se envía una señal de alerta a la Policía con geolocalización.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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