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Menores y violaciones en grupo: porno, pero no solo

Las últimas agresiones múltiples han generado una alarma agravada por la edad de los atacantes, algunos menores de 14 años, y por la de las víctimas, que llegan a bajar a los 11 años. Las cifras para conocer la realidad son incompletas y los factores que pueden explicarla, múltiples

menores violaciones grupales
Sr. García
Isabel Valdés

En una clase de tercero de la ESO, en un recreo, en un jardín urbano, en los baños de un centro comercial. Por la mañana, por la tarde o a primera hora de la noche. No parecen, a priori, las coordenadas de una agresión sexual múltiple. Pero lo son. Son algunas de las franjas horarias y lugares en los que se han cometido las últimas, en grupos de tres, cuatro, cinco y hasta seis atacantes. O al menos las últimas conocidas, casi a la vez, con pocas semanas de diferencia. Esa concentración, en parte, activó la alarma, pero fue también una cuestión que las recrudece aún más: la edad. La de quienes atacan —menores de 17, de 14, algunos de 13 o de 12, ni siquiera penalmente imputables—, y la de quienes son atacadas: 15, 14, 12 u 11. El horror que supone la idea de agresores y víctimas de estas edades genera no solo alerta, sino preocupación y herida social, preguntas: qué está pasando, si están creciendo las agresiones múltiples, si son cada vez más jóvenes quienes las perpetran. Y para ninguna de ellas hay una respuesta definitiva ni única.

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Dice la criminóloga Meritxell Pérez que “aunque la percepción social sea la de que cada vez hay más de estos delitos y cada vez son más jóvenes, no es así o no exactamente”. Hay una diferencia entre lo que ocurre, lo que llega a denunciarse y lo que se hace público. Pérez se remite primero a los datos disponibles, los que publicó por primera vez el Ministerio de Interior en 2019 sobre agresiones en grupo y que recoge cifras solo desde 2016. El último informe sobre delitos contra la libertad e indemnidad sexual, con números de 2016 a 2021, refleja de forma nítida la subida: los delitos múltiples han pasado de 371 aquel año a 573 hace dos, con un descenso únicamente en 2020, debido a los confinamientos por la pandemia.

“Pero son cifras generales, no hay específicas de menores”, matiza Pérez, profesora de Criminología de la Universidad Pontificia Comillas y secretaria general de la Fundación para la Investigación Aplicada en Delincuencia y Seguridad (Fiadys). Interior explica que, aunque las distintas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tienen esos datos, nunca, hasta el momento, han sido recogidos en una estadística oficial. Respecto a los totales, las agresiones múltiples representan el 4,3% de la delincuencia sexual y, de ellas, el 1,4% son cometidos por tres o más. La experta incide en que “la composición de lugar que la población puede hacerse de la violencia sexual es a través de los casos que llegan a los medios de comunicación, y que pueden ser los más llamativos, pero no representan la realidad más extendida”.

No la representan, pero forman parte de ella. Ocurren. Desde hace varios años se mantiene una tendencia al alza estable: entre los menores de edad es donde más está creciendo la violencia sexual y las menores cada vez representan un porcentaje mayor de estas víctimas. Solo ellas son la mitad de todas las victimizaciones que se conocen; en 2021 hubo 3.805 víctimas de delitos sexuales entre los cero y los 13 años, y 4.512 de entre 14 y 17 años. Ocurren y les cambia la vida a niñas y adolescentes.

Como la de la chica de 15 años que el viernes 24 de marzo fue acorralada por otros tres adolescentes en una zona ajardinada de Petrer, en Alicante: dos tienen 17 y 14 respectivamente y el otro está por debajo de esa edad, por lo que no se puede imputar. Entre todos, la arrastraron hasta una zona aislada para agredirla. La chica conocía a uno de ellos, del que dio el nombre cuando logró escapar y denunció.

O la de la niña de 11 años que pasó 40 días encerrada en su cuarto: más tiempo que de costumbre, menos alegre que de costumbre, comiendo menos que de costumbre, y, aun así, intentando hacer que sus días fueran lo más normales posible. El sábado 5 de noviembre del año pasado la violaron en un baño del centro comercial Màgic de Badalona, y lo grabaron, seis chicos: tres mayores de 14 años, dos menores de esa edad, y un sexto que aún no ha sido identificado. Cuando salió de allí, intentó decírselo a un vigilante de seguridad, pero él la ignoró, y ella se marchó a casa. Y calló. Hasta el 15 de diciembre, un jueves en el que su hermano llegó del instituto hecho una furia porque le habían contado que ella aparecía en un vídeo sexual con varios chicos. Solo entonces se desmoronó y pudo contar lo sucedido. Aunque muchas no son capaces de hacerlo.

En ellas piensa Pérez: “La cantidad de víctimas menores que habrá que nunca lo cuentan, niñas de 10, 11 o 12 años”. En España, el mayor estudio hasta la fecha calculó hace dos años que se detecta apenas un 2% de todos los ataques sexuales que se cometen anualmente, unos 400.000, según sus análisis.

Especialistas como Miguel Lorente, exdelegado del Gobierno contra la Violencia de Género, matizan que este tipo de ataques, con varios agresores, hacen que se reduzcan los estereotipos derivados de la cultura de la violación. Aquellos que llevan en muchas ocasiones a no denunciar en las agresiones individuales, como la culpabilización de la propia víctima o ideas que las responsabilizan de su propia violación: ir sola de noche, haber bebido, llevar escote. Pero siempre existe una proporción de silencio. “Y es terrorífico pensar en que ese silencio lo puedan estar guardando ellas, las más pequeñas. Y también lo es pensar en la edad de ellos, cometiendo violaciones con total indolencia, grabándolas y difundiéndolas”, dice Gabriela Atencio, la directora de Feminicidio.net, que ha visto en los últimos años cómo los números no paraban de crecer.

Antes de que Interior publicase datos, solo había un lugar donde mirar cifras: GeoViolencia Sexual, una sección de Feminicidio.net, que iba registrando y sumando todas aquellas que aparecían en prensa escrita, radio o televisión. Atencio recuerda qué pasó cuando Interior hizo oficiales por primera vez sus cifras: “Que la realidad era cuatro veces peor. Las violaciones múltiples cuadruplicaban lo que nosotras habíamos podido contabilizar a través de los medios”. Entre 2016 y 2021 hubo 2.691 (1.829 cometidas por dos agresores y 862 por tres o más). “Cualquiera ve estos números y se pregunta qué pasa. Y ocurren muchas cosas, porque el porqué se debe a una cuestión multifactorial”, dice Atencio.

El combo es amplio: “Una sociedad machista plagada de estereotipos; familias desestructuradas; ausencia de los padres por motivos que pueden ir desde lo laboral a un divorcio mal llevado o a la simple poca implicación en la educación afectiva; niñas y niños, por lo tanto, ausentes de referencias en este sentido. Y con carencias socioculturales para relacionarse. La forma en la que funciona el machismo es la de una corporación, en la que, sin consultarse de antemano, los hombres parecen estar de acuerdo en lo que han de hacer con ese permiso ancestral que ostentan. Tendríamos que analizar cómo afecta el visionado de los videojuegos en la percepción de la violencia extrema y en la pérdida de empatía; con la resistencia de los hombres a perder privilegios, o el modelo de sexualidad”, lanza la directora de Feminicidio, que se deja para el final el factor central siempre que se analiza esta cuestión: el porno.

“En los análisis multidisciplinares de los últimos seis años percibimos, aunque esto no puede demostrarse de forma empírica, que la bajada en edad de los agresores sexuales en general y de los múltiples de forma concreta coinciden en la bajada de edad en el consumo de porno”, afirma. Y algunos de sus elementos se repiten en la realidad.

Sobre eso ahonda Lluís Ballester, doctor en Sociología y uno de los mayores expertos en la relación entre jóvenes y pornografía. Lleva años estudiándola. En 2019, Ballester fue coautor junto a Carmen Orte del estudio Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales, elaborado por la Red Jóvenes e Inclusión y la Universitat de las Illes Balears, con entrevistas a 2.500 personas, chicos y chicas de 16 y 29 años de siete comunidades autónomas. ¿Los resultados? Ellos consumen más que ellas (lo hace un 87%), aunque en los últimos cinco años había aumentado un 20% las visualizaciones de las chicas. La edad media a la que se inician está en los 14 años para los chicos y 16 para ellas y la edad más temprana se adelanta ya a los ocho años.

La pornografía, decía entonces Ballester, “está cambiando las relaciones de los adolescentes y los móviles e internet están claramente vinculados con estos cambios. Incluso aunque no lo busques, te lo encuentras”. Durante los últimos cuatro años ha seguido analizando esos cambios y afirma ahora que “se sabe que hay una clara influencia” por diversos motivos: “El patrón con el que se agrede (el ritual del porno, filmando la agresión, distribuyéndola en redes, alardeando posteriormente en sus comunicaciones), y la planificación que existe en muchas de ellas es como una aventura. Los que las preparan y ejecutan quieren emular lo que ven en el porno: agresiones en grupo, prácticas violentas”. Violencia más allá de la que ya supone una violación: la navaja que le sacaron a la niña de 11 años los seis chicos para llevarla hasta el baño y el vídeo que grabaron y compartieron. O la fuerza que emplearon los tres que agredieron a la chica de 15 para arrastrarla a un lugar en el que no los viera nadie.

Y, más allá del ataque en sí, hay también cuestiones de contexto: “En las defensas de estos agresores se repite la apelación al porno buscando dar a entender que creían estar filmando una película casera”. Ballester desliza que son “demasiadas conexiones como para que sean solo casualidades”.

Esto, aterrizado en cada niño y cada niña que ve por primera vez porno y se quedan ahí, aprendiendo de ese modelo durante años, supone una “influencia sobre las percepciones” que produce una cadena de efectos, explica el sociólogo. Se normaliza la violencia, la sumisión y la cosificación de las mujeres, que nunca se oponen al deseo masculino; se produce un “modelado de conductas” que pueden ir desde el lenguaje —”uno crudo, como putas, zorras o guarras”—, hasta “la aceptación de la violencia como opción: la asfixia, el tirón del pelo, las bofetadas o escupir”.

Y las consecuencias de lo anterior: “Cambios en las conductas, el aumento del nivel de esa violencia, la reducción de la cultura de la protección en las relaciones [no usar preservativo], el deterioro del placer sexual al ritualizarlo y al aumentar la habituación, generando, por ejemplo, aburrimiento en relaciones sin violencia”.

Dice Ballester que “a cualquiera le parece evidente que no se le puede vender una entrada, en un cine, a un adolescente de 12 años que quiera ver una película porno”, pero que, sin embargo, “tienen acceso ilimitado a cualquier producto violento en sus pantallas”. Millones de imágenes y vídeos a los que acceden de forma anónima, gratis, prácticamente a diario, en alta calidad y variedad infinita, sin veto. Y, a veces, todo ello se replica, no en un estudio de grabación, sino en un parque, en un baño, en una esquina, a plena luz del día, por la tarde, por la noche, a cualquier hora. Niños y adolescentes que violan a niñas y adolescentes, que a veces lo graban, y que a veces lo comparten.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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