328 mensajes de tu ex o cómo la violencia machista entra por el móvil
La violencia contra las mujeres a través de la red se ha ido extendiendo en los últimos años con la implementación casi completa en la población de internet, el uso masivo de las redes sociales y la entrada a estas cada vez más temprana
8.03: Te estoy llamando. 8.20: Te estoy llamando y no lo coges. 8.43: Ana, cógeme el teléfono. 8.50: Lo podemos arreglar, tú también me echas de menos. 8.52: Yo te echo de menos, venga, vamos a hablar. 9.02: Te he vuelto a llamar, por favor. 9.37 Que lo cojas. 9.40 No me jodas, ¿o estás con alguien? 9.43 Estás con alguien y por eso no lo coges, ¿no? 9.44: Por eso me dejaste, no por lo demás. 9.45: Hay que ser puta, porque eres una puta, me engañaste. 10.10: No quería decir eso, perdón, de verdad. Va, coge y hablamos. 10.15: Espero hasta que quieras hablar. 10.52: Puedo fundirte el teléfono, me da igual, quiero verte, tenemos que hablar. 10.55: Venga coño, no seas zorra.
Son 15 de los cientos de mensajes, 328, que Ana R. recibió solo ese día, un miércoles de primavera de 2017. De su ex. Tenía 26 años y había llegado al límite de una relación que había durado apenas un año “y la mitad mal”. No había gritos ni discusiones de ningún tipo, “pero un pasotismo total”, cuenta ahora, al teléfono. Cuando le dijo que lo dejaba, “se volvió como medio loco”.
Dice que le estuvo mandando wasaps y llamándola durante un par de meses, primero todos los días “de forma obsesiva” y luego de vez en cuando: “También me ponía comentarios en redes, me insultaba o decía cosas que eran mentira. Alguna vez me mandó una foto de su pene diciéndome algo así como que ‘esta también te echa de menos’ y abrió una cuenta falsa en Instagram como si fuese yo. Era todo bastante asqueroso”. Luego, de repente, se cansó: “Pero mientras, aunque puede parecer una tontería, me daba hasta miedo, vivía con miedo pensando que iba a aparecer en cualquier sitio y me iba a hacer algo, no sé el qué, pero algo”.
Ana nunca denunció porque pensó que como no había existido violencia física, “no había nada que denunciar”. Empezó entonces a ir a terapia, y a llevar un diario, que es donde anotó todas aquellas conversaciones con fechas, horas y “nivel de ansiedad del 0 al 10″ que le provocaban. Si volviese a ocurrir, sin embargo, “sí denunciaría”. Sabe que ahora lo que hizo aquel ex es un delito tras la entrada en vigor de la Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual.
De eso hablan, entre otros, la modificación del apartado 1 y el nuevo apartado 5 del artículo 172 ter del Código Penal. El primero establece que “será castigado con la pena de prisión de tres meses a dos años o multa de seis a veinticuatro meses el que acose a una persona”, por ejemplo, estableciendo contacto o intentándolo a través de cualquier medio; y el segundo fija que tendrá prisión de tres meses a un año o multa de seis a doce meses el que, sin consentimiento de su titular, utilice la imagen de una persona para, entre otras cuestiones, abrir perfiles falsos en redes sociales, ocasionándole a la víctima “una situación de acoso, hostigamiento o humillación”.
La ley —conocida como la del solo sí es sí y puesta en cuestión esta semana por las rebajas y excarcelaciones a algunos condenados por violencia sexual tras la revisión de las condenas que conlleva la reforma del Código Penal por esa norma— ha incluido de forma específica cuestiones relacionadas con una violencia, la digital, que “puede parecer invisible y eso hace que en ocasiones también parezca inocua, pero no lo es”, afirma Carlos Martín, del Área de Violencia de Género de la Dirección General de Coordinación y Estudios de la Secretaría de Estado de Seguridad.
Tres de cada cuatro mujeres en el mundo la han experimentado o han estado expuestas a ella, según la ONU. “Es parte de un contínuum de violencia contra mujeres y niñas que ahora fluye en el nuevo escenario online-offline. Dada la interrelación de las tecnologías en nuestras vidas, las violencias de género ahora se han entrelazado y mutado en nuestra realidad continuamente conectada”, recoge en el informe Ciberviolencia y ciberacoso, de 2022.
Comportamientos y delitos que se han ido extendiendo en los últimos años, con la implementación casi completa en la población de internet, el uso masivo de las redes sociales, la entrada a estas cada vez más temprana, una reducida o escasa educación sobre el sexo y las relaciones, y un acceso a la pornografía que se adelanta hasta los ocho años.
Una mezcla de elementos que impacta desde la infancia. “Mientras crecemos se producen una serie de cambios que regular cognitivamente, ver lo que pasa en el mundo, y es un proceso que vamos haciendo, o deberíamos, con acompañamiento, con figuras parentales o educativas. La tecnología lo que hace es introducirse en esos procesos de socialización y alterando los inputs”, apunta el doctor en Sociología y experto en jóvenes y pornografía, Lluís Ballester.
Distorsión de la realidad
En esa “distorsión” de lo que se recibe, el porno puede jugar un papel crucial porque “ataca a los componentes que retienen la violencia sexual, los inhibidores para que esa violencia pueda darse”, y afecta a la vez al cómo se percibe a la otra persona. “Incrementa la motivación personal, que puede tener como resultado la agresión. Reduce los inhibidores internos, es decir, cómo se produce insensibilización de la violencia (la desconexión de la empatía), reduce también los externos, porque en términos sociales la propia pornificación está normalizando prácticas que no lo eran, y lo vemos con la representación sexualizada de niñas muy pequeñas. Y por último, la propia tecnología ofrece mayores oportunidades para engañar o manipular a las víctimas, remover su propia resistencia”, explica el sociólogo.
Carlos Martín, el agente de la Guardia Civil, cuenta que se encuentran con adolescentes de 1º de ESO con más de 1.000 seguidores en Instagram: “Eso no debería ser lo normal. De esos, no conocen ni a una décima parte. Si en la vida real nos preocupamos por a quién abrimos la puerta de casa, en las redes debería ser exactamente lo mismo”.
Con un problema añadido que señala Mathilde Hardy, directora de Adquisición Online de Panda Security: la ausencia de filtros de protección específicos. “Los filtros de las aplicaciones en general son orientados a la privacidad (protección de datos, perfiles privados etc..), y se hace un filtrado por edad. Que sepamos, no hay ningún tipo de protección adicional orientada a género”.
Aunque sí hay apuntes y recomendaciones desde hace años en este sentido. Hardy pone como ejemplo el estudio Redes Sociales en perspectiva de género, del Instituto Andaluz de Administración Pública del 2017, que recogía que “incluir el género en la privacidad y la seguridad en las plataformas obligaría a adoptar un enfoque interseccional. Obligaría a mirar a la privacidad y la seguridad desde una perspectiva de género, a través de la cual se tenga una visión amplia de la tecnología”.
Aunque los ciberdelitos relacionados con la violencia machista han adquirido hace no tanto una relevancia especial, y aunque hace varios años que se analizan en múltiples informes y estudios, vienen dándose desde hace casi dos décadas. “Desde 1995 existen departamentos policiales específicos de las nuevas tecnologías”, relata el guardia civil. “Tiene como objetivo el acoso a la víctima. Es más habitual el control derivado de los celos cuando las parejas aún son pareja: dónde estás, envíame una foto de dónde estás, compárteme ubicación. Durante la relación, la ciberviolencia es más tenue y más difícil de detectar. Pero estos casos son los menos”, explica.
Cuando más se produce “es cuando las relaciones están muy deterioradas o han finalizado, por mail o redes sociales”. Todas siguen dándose, “y cada vez más”, puntualiza este agente, también trabajador social y mediador que lleva dos décadas dedicándose a la lucha contra la violencia machista y la ciberviolencia de género.
Más de 5.000 amenazas online
El pasado abril, el Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad, ONTSI, adscrito al Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital a través de la Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial, publicó un informe —Violencia digital de género: una realidad invisible— en el que exponían que “el primer problema a la hora de analizar la incidencia es la escasez de estadísticas”. Ese documento recoge los datos de 2020 del Portal Estadístico de Criminalidad del Ministerio del Interior: 1.068 victimizaciones a mujeres por causa de acceso ilegal informático, 5.134 por amenazas, 1.069 por coacciones y 1.245 por descubrimiento y o por revelación de secretos.
“Las estadísticas oficiales mantienen una tendencia creciente”, apunta el texto, en el que también incluyen otras cifras que no solo tienen que ver con los delitos en sí, sino con sus consecuencias. Como que “el 54% de las mujeres que ha sufrido acoso a través de redes sociales ha experimentado ataques de pánico, ansiedad o estrés” o que “el 42% de las niñas y jóvenes que ha sufrido acoso online mostraron estrés emocional, baja autoestima y pérdida de confianza”.
Algunos de esos delitos han aumentado más que otros. Entre aquellos en los que se da cada vez más ciberviolencia de género, Martín, el guardia civil especializado en este ámbito, hace un repaso a algunos de ellos en un breve glosario.
Sexting y sextorsión. “Sobre todo en población adulta menor de 30 años”, matiza Martín, que aclara que el sexting, el intercambio de imágenes sexuales entre dos personas, no es delito como tal, pero sí lo es cuando se publican sin el consentimiento de la víctima. La sextorsión (extorsionar a alguien con esas imágenes) sin embargo siempre se considera delito.
Grooming. “Es engatusar”. Lo realizan adultos para ganarse la confianza de menores fingiendo empatía y cariño con fines de satisfacción sexual. “Como mínimo, para obtener imágenes de un/a menor desnudo/a o realizando actos sexuales”, explica el guardia civil en un informe —Violencias y nuevas tecnologías. Estado de la cuestión.¿Cómo viven los jóvenes las relacionesen esta sociedad tecnológica?— que realizó el pasado año para el Instituto de la Juventud (Injuve).
Ahí explicaba que hay dos tipos de groomer: los pederastas (que persiguen llegar a consumar el abuso sexual) y los pedófilos (que se conforman con las imágenes o vídeos de las víctimas). Según los casos que han tenido, alrededor del 30% de los groomer eran pederastas y el 70% pedófilos. Ahora, añade Martín, “el perfil ha cambiado y es variopinto, aunque sigue estando presente el varón casi en el 99% de los casos [como perpetrador], la edad se ha reducido y puede tener 28, 24, 22 años”.
Spyware. Es la introducción de virus en los dispositivos de las víctimas con los que los perpetradores consiguen llegar a ejercer un absoluto control de sus movimientos y de sus relaciones con otras personas. Martín explica que esta práctica se da por ejemplo en mujeres de más edad, que otorgan el control a veces de su “vida digital” a su pareja: “Delegan para que les ayuden, con contraseñas o para crear alguna cuenta, y ahí encuentran la posibilidad de instalarle controles espías”.
Stalking. Es un acoso continuado, consiste en la persecución ininterrumpida e intrusiva a la víctima con la que se pretende tener un contacto contra su voluntad. “Se da mucho y apenas se habla de él, es difícil detectarlo y es difícil judicializarlo por la sencilla razón de que son conductas muy tenues, apenas detectables a veces”, ahonda Martín. “Cuando tu ex te llama diez veces al día, a nivel policial no es tan fácil de interpretar como violencia de género, o un ex que te manda 100 veces que te quiere o que te hace regalos con notas intentando un chantaje emocional”.
Violación de la correspondencia. Se considera delito cuando una persona entra en el mail de otra sin consentimiento, con el objetivo de utilizar la información almacenada para perjudicarla. “Cada vez se dan más casos en los que los chicos entran en el correo electrónico o en las redes sociales de sus parejas y/o exparejas chicas para someterlas a un control constante y permanente”, explicaba Martín en el informe del Injuve.
Usurpación de la identidad. Fue lo que le ocurrió a Ana cuando su ex creó un perfil falso suyo para hacerle daño. Según Martín, este formato (crear un perfil para hacerse pasar por la víctima), es el más utilizado. “El otro es el robo directamente del perfil, para eso tiene que tener la contraseña”.
Ciberbullying y cibermobbing. Es una agresión psicológica, sostenida y repetida en el tiempo, perpetrada contra la pareja o expareja, por medio de cualquier plataforma. En el entorno escolar, es ciberbullying; en el profesional, cibermobbing.
Ciberbaiting. Consiste en vídeos o fotografías que realizan alumnos a profesores humillándolos y vejándolos con el móvil para posteriormente desprestigiarlos y subirlo a la red para darle la mayor difusión cuanto antes. Explicaba Martín en el informe que habían tenido “casos de alumnos universitarios que han tenido una relación con su profesora, y le han acosado a través de este delito”.
La “gran mudanza” de los últimos años hacia la vida online, dice Martín, es mucho más temprana: “Es innegable y eso hace que cada vez estén más normalizadas las cuestiones por ejemplo de control, sin que se percaten del riesgo que corren como futuras víctimas [ellas] y controladores [ellos]”.
¿La forma de prevenir? “A través de la educación y la formación, no solo en el ámbito docente, es muy importante el ámbito familiar”. Los años que lleva dando charlas por colegios e institutos han sido siempre con un mensaje claro: “La relación segura en internet, que no se permita ahí lo que no se permitiría en la vida real”.
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