La frustración de las víctimas de abusos al acudir a la diócesis de Barcelona: “Salí de allí llorando”
Cinco de las siete personas atendidas en la oficina del cardenal Omella, presidente de los obispos y que marca la pauta en la respuesta a la pederastia, muestran su descontento: no se informa, no se indemniza y no se hacen públicos los casos
EL PAÍS puso en marcha en 2018 una investigación de la pederastia en la Iglesia española y tiene una base de datos actualizada con todos los casos conocidos. Si conoce algún caso que no haya visto la luz, nos puede escribir a: abusos@elpais.es. Si es un caso en América Latina, la dirección es: abusosamerica@elpais.es.
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La Conferencia Episcopal Española (CEE) recibió hace casi dos años, en diciembre de 2021, el primer informe de EL PAÍS sobre pederastia en el clero con 251 casos inéditos, para que pudiera investigarlos y atender a las víctimas. Este dosier, entregado también al Papa, imprimió un giro total en la cuestión en la Iglesia española, que hasta entonces siempre había negado el problema: el presidente de la CEE y arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, se reunió por primera vez con las víctimas y ordenó una auditoría al despacho de abogados Cremades & Calvo-Sotelo, cuya entrega se espera en breve. Luego siguieron otros tres informes en dos años, un total de más de 700 testimonios. Entretanto, la otra cuestión pendiente es cómo se está atendiendo a esas víctimas. En Barcelona, la diócesis de Omella, el balance es de decepción y descontento, según cinco personas que acudieron a la diócesis por mediación de este diario. En total, la comisión de atención del episcopado dice haber atendido a siete en dos años. “Salí de allí llorando”, llega a decir Mercedes P. A., de 70 años, que denuncia abusos en su infancia en un colegio de Hospitalet.
Las críticas de las víctimas son varias. No creen que se investigue lo suficiente y sostienen que apenas se les informa sobre lo que se sabe. Cuando el acusado es un laico la respuesta es que no se investiga, porque canónicamente no tiene recorrido. En la mayoría de los casos no perciben que se reconozca el daño, confirmando que se les cree. Prima una visión estrictamente jurídica, pues si el acusado ha fallecido, como ocurre en la mayoría de los casos, no hay proceso canónico y se da a entender que no se puede averiguar si es verdad o no lo que dice la víctima. Por otro lado, estas personas sienten tensión y frialdad cuando se habla de indemnización, que afirman que no se les ofrece, tienen que pedirla. Lamentan, en fin, que la diócesis no haga público el caso una vez conocido y pida disculpas públicas. Los expedientes simplemente se meten en el archivo y siguen tan ocultos como antes.
Esto ocurre cuando las víctimas aceptan ir a declarar en persona a la Iglesia, pero muchas no lo hacen porque desconfían de la institución, y el resto de casos apenas se investiga. Pese a que el Papa ordena que se abra una investigación ante cualquier indicio, la mayoría de las diócesis y órdenes españolas no lo cumplen. Siguen sin hacer nada a menos que la víctima acuda a ellos.
El arzobispado de Barcelona rechaza las críticas. La comisión de atención, que coordina la teóloga Araceli Martínez, solo admite que en un caso la persona mostró su disconformidad: “Las valoraciones que nosotros hemos tenido no se corresponden con las que nos indica. (...) En todos los casos se han acogido los testimonios de los denunciantes con la máxima delicadeza y profesionalidad. Y así lo han constatado y agradecido ellos mismos. Sólo en un caso hemos tenido una experiencia de una persona que, a pesar de nuestros esfuerzos, expresó su malestar”. En otro caso, destapado por este diario en Caldes d’Estrac, las víctimas aún no han querido aportar su testimonio.
El vicario judicial, Santiago Bueno, tampoco comparte estas valoraciones y cree que el trato ha sido “exquisito”. Explica que investigan en la medida de lo posible, “porque no somos una policía”. “En la mayoría de los casos el acusado ha fallecido y en los archivos no se encuentra casi nada”. La comisión añade: “Hemos iniciado todas las investigaciones con el mayor rigor posible y siempre hemos dado respuesta a las personas que se han acercado a nuestro servicio. En algunos casos, a pesar de la investigación correspondiente, el resultado no siempre ha respondido a las expectativas de los denunciantes, a pesar de los esfuerzos hechos y la transparencia que mostramos”.
También explican que ofrecen atención psicológica y espiritual, “y respondiendo de la forma más clara posible a los procedimientos jurídicos canónicos y, a quien lo pidiera, se le ha facilitado el contacto con abogados para que le ayude”. Apunta que la ayuda psicológica es “mayoritariamente rechazada” y solo una persona ha aceptado terapia pagada por la archidiócesis. En cuanto a indemnizaciones, afirman que solo han tenido una petición, “la cual se satisfizo directamente por el victimario, con conocimiento del arzobispado”.
Sobre el deseo de que se hagan públicos los casos que se van conociendo, la comisión señala que “la Iglesia está pidiendo disculpas públicas y privadas, asumiendo responsabilidades en todos los ámbitos”. En todo caso, las víctimas creen que siguen dependiendo de los medios para que lo ocurrido salga a la luz. A continuación, se detallan cinco casos que este diario ha remitido a la archidiócesis de Barcelona, y cómo se han gestionado.
Caso 1, el párroco del Barça que se iba a París de fin de semana con su víctima
Lo más impactante del caso de O. C. P., que acusa de abusos al cura Eduard Masachs Llop en Barcelona es cómo esta situación se alargó durante cuatro años, de sus 12 años a los 16, y el sacerdote llegó a irse con frecuencia de viaje con el niño a pasar fines de semana en París o Londres. “Los abusos también se produjeron en hoteles, cuando hacíamos viajes juntos al extranjero, como pareja, cogíamos la misma habitación. También fuimos a Turquía, Austria, a Israel con gente de la parroquia. Alguna vez viajamos incluso con un matrimonio, como dos parejas. Yo alucino ahora al pensar qué pensarían, o es que les daría igual. También me pregunto por qué nadie me ayudó”. Sus padres conocían al cura, su madre era catequista, y confiaban en él. O. C. P. nunca pudo contárselo. Está seguro de que hubo más víctimas.
Esta persona ahora tiene 60 años. Sitúa los abusos de 1975 a 1980. Masachs, fallecido en 2000, y que había estado en los años sesenta en la parroquia de Sant Cristòfor de Terrassa y en La Floresta, en San Cugat, era rector de la parroquia barcelonesa de Sant Martí de Provençals, a donde llegó en 1969. Luego fue trasladado a la de Santa Tecla en 1980. “Los abusos fueron en Sant Martí y Santa Tecla. Siempre me daba como una compensación por algo, me llevaba a comer, me invitaba, me abría la parroquia para jugar al pingpong”.
En los ochenta, el cura también era el párroco del Fútbol Club Barcelona, porque el estadio estaba en la zona de su parroquia. Bendijo la primera piedra de la segunda ampliación del Camp Nou. “El Barça le daba dos carnets y podías ir allí y a los mejores asientos. Lo entiendo como un mecanismo más para tenerme pillado”.
O. C. P. relata que durante los abusos el cura “veía mi repulsa, estaba en estado de shock, y me decía: ‘Sé que esto no te gusta, pero eres el hijo que me hubiera gustado tener’. Y un día le dije: ‘Esto a un hijo no se lo harías nunca’”. Finalmente, en 1980, decidió contarlo al que había sido rector del seminario menor de Montalegre, en la Conrería, donde había estudiado. Se llamaba José Manuel García-Die y Miralles de Imperial y para entonces ya estaba retirado en la parroquia de la Concepción. “Se lo conté en el claustro, y se quedó muy chocado. Dijo que haría algo, pero nunca volví a saber nada″.
Tras denunciar su caso en el Defensor del Pueblo, esta persona también acudió al arzobispado. Se da la circunstancia de que uno de los sacerdotes del tribunal le había conocido tanto a él como al acusado y le dio credibilidad, según O. C. P., aunque afirmó que nunca sospechó nada. “Mi impresión personal no es mala, porque la atención individual fue correcta, quizás porque conocía personalmente al instructor, pero colectivamente la respuesta es insatisfactoria, insuficiente. No hay ningún propósito de compensar a las víctimas ni de corregir las causas estructurales, se lo plantean como un caso de manzanas podridas, como un reflejo de la sociedad en su conjunto. Decepcionante”.
Explica que no se le ofreció ningún tipo de reparación: “Fui yo quien sacó el tema económico, en el sentido de no pedir ninguna indemnización, solo solicité la retirada de una placa honorífica de la parroquia donde el abusador ejercía. Me dijeron que no había problema”. Pidió que buscaran otras víctimas y le dijeron que no tenían medios para hacerlo, pero que si conocía alguna se lo hiciera saber.
Caso 2, sobre un profesor de religión de Hospitalet. “Ha sido una tomadura de pelo”
La persona más crítica con la atención recibida en el obispado es Mercedes P. A., de 70 años: “Me he sentido decepcionada y abandonada, yo era creyente, pero de la Iglesia ya no espero nada, siempre me ha dado la espalda”. Relata abusos en los años sesenta en el colegio Casal dels Angels de Hospitalet de Llobregat, entonces de las Avemarianas, del profesor de religión Francisco Fernández Muiños, asignado a la parroquia de San Isidro Labrador. “Caía muy bien a las religiosas y los padres de las alumnas, era dicharachero y hablador. Yo tenía siete u ocho años y le gustaba mucho acariciarme las trenzas en clase. Un día me dijo que fuera al despacho al acabar la clase para ensayar una obra de teatro. Una vez allí, me hizo sentar en sus rodillas y mientras me hablaba iba acariciándome las piernas debajo de la falda y en otras partes de mi cuerpo. Fui en varias ocasiones más. Me encerraba en su despacho, me tocaba y se tocaba”.
Está segura de que hay más víctimas porque lo hablado con antiguas compañeras y asegura que al menos cuatro más le han confirmado que también sufrieron abusos. “Estuvo unos tres años, no sé cuántas víctimas habrá”.
Mercedes fue en febrero de 2022 al arzobispado y su primera impresión fue buena. Luego la llamaron para otra cita, porque habían encontrado información. “Me recibe la misma señora. Me dice que han localizado expediente, pero que está impoluto, que soy la primera persona que le denuncia. La vi muy feliz de decirme que el cura había muerto en 1993 en la diócesis de Tui-Vigo, y que no se podía hacer mucho. Le dije que, aunque penalmente hubiera prescrito, la responsabilidad civil subsidiaria no. Esto ya no le gustó tanto, y entonces abrió una puerta y salió un sacerdote. Me empezó a decir que no era así y no tenía nada que reclamar. En cuanto puse una pega se pusieron nerviosos. Ahí se acabó la conversación y la mujer se levantó para acompañarme a la puerta, pasándome el brazo por el hombro. Salí de allí llorando. Me pareció todo tan frío, tan estudiado. Fue todo una tomadura de pelo”. Luego le llegó una carta en la que le comunicaban el cierre de su expediente.
“Me dio tanta rabia que me dije que yo iba a seguir luchando. Denuncié en el Defensor del Pueblo. En internet di con la asociación Infancia Robada”. De ese modo estuvo presente en la primera reunión del cardenal Omella con víctimas, en la sede de la Conferencia Episcopal, en marzo de 2022. “Le dije a la cara lo que pensaba. Que no confiaba nada en Iglesia, porque a mí no me había apoyado nada, y que había sido en Barcelona. Me dijo: “¿Y cuánto hace de esto?”. Yo creo que se pensaría que diría que hacía 30 años, pero le dije que había sido hacía dos meses y se quedó de piedra”.
Caso 3, sobre un párroco que era el terror de los monaguillos. “Si me han destrozado la vida, alguien debería pagarlo”
José Mariné Jorba, fallecido en 2010 con 90 años, era un párroco admirado en el barrio Ciutadella-Vila Olímpica, donde estuvo tres décadas. También era conocido porque, tras el Concilio Vaticano II, siguió también oficiando la misa tridentina, en latín y con el cura de espaldas a los fieles. En los años cincuenta reconstruyó la iglesia de la parroquia de San Félix Africano con las donaciones de los feligreses, y allí siguió hasta que se jubiló, en 1990. Antes había pasado por Santa Coloma de Gramenet. Pero según Aurelio Álvarez, de 57 años, tenía dos caras, “como el doctor Jekyll y el señor Hyde”.
Le acusa de haber abusado de él entre 1976 y 1980, desde los 10 a los 14 años. “Me he tirado 40 años callado y cuando vi otros casos me atreví a hablar. La iglesia era frecuentada por muchos niños, era nuestra segunda casa. Entre semana, allí merendábamos, hacíamos los deberes, íbamos a jugar en el patio. Yo era monaguillo y un día cuando se fueron los demás me dijo que cerrara la puerta. Intenté escaparme, pero me forzó, fue horroroso, repugnante, no lo entendía, aún hoy me cuesta asimilarlo”.
Cuenta que estuvo atrapado cuatro años en esos abusos: “No se puede entender, pero seguía yendo aunque lo pasaba mal, porque allí estaban mis amigos, era mi vida, y además él me decía que estaba bien hecho. Decía que el amor entre hombres estaba bien y que Dios quería eso. Yo era el mayor de los monaguillos, y llegué a pensar que mientras me lo hacía a mí, no se lo hacía ellos. Luego uno me contó que también abusó de él, que aquello era la iglesia de los horrores. Iba seleccionando a otros monaguillos. Yo creo que el vicario y los demás lo debían saber. Terminó un día en que dije basta, conocí otra gente, salí de la Iglesia”. El vicario, que pasó allí décadas, ha sido interrogado, según le comunicó la archidiócesis en junio, pero aún no le han informado de lo que dijo y si confirmó o no sus acusaciones.
Aurelio fue a contar su historia al arzobispado, y recibe terapia a cargo de la archidiócesis. En todo caso, ha visto frustrada su pretensión de obtener una compensación: “Yo no saqué el tema, pero me dijeron que en mi caso no indemnizaban porque el cura había muerto y que no había habido juicio ni condena. Que solo es si hay sentencia condenatoria. Luego me ofrecieron la terapia. Yo no buscaba indemnización, pero recapacité y más tarde les dije que había pensado denunciar a la Iglesia para ver si podía tener una compensación, porque creía que tenía derecho, después del daño que me habían hecho. Si esto me ha destrozado la vida, alguien debería pagar por ello. Tengo consecuencias físicas derivadas del trauma, todo eso me ha impedido desarrollarme como persona, tener que dejar de trabajar, lo que llevo pagado en psicólogos… La mujer que me atendió se puso un poco tensa, y así se quedó la cosa. Luego he visto que reclamar por mi cuenta es imposible, los abogados son carísimos, y he tenido que renunciar”.
Caso 4, si el acusado es un laico, no se investiga: “Ni acogida humana ni espiritual”
Este caso es de 2005, cuando H. T. B. tenía 13 años y se acercó a la parroquia de Sant Genís dels Agudells, en Barcelona, a oír misa. “No había nadie, pero estaba un hombre, dijo llamarse Germán”. Asegura que vivía con el párroco y llevaba allí unos dos años. “Hablamos un rato y me dijo que me podía mostrar las imágenes religiosas. Yo me quería ir, pero por no ser maleducado entré en la parroquia y él cerró con llave. Fuimos a una oficina y, diciéndome que en el ordenador tenía muchas estampas, empezó a ponerme fotos pornográficas de hombres. Yo solo decía: “Me quiero ir, me quiero ir”. Me vi acorralado, se bajó un poco los pantalones y yo me agarraba los míos por delante para que no pudiera bajarlos”. Asegura que estuvo tocándole los genitales y restregándose contra él, hasta que “ocurrió un milagro”. “Alguien llamó al timbre de la rectoría, se vistió y me hizo salir por otro lado”. Relata que en 2018 se lo contó al párroco y simplemente le dijo que no sabía nada. “No me dijo nada más, esperaba comprensión, una conversación”.
Lo denunció a los Mossos en 2021, pero le dijeron que el delito estaba prescrito, y escribió al arzobispado de Barcelona. Fue a ver a un juez eclesiástico y este le dijo que no veía delito canónico, que si quería podía poner una denuncia, pero que no iba a ningún sitio porque era un laico, y no podía hacer nada. “Me fui muy decepcionado. Sigo yendo a la Iglesia, sigo siendo católico y me ha dolido que me haya ignorado de esta manera, que no hayan hecho nada. Ellos saben quién era esta persona, y pueden interrogar al párroco, saber dónde puede estar ahora”.
Respecto a la respuesta a casos de abuso de laicos, el arzobispado de Barcelona replica que “especialmente a partir de la reforma del Libro VI del Código de Derecho Canónico, se atiende los casos con la máxima profesionalidad y rigor”.
EL PAÍS incluyó este testimonio en su primer informe de 2021, y el arzobispado le llamó al poco tiempo. Acudió a la oficina y le tomó declaración otro sacerdote del tribunal eclesiástico: “Firmé, no me dieron copia y hasta hoy. No me ofreció nada, ni ayuda espiritual, ni económica, ni terapia. Yo no quiero dinero, lo que me gustaría es que a otros no les pueda pasar. Yo voy a psicólogos hace años, se lo expliqué, lo saben, pero se quedó todo ahí. Ni acogida humana ni espiritual”.
Caso 5, sobre un cura que huyó a Ecuador para no ser juzgado. “Soy creyente, pero esto me ha parecido una burla”
El caso del sacerdote Jordi Senabre es uno de los más graves conocidos en la archidiócesis de Barcelona en cuanto al encubrimiento de abusos. Y aún sin explicación. Senabre, denunciado por abusos en 1988 por la familia de un niño de la parroquia de Polinyá, y a la espera de juicio, huyó del país al ser enviado de misiones por el entonces arzobispo, Ricard María Carles. EL PAÍS lo localizó en 2018 en una diócesis de Ecuador, donde llevaba 28 años escondido. Entonces, al aparecer su nombre, surgió una nueva acusación de abusos contra él, pero de una década antes, entre 1979 y 1980, en una casa de veraneo en Galicia donde una familia le había invitado a pasar las vacaciones.
La víctima no accedió a hablar con el arzobispado, pero sí una familiar, testigo de lo ocurrido, que se puso en contacto con el juez eclesiástico. “Me dijeron que se pondrían en contacto conmigo desde la diócesis de la ciudad donde vivo, para que prestara declaración. Eso fue en verano de 2022. Nunca me llamaron. Casi un año después, en marzo de 2023, ya llamé yo a Barcelona. Y entonces el juez eclesiástico me dice que el cura se había muerto y el caso ya estaba archivado. Me quedé muy sorprendida, lo mínimo era llamarme e informarme, pero la sensación que tuve es que me quitaban del medio y asunto archivado. No han investigado nada. Nunca más supe nada. Yo no fui víctima, y pienso ¿cómo se sentirá una víctima? Yo soy creyente, pero a mí esto me ha parecido una completa burla”.
Sobre este caso, el arzobispado ha explicado que, “ni la víctima ni su entorno nunca denunciaron a Senabre ante la archidiócesis” y toda la información de su archivo son recortes de prensa de la época. En junio de 2016 la Santa Sede ordenó abrir una investigación canónica y se intentó contactar con la víctima, sin éxito. El episcopado señala que Senabre siempre se negó a ir a Barcelona para proseguir la investigación y la diócesis ecuatoriana argumentaba que ya era muy mayor para viajar. El caso se archivó provisionalmente “por falta de pruebas”. En 2019 “la Santa Sede ordena que se tomen algunas medidas correctivas administrativas contra el acusado, dados los indicios de alguna irregularidad o posible delito” y el arzobispo emitió un decreto con medidas disciplinarias en octubre de 2019, aunque Senabre seguía en Ecuador. Luego apareció este nuevo caso, pero no se hizo nada y el cura falleció.
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