La Amazonia brasileña registra los peores incendios de agosto en 12 años
El mes pasado hubo más de 33.000 focos de incendio, y una enorme de nube de humo visible desde el espacio ya cubre buena parte de Sudamérica
Las imágenes se repiten cada año con la llegada de la estación seca a la mayor selva tropical del mundo, pero esta vez se están batiendo récords. El mes de agosto en la Amazonía brasileña fue el peor en los últimos 12 años. Las imágenes captadas vía satélite por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) registraron 33.116 focos de incendio. En el año 2010, el peor hasta la fecha, fueron poco más de 45.000.
Los números de agosto de este año superaron los de 2019, año en que el fuego en la selva conmocionó al mundo y supuso el primer gran escándalo internacional para la imagen del Gobierno de Jair Bolsonaro, que acababa de llegar al poder. Septiembre va por el mismo camino. En apenas una semana, los satélites del INPE detectaron 18.374 focos de incendio, más que en todo septiembre del año pasado, cuando fueron 16.742. La enorme cantidad de incendios ha provocado una nube de humo que también se ve desde el espacio y que ya llega a Bolivia y las ciudades del sur y sureste de Brasil.
Sobre el terreno la situación es más dramática. En la ciudad de Río Branco, en el estado de Acre, la contaminación del aire llegó a niveles 13 veces superiores a lo que recomienda la OMS. Pero quienes más sufren son quienes tienen en la selva su modo de vida. En el estado de Pará, que suele encabezar los rankings de deforestación, el fuego destruyó buena parte de la aldea Hopryre, en la tierra indígena Mãe Maria. Según testimonios de los líderes indígenas recogidos por el medio local Amazonia Real, el fuego arrasó 12 casas, la escuela y el puesto de salud de la comunidad. “Mi pueblo se arriesgó para salvar las vidas de nuestros hermanos que vivían a nuestro lado. No medimos esfuerzos ni el tamaño del peligro que estábamos corriendo, fue un momento de desesperación y de mucha tristeza”, decía la cacique Kátia Silene, que ahora acoge en la aldea vecina a 31 personas que se han quedado sin hogar.
La gran mayoría de incendios son provocados para eliminar la vegetación derribada en los meses anteriores. Y en esta temporada había mucho que quemar. En el primer semestre del año hubo alertas por deforestación en 4.000 kilómetros cuadrados de selva, la cifra más alta para el periodo desde que hay registros. Es una superficie equivalente a casi siete veces la ciudad de Madrid.
Quemar lo talado y algo más es un ritual delictivo que se repite año tras año, pero que en esta temporada se ha agravado por el miedo a que con las elecciones de octubre acabe la impunidad que propicia el Gobierno de Bolsonaro, como explica al teléfono el coordinador del Observatorio del Clima, Márcio Astrini: “Normalmente en año electoral quienes practican delitos ambientales ya tienen más libertad, porque el candidato no quiere multar a su elector. Eso ya es natural, pero este año hay un factor más, que es que los deforestadores saben que es todo o nada, ahora o nunca. Y no es solo en la selva, en el Congreso también, hay una acción de derribo de árboles y de leyes para aprovechar la que posiblemente sea la página final del Gobierno Bolsonaro”, critica.
Desde organizaciones como el Observatorio del Clima, que reúne a decenas de entidades ambientalistas, resaltan que no se trata solo de que los órganos de control hayan sufrido recortes presupuestarios; falta voluntad política para atajar el problema. Hasta el 5 de septiembre, el Instituto Brasileño de Medio Ambiente (Ibama) había ejecutado apenas el 37% de todo el presupuesto que tenía para prevención de incendios este año. Los niveles de multas aplicadas a quienes deforestan y queman ilegalmente también ha caído a mínimos históricos, y las pocas multas que aún se ponen casi nunca llegan a cobrarse. Para Astrini, no se trata de omisión, sino de “cooperación con el crimen ambiental”. “Es natural que no se usen recursos para sofocar a quienes tienen como aliados”, lamenta.
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