La posibilidad de un cambio de Gobierno en Brasil dispara la depredación en la Amazonia
Los incendios intencionales baten récords ante el temor de que un triunfo de Lula da Silva traiga leyes de control más duras
La Amazonia brasileña vuelve a arder. Como cada año en la estación seca. En junio, los satélites detectaron 2.562 focos de incendio, según los datos oficiales del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), vinculado al Ministerio de Ciencia y Tecnología. Fue el peor mes de junio desde 2007, cuando se detectaron más de 3.500. Mayo también fue un mes trágico, con 2.287 incendios, un 96% más que en el mismo mes del año pasado. Y eso que se trata apenas del inicio. Lo peor podría estar por llegar, porque el pico de incendios normalmente se da entre agosto y septiembre.
“Las previsiones son muy malas”, dice sin paliativos a EL PAÍS la geógrafa Ane Alencar, directora de ciencia del Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonia (IPAM). Para esta especialista y otros muchos ambientalistas brasileños, a los factores que siempre que explican los incendios este año hay que añadir otro: las elecciones presidenciales de octubre.
“Normalmente, un poco antes de las elecciones siempre hay un aumento de la deforestación, porque nadie presta atención (a lo que ocurre en la selva), pero en estas elecciones es mucho más evidente. Las personas no saben lo que pasará el año que viene, si otro Gobierno castigará a los infractores, no saben cómo será la política ambiental. La actitud que están tomando es ‘vamos a hacer todo lo posible para deforestar y quemar ahora’, porque saben que no serán castigados” por el Gobierno de Jair Bolsonaro, explica.
Organizaciones ecologistas como Greenpeace y WWF también subrayaron la importancia del factor electoral: “Con Bolsonaro por detrás en las encuestas, los invasores de tierras públicas, los garimpeiros [mineros informales] y todos los que navegan en la impunidad hoy reinante sienten que tienen que correr para consolidar sus delitos, con miedo de que un nuevo Gobierno pueda acabar con esa fiesta. Es una verdadera carrera contra Brasil, y hasta final de año veremos el tamaño de ese desastre”, enfatizó en una nota el responsable de políticas públicas de WWF Brasil, Raul do Valle.
En la Amazonía, los incendios están directamente ligados a la deforestación. Al contrario de lo que ocurre en los bosques de California o de Australia, donde el fuego muchas veces se da de forma natural, en la selva tropical es un agente externo que va de la mano del hombre. No es normal que la selva tropical arda, pero el cambio climático está dejando la Amazonía más seca de lo normal, lo que facilita la combustión. Además, está el efecto ‘borde’. La deforestación fragmenta la selva en un mosaico de pequeñas unidades, lo que deja el bioma más seco y vulnerable. Aun así, difícilmente ardería por causas naturales. La mayoría de incendios se provoca para acabar con la vegetación arrasada en meses anteriores y abrir espacio para los pastos de las explotaciones ganaderas. “Cuanta más deforestación, más incendios”, resume Alencar.
Siguiendo esa lógica, este año podría ser especialmente virulento. En el primer semestre de este año, se talaron 3.750 kilómetros cuadrados de selva (más de seis veces el tamaño de la ciudad de Madrid), cifra récord de los últimos siete años. Si hay algo que pueda atenuar el desastre es el efecto de La Niña, que este año aún está manteniendo la selva relativamente húmeda, pero si se vuelve a los parámetros de una sequía más o menos normal los incendios se dispararán.
“Será una explosión de fuego”, advierte la experta, que recuerda que las tasas de deforestación (y en consecuencia, los incendios) han ido aumentando paulatinamente desde la llegada del presidente Jair Bolsonaro al poder. Dos son los principales factores que explican el aumento: por un lado, la actual administración debilitó los órganos estatales de control ambiental, como el Instituto Brasileño de Medio Ambiente (IBAMA), que ya apenas pone multas a los infractores. Por el otro, el discurso negacionista de Bolsonaro ha sido interpretado sobre el terreno como un ‘todo vale’. Literalmente, la ley de la selva. La Amazonía, donde la presencia del Estado brasileño siempre fue extremadamente precaria, se convirtió en los últimos años en una tierra sin ley que tiene en el reciente asesinato del periodista Dom Phillips y del indigenista Bruno Pereira el ejemplo más elocuente.
En agosto de 2019, los incendios fueron de dimensiones colosales y acapararon la atención de medio mundo. Llegaron a provocar un conflicto diplomático con el presidente francés, Emmanuel Macron. Bolsonaro, lejos de amilanarse, culpó a indígenas y ONGs y continuó diciendo públicamente que la Amazonía, por ser una selva húmeda, no arde.
A pesar del vínculo entre el aumento de los incendios y las elecciones, los expertos son prudentes sobre lo que podría significar para la selva amazónica un eventual cambio de Gobierno. Las políticas públicas se destruyen en un suspiro, pero tardan mucho en construirse. El expresidente Lula da Silva, favorito en las encuestas, habla de la urgencia de perseguir los delitos ambientales y exhibe los logros pasados. Entre 2003 y 2013, la deforestación ilegal cayó un 82%, sobre todo gracias al empeño de su entonces ministra Marina Silva, al frente de la cartera de Medio Ambiente hasta el año 2008.
Pero Alencar alerta de que no basta con cambiar de presidente: “También tiene que haber un Congreso Nacional que trabaje a favor. Los resultados son posibles, pero serán a largo plazo. Cuando Brasil redujo la deforestación ya había políticas establecidas y una voluntad política muy fuerte. Ahora se necesitará más que voluntad política, porque se debilitó mucha cosa. Y además en un país en quiebra, sin dinero. Ese será el gran desafío”, pronosticó.
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