Visitas restringidas en los hospitales: “Es para protegernos de la covid, pero no pude acompañar a mi madre”
La rigidez de las medidas en los centros para evitar la circulación del virus ahonda en la soledad de los pacientes y solivianta a las familias: “Son los protocolos de la falta de humanidad”
Hace casi dos años que los hospitales españoles están parapetados en una maraña de protocolos anticovid para sortear el azote del virus de puertas adentro. Vacunación intensiva a sanitarios, pruebas diagnósticas cada tanto para descartar positivos entre el personal y un férreo control de las entradas a los centros. Cada hospital es un mundo y tiene sus propios protocolos, pero coinciden en el endurecimiento del acceso de familiares y acompañantes a sus instalaciones, especialmente durante las oleadas de covid. Los centros defienden que se hace para proteger a enfermos y familias de eventuales contagios y evitar la circulación del virus, pero la rigidez de las medidas ahonda en la soledad de los pacientes y solivianta a las familias, protestan unos y otros. Los expertos consultados avisan del riesgo que supone también el aislamiento para los pacientes frágiles, que pueden sufrir cuadros de desorientación y agitación más severos.
Para Manuel Iglesias, esas restricciones de acceso a los hospitales “son los protocolos de la falta de humanidad”, resuelve contundente. Son días difíciles para su familia. Al otro lado del teléfono, el joven explica que este lunes por la mañana acababan de sedar a su madre en el Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo, donde ingresó hace más de 10 días a causa de un cáncer terminal. Apenas la han podido ver, solo al final, este sábado, y tras mucho batallar con el equipo médico, que al principio no quería dejar entrar más que a una persona —son tres hermanos—, según su relato. “Esto se supone que es para protegernos de la covid, pero yo lo que siento es desprotección. No hemos podido acompañar a mi madre”, lamenta.
La mujer, que padecía un tumor renal en estadio avanzado, ingresó en urgencias con una infección de orina el pasado día 20. Estuvieron toda la noche con ella en un box hasta que una PCR rutinaria confirmó que era positiva por covid y la aislaron. “Ingresó por la infección de orina, no por la covid. Ella verbalizó que quería estar acompañada y nosotros les dijimos a los médicos que habíamos pasado la covid todos hace poco, que teníamos PCR negativa y todas las vacunas. Pero nos dijeron que había un protocolo que no dejaba visitas, fuese cual fuese la situación”, relata.
No hubo manera de verla. “Ella estaba muy nerviosa. Intentamos tranquilizarla por teléfono, pero nada. Al día siguiente, estaba más nerviosa, lloraba y nos decía que no quería estar allí. Ese fue el último día que hablamos”, explica Iglesias. Tuvieron que medicarla porque estaba muy nerviosa y la familia solo hablaba con los médicos una vez al día, una llamada en la que rogaban poder entrar a verla. Hasta el sábado, cuando empeoró y el médico permitió una visita y que entrase un sacerdote, si querían. Accedieron: entró uno de los hermanos, y siguieron batallando para que pudiese despedirse también el padre y los otros dos hermanos, explica Iglesias. “Nos decían que no podían hacer una excepción de la excepción, pero al final, accedieron a que entrásemos en grupos de dos. El trato fue muy malo. Entiendo que el personal está saturado, pero no son formas”, lamenta. El hospital no ha atendido a las preguntas de este diario.
Los hospitales han adaptado sus protocolos a la realidad pandémica del momento, pero el virus tampoco ha dado mucho margen de maniobra. Una portavoz de los hospitales de Madrid señala que en función de su estructura, el perfil clínico de sus pacientes y el contexto epidemiológico, los centros sanitarios toman sus medidas preventivas: “En general, sí se permite el acompañamiento cuando los pacientes son menores de edad, embarazadas, dependientes o con algún tipo deterioro cognitivo, así como en situación de cuidados paliativos”, señala.
En el Hospital 12 de Octubre de Madrid, la subdirectora médica, María Liz Paciello, justifica que ante una situación epidemiológica de alto riesgo, “es conveniente limitar el acceso de personas, por seguridad del paciente y del personal sanitario”. Hay excepciones con varios colectivos, pero para los pacientes con covid están terminantemente prohibidas las visitas, insiste Paciello: “Yo entiendo que es difícil, pero las personas tienen que ser conscientes del riesgo que corren. En el hospital está gente muy vulnerable y un covid puede motivarles un cuadro severo. Ómicron es menos virulenta, pero sigue habiendo muertos”.
También en el Virgen del Rocío de Sevilla hay restricciones: solo se permite un acompañante a los pacientes negativos y previa muestra del certificado covid. Andalucía, de hecho, exige el certificado covid para acceder a cualquier centro sanitario. También Galicia. “Lo que se intenta es que no circule el virus”, señala una portavoz del centro sevillano. Y también poder conjugar la atención a la covid con otras patologías: si un paciente del área quirúrgica, por ejemplo, da positivo, hay que aislarlo y si está en una habitación doble, habría que bloquear una cama porque tendría que estar solo, lo que deriva en un retraso asistencial a otro enfermo que podría ocupar esa plaza.
Final de vida
En lo que sí coinciden los centros consultados es en garantizar el acompañamiento en el final de vida, tanto a los covid como a los no covid. A diferencia de la primera ola, cuando los hospitales se cerraron a cal y canto y los pacientes morían solos, los centros sanitarios han intentado mantener un régimen semiabierto, incluso con alta incidencia, para acompañar en la muerte. Aunque no siempre dan todas las facilidades a las familias.
Una joven —que prefiere mantenerse en el anonimato— denunció el pasado 24 de enero en su cuenta de Twitter que el Hospital de Mollet (Barcelona) donde estaba ingresado su abuelo, que ha acabado falleciendo este lunes, no permitía a todos los familiares visitar al anciano. En conversación con este diario, la mujer ha asegurado que el hombre ingresó en el hospital con neumonía y con “una PCR negativa”, pero tras un contagio de covid inesperado, su estado comenzó a agravarse. “La doctora nos dijo que podíamos visitarle porque ya para él se había puesto en funcionamiento el protocolo “final de vida” con el que nos podíamos despedir. Al principio, fueron sus hijas, pero cuando empeoró los nietos también quisimos ir. Me negaron la entrada”, recuerda.
Tras publicar el tuit hubo una avalancha de críticas y un responsable del Hospital de Mollet se puso en contacto con la joven, según su relato. “A base de discutir y negociar conseguí el pacto de que nos dejaran entrar de dos en dos hijos y nietos. Es injusto que después de dos años los protocolos sigan sirviendo para que la gente muera sola o para robar tiempo para estar junto a tu ser querido. Nadie tiene derecho a negarme ver a un familiar o amigo que está a punto de morir”. Un portavoz de este centro asegura que el centro permite la presencia de un acompañante 24 horas durante el proceso de final de vida y el acceso de familiares en grupos de dos personas.
Los expertos consultados coinciden en la complejidad de preservar la humanización de la sanidad en un contexto de alta incidencia. Juan Antonio Sanz Salanova, portavoz de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública y Gestión Sanitaria, admite que en estos dos años “se ha pecado de exceso de prudencia” en los hospitales: “Nos cuesta aliviar restricciones y, cuando finalmente se deciden a hacerlo, ya viene otra ola”. Pero justifica las medidas: “Intentamos prevenir contagios con familiares porque es muy difícil mantener las medidas de protección, como la distancia o la mascarilla, sobre todo en pacientes mayores que no aguantan con el cubrebocas todo el día. Si se junta mucha gente en las habitaciones, se dan buenas condiciones para que el virus circule”.
El epidemiólogo, no obstante, apuesta por “valorar cada caso individualmente” y “ser comprensivo” con algunas situaciones. “En este momento, para nosotros es menos dañino las visitas a pacientes con covid que a los sin covid porque los primeros ya están infectados y se podría revalorar las visitas con las medidas adecuadas, como mascarilla bien colocada, higiene de manos y distancia. Pero no veo mucha predisposición por parte de los hospitales, más por miedo que por comodidad”.
En el Hospital del Mar de Barcelona se restringió el acceso total de familiares al centro durante la sexta ola. Solo se permitió el acompañamiento para pacientes pediátricos, partos, personas con discapacidad o dependencia y en casos de final de vida. Este lunes se ha reunido el comité que marca este tipo de medidas en el centro hospitalario para debatir sobre la posibilidad de que todos los pacientes tengan derecho a que una persona les visite una hora al día. “Con la sexta ola tuvimos que ser estrictos por las infecciones que se realizaban dentro del hospital como consecuencia de las visitas. Aun así, las vacunas están haciendo su función y vemos que los contagios son menos graves. Además, la presencia de familiares sobre todo en pacientes mayores, es indispensable para su recuperación”, asegura Miguel Pera, el director del área asistencial y médica del Hospital del Mar.
Desorientación por aislamiento
El aislamiento y la soledad pueden traer consecuencias que agraven el estado de los pacientes. Sobre todo, en los ancianos más frágiles, señala Marco Inzitari, presidente de la Sociedad Catalana de Geriatría y responsable del centro sociosanitario Pere Virgili de Barcelona: “Hay situaciones especiales en las que se tienen que tomar decisiones mirando el riesgo-beneficio. Es complicado establecer el equilibrio ideal porque los mayores son los más vulnerables al virus, pero también a no recibir visitas”. En el caso de ancianos con discapacidad y deterioro cognitivo, “el acompañamiento tiene efectos positivos a nivel anímico y de orientación”. “Si se desorienta y el personal va rotando, está más sujeto a hacer un síndrome confusional o un delírium, con agitación o un estado más hipoactivo. El acompañamiento previene o mejora la orientación”.
A falta de visitas abiertas de par en par, como antes de la pandemia, los hospitales fomentan la comunicación a través de videollamadas. Aunque Inzitari asume que es difícil que la gente mayor se oriente con las videollamadas “y tampoco saben hacerlo solos”. “Nosotros promovemos que los profesionales sean más proactivos y entren más en las habitaciones para ver su estado y evitar el aislamiento”.
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