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El estigma del VIH sigue vivo en las cocinas

La hostelería continúa siendo un ámbito de discriminación para las personas seropositivas por culpa de mitos sobre las formas de contagio que perduran 40 años después del descubrimiento del virus

Jornada organizada por la ONG Trabajando en Positivo para concienciar sobre la inserción laboral de cocineros que viven con el VIH. En primer término a la izquierda, el chef Raül Balam Ruscalleda.
Jornada organizada por la ONG Trabajando en Positivo para concienciar sobre la inserción laboral de cocineros que viven con el VIH. En primer término a la izquierda, el chef Raül Balam Ruscalleda.Kike Para
Pablo Linde

María José Gay salió de la droga, dejó la prostitución, pasó de ser “un despojo humano” a convertirse en una “persona válida”, tuvo hijos y consiguió trabajo de camarera en un hotel de cinco estrellas en Valencia. Cuando ofertaron una plaza libre en la cocina, habló con el personal de recursos humanos para optar a ella y volver a su auténtica profesión, de cocinera. “Tú, con VIH, ¿dónde vas a ir?”, fue la respuesta de su jefe.

La hostelería sigue siendo uno de los grandes tabúes laborales para las personas que viven con VIH, según denuncia la ONG Trabajando en Positivo. Lo que poco a poco se ha ido superando en otras esferas sociales persiste en un ámbito que algunos no ven compatible con el virus. Los cuchillos, la sangre, la manipulación de alimentos son un cóctel que ciertos responsables del sector ven amenazante. Como casi todo el estigma asociado al VIH desde que se descubrió hace 40 años, esta concepción responde al desconocimiento.

El estigma y la discriminación son “el principal obstáculo para eliminar el VIH”, en palabras de Hans Kluge, director regional de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Europa. En una entrevista con EL PAÍS publicada el 9 de noviembre, aseguró que la OMS trabajará junto al Ministerio de Sanidad español en un documento político “importante” para reducirlos durante la presidencia de turno de España en la UE, en 2023.

“Todavía hay mucha gente que no sabe que, si eres indetectable, no eres transmisible”, lamenta Rafael Chacón, un venezolano afincado en Valencia que lleva más de 35 años conviviendo con el VIH. Aunque no existe una cura que haga desaparecer al virus del organismo, los antirretrovirales cada vez más avanzados consiguen mantenerlo a raya: no solo pasa de ser una enfermedad mortal a una crónica, sino que los niveles de virus son tan bajos en sangre que no se puede transmitir. Son muchos los estudios que han demostrado esto a lo largo de los últimos años.

Chacón hace ahora público por primera vez su estatus, pero nunca lo ha dicho en su entorno laboral. “Se me cerrarían muchas puertas. Llevo años trabajando de pinche de cocina y he oído barbaridades. Como si no hubiera unas medidas sanitarias a la hora de manipular alimentos. Si alguien se corta y cae sangre en la comida, hay que desecharla, pero ¡tanto si tiene VIH como si no!”, exclama.

María José Asencio, de 55 años, vivió esta discriminación con su propia familia. “Estaba en la cafetería de mi padre haciendo bocadillos cuando me detectaron el virus. Y fueron mis propias hermanas las que me rechazaron. Decían que o me iba yo o se iban ellas”, relata. Ahora está en el paro y le da “mucho miedo” volver a una cocina. “Me gustaría no tener que mentir en el trabajo. A menudo tengo que ir al médico y me gustaría decirlo, y no ocultar por qué. Yo soy quien soy, pero sé que esto no lo aceptan en todos lados”, lamenta.

“El prejuicio lo tienen incluso muchos portadores”

No existen datos de la discriminación de las personas seropositivas en la hostelería. El rechazo y el ocultamiento de la enfermedad por miedo a represalias quedan escondidos y solo se muestran a las personas que lo sufren. Julio Gómez, presidente de Trabajando en Positivo, explica que su organización ha lanzado ahora una campaña precisamente para tratar de visibilizar este problema. “El prejuicio lo tienen incluso muchos portadores de VIH, que creen que tienen que dejar sus trabajos cuando son diagnosticados. También por parte de la Administración: nos encontramos por ejemplo que el Centro de Valoración y Orientación de Discapacidades de Valencia decía que una persona con VIH no podía trabajar en la manipulación de alimentos, cuando no es así. Ninguna normativa nacional ni europea establece esto. Y organismos como los Centros de Control de Enfermedades de Estados Unidos dicen muy claro que el virus no se puede contagiar a través de la comida”, asegura.

La ONG hizo una encuesta el año pasado sobre igualdad de trato y de oportunidades de las personas con VIH en el ámbito empresarial a través de compañías con las que colaboran. Un 18% de los encuestados respondieron que se sentirían entre algo y muy incómodos en un bar o restaurante donde trabaje algún seropositivo. “Eso se produce en entornos con alta formación y una cultura empresarial muy sensible a este tema, donde tratan de concienciar de esta realidad, lo que nos hace pensar que fuera las cifras serían todavía peores”, apunta Gómez.

En este mismo sondeo el rechazo a comprar en una tienda con trabajadores seropositivos baja a un 11%. La situación ha mejorado con los años: en 2013 este porcentaje era del 38%. En la última encuesta solo hay dos entornos donde la presencia de personas con VIH genere más rechazo que la hostelería: los centros sanitarios (24%) y el colegio de los hijos de los encuestados (25%).

El estigma que sigue causando el VIH dejó “boquiabierto” al chef Raül Balam Ruscalleda cuando Trabajando en Positivo fue a pedir ayuda para su causa. “No era consciente de esta situación y la verdad es que me avergüenzo un poco de ello. Pero en mi restaurante [con dos estrellas Michelin] no se nos ocurriría preguntar a alguien si tiene VIH o no a la hora de contratarlo”, cuenta. “Supongo que el miedo viene por los cuchillos. Pero esto no debería preocupar más [en personas seropositivas]. Si alguien se corta, sea quien sea, todo el mundo se para, nos tranquilizamos, vemos la gravedad del corte, desinfectamos la zona y seguimos trabajando”, añade.

María José Gay ya ha renunciado a trabajar en la cocina, aunque no solo por el virus, sino por los muchos problemas de salud que le ha provocado. Lo que sí tiene claro es que algunos rechazos que ha sufrido durante los años en los fogones tienen que ver con su estatus serológico: “Cuando vas a buscar un trabajo, en mi certificado de discapacidad lo primero que pone es que tengo VIH y a partir de ahí ya no me cogían”.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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