Una vida en un metro cuadrado: los desalojados por el volcán llevan sus pertenencias a un almacén gigante
El Cabildo de La Palma ha habilitado un espacio de 5.000 metros cuadrados donde 180 familias han guardado sus muebles y objetos personales a la espera de cómo afecte la lava a sus hogares
Una mujer con pelo corto y gafas de sol llega en su coche a la antigua fábrica de tabaco de La Palma, a la que todos conocen como JTI ―las siglas de la empresa Japan Tobacco International―. Se para en la cuesta de acceso, baja la ventanilla, arrastra las gafas hasta la mitad de la nariz y espera la pregunta de la interlocutora. “¿Ha venido a dejar sus objetos personales?”. No puede hablar. Gira su cabeza a ambos lados en señal de negación y con el rostro desolado mete la primera marcha. La parte trasera va cargada de enseres. Asoman una antigua minicadena, un cuadro, mantas, una lámpara y cajas de cartón de las que brotan otros utensilios. Una nave gigante, de unos 5.000 metros cuadrados, sirve estos días para que cientos de familias desalojadas por el volcán guarden todo lo que pudieron rescatar de sus casas. En la zona muchos dicen que los palmeros se han cansado de que les graben, de que les pregunten. Arrastran casi un mes de lava, rugidos y miedo.
A las once de la mañana el trasiego de furgonetas cargadas hasta los topes que acceden al rebautizado como Centro Empresarial e Industrial de La Palma, en el municipio de El Paso ―con algunos barrios como Las Manchas evacuados por el avance del magma y otros destruidos como El Paraíso―, no cesa. El Cabildo habilitó el 24 de septiembre, cinco días después de que explosionara el volcán, ese macro almacén para que los afectados depositaran sus enseres domésticos, la comida de los animales (se han guardado allí unos 60.000 kilos de forraje para el ganado), y también como punto logístico para la recepción y distribución de grandes donaciones.
La casa de María (51 años), en Las Manchas, todavía está en pie. Ella, su marido y sus tres hijos, no son de los que tuvieron que salir y vaciar la vivienda a toda prisa. Decidieron mudarse “donde los abuelos” e ir vaciando la suya poco a poco. Ahora ya ha quedado en zona de exclusión total. “Quiero ver cómo está organizada mi miniparcela, se ha encargado mi marido de ir trayendo los muebles precintados en bloques. Toda nuestra vida está ahí dentro”, dice acompañada de uno de sus hijos, de 13 años. Desde fuera ―el acceso al almacén está restringido a los afectados― se ven colchones sujetos con cinta aislante, mesas y sillas encajadas, neveras, pilas de cajas de zapatos, espejos, álbumes de fotos... Toda una vida en poco más de un metro cuadrado.
Emociones encontradas
Cuando uno de los vecinos llega al centro, se le asigna un número y una nave (de las siete, cuatro se han destinado a los enseres personales), y a medida que se van bajando los objetos del vehículo, un operario con una libreta en la mano va elaborando un inventario con cada una de las piezas. Al final del documento figura el nombre y el DNI del propietario y su firma. Raquel Hernández, consejera de Promoción Económica del Cabildo, se acerca siempre que puede a echar una mano. “Tienen emociones encontradas, de golpe ven su vida en una camioneta, es un momento de mucho dolor, pero a la vez te dan las gracias porque han podido dejar parte de su historia aquí, saben que sus cosas están seguras”. De las 1.086 edificaciones desalojadas, 878 son viviendas (589 en Los Llanos, 202 en El Paso y 87 en Tazacorte).
En la cola de camiones y furgonetas que esperan su turno para ser atendidos, está Peter, un noruego de 75 años que lleva los últimos 20 viviendo en la isla. Al volante va un voluntario de unos 50 años, en el sitio de en medio va él, y a su derecha uno de sus vecinos más jóvenes, no llega a los 30, que se ha prestado a ayudarle. Su casa, en La Laguna, ha desaparecido bajo la colada. “La he perdido, se la ha comido la lava, ya no voy a poder volver”. Por la frente le caen gotas de sudor y sus ojos azules están apagados. Vivía solo en una planta baja, ahora se aloja en un hotel de Los Llanos que paga él mismo y ya está preparando su regreso a Noruega. “¿Qué voy a hacer aquí?”, dice. Aun así, le pareció buena idea dejar algunos de sus objetos más preciados en el almacén. A los damnificados que precisan más espacio, se les asignan nuevas parcelas.
En las últimas semanas, más de 400 voluntarios han formado parte de los turnos de unas 10 personas que se han acercado a ayudar entre las ocho y las 20 horas de cada día. Para el traslado de los objetos, ayuntamientos como el de Barlovento y empresas locales han puesto vehículos a disposición de los afectados. Todo está perfectamente organizado para facilitar la logística, hay un espacio en la web del Cabildo donde se pueden apuntar los voluntarios y una página de Facebook. “Estos días han pasado por aquí amigos, verles así te derrumba, pero hay que seguir y no dejar de acompañarlos en este momento trágico”, comenta la consejera. “Los palmeros somos grandes luchadores y la mayoría de los que vienen están convencidos de que estos muebles van a salir de aquí, quieren reemprender su vida”.
Lidia, de 29 años, es una de las voluntarias. “Es lo que nos queda, ayudar en lo que se pueda para salir de esto lo antes posible... Muchos nos dicen que bueno, que si se tiene que llevar su casa por delante que lo haga, pero que se apague de una vez”, dice sobre el volcán. Hasta el pasado sábado 180 familias habían dejado parte de su vida en el almacén, pero pasado el mediodía tuvieron que cerrar las puertas. “Ya no cabe nada más”, dijo uno de los operarios.
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