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Tribuna
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‘Pañuelazo’ por el aborto

Es la misma mujer católica que se confiesa los domingos en la Iglesia del papa Francisco, la que vive la clandestinidad del aborto

Manifestación a favor de la despenalización del aborto en Argentina, en septiembre de 2019.
Manifestación a favor de la despenalización del aborto en Argentina, en septiembre de 2019.EFE

Argentina vive hoy un pañuelazo. La palabra es realmente hiperbólica: son las herederas de las abuelas y madres de pañuelos blancos de la “Plaza de Mayo” que cruzaron el país con los pañuelos verdes por la descriminalización del aborto. En agosto de 2018, fueron cerca de un millón de chicas y mujeres caminando por las calles de Buenos Aires a la espera de la votación del proyecto de ley que ya fue ocho veces a la plenaria. Se perdió por unos pocos votos y el tema ahora regresa incluso antes del comienzo de los trabajos legislativos. El presidente Alberto Fernández tomó para sí la cuestión de la descriminalización del aborto. Fernández dice no ser capaz de “vivir en paz con la propia consciencia”, al imaginar que mujeres pobres enferman o mueren por la clandestinidad del aborto.

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La historia es más larga que la llegada de Fernández al poder. Es cierto que hay una osadía en el gesto de reírse con el papa Francisco en el Vaticano, hablar de deuda y pobreza, admirarlo públicamente como líder religioso por Twitter, y de ahí a unos días anunciar en una universidad francesa que pretende descriminalizar el aborto. Se describió a sí mismo como alguien que no le cae bien “la hipocresía”. A las mujeres no nos cae bien la hipocresía, y aún menos el miedo de la clandestinidad del aborto: es la misma mujer católica que se confiesa los domingos en la Iglesia del papa Francisco, la que vive la clandestinidad del aborto. Es la mujer común que promete nuevamente ocupar las calles del país con los pañuelos verdes que ya son el símbolo de la descriminalización del aborto desde Oaxaca, en México, hasta Santiago, en Chile, con las performances vendadas del grupo LasTesis sobre “un violador en el camino”.

Como en varios países latinoamericanos, el aborto es crimen en Argentina. Una mujer, además de pecadora, vive el riesgo de la ilegalidad con la amenaza de prisión. Así como en todos los países donde el aborto es criminalizado, los efectos de la clandestinidad son desigualmente vividos por las mujeres: cuanto más pobres y vulnerables, mayores los riesgos. El aborto es un procedimiento seguro si es realizado en condiciones seguras. No por acaso, las argentinas describen la descriminalización del aborto como una “deuda de la democracia a las mujeres”. Reconocer el derecho de cada mujer de decidir sobre su vida reproductiva, sin intimidarla con la fuerza del derecho penal, es una protección de ciudadanía. Solo en un país donde las luchas políticas ocupan las calles, el aborto es, a la vez, una cuestión de salud pública y también de ciudadanía democrática.

El primer proyecto de ley que intentó descriminalizar el aborto en Argentina tiene fecha de 1937, un momento de auge de Argentina como país de prosperidad económica y valores iluministas en las élites gobernantes. Desde ahí, el poder de la Iglesia Católica fue insistente en la política del aborto. Y no será ahora, aún más con un papa argentino, que el clero abandonará su voluntad de poder: en respuesta a la osadía de Fernández, una campaña nacional será lanzada en el día 8 de marzo. El presidente del episcopado argentino, Óscar Ojea, convocó a la Iglesia Católica a la campaña “Sí a las mujeres. Sí a la vida”. Si no fuera sincera en las creencias, diríamos que el título de la campaña más parece un sarcasmo a las mujeres.

Solo hay una manera de decir “sí” a la vida de las mujeres: descriminalizando el aborto. El aborto es una necesidad de vida de las mujeres comunes. Por eso, el lema cae bien al feminismo de los pañuelos verdes que también quieren a las mujeres vivas. Es ahí que la Iglesia Católica da señales de que perdió el rumbo de la historia. El presidente es solo un portavoz reciente de más de 700 organizaciones que se movilizan por la cuestión del aborto en los últimos 15 años. La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito tiene la paciencia de los grandes movimientos que ocupan las calles. Es el feminismo de las mujeres comunes, las mismas que, hoy, se sientan en frente de los predios públicos para leer historietas, poesía o filosofía como señal de existencia y persistencia. Es el feminismo del mundo real del 99% de las mujeres que tocan a las puertas de la Casa Rosada a partir de hoy.

Debora Diniz es antropóloga brasileña, investigadora de la Universidad de Brown.

Giselle Carino es politóloga, argentina, directora del International Planned Parenthood Federation.

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