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Columna
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“El violador eres tú”, la catarsis de las chicas chilenas

Centenas de mujeres anónimas se juntaron para un manifiesto estético contra los efectos del patriarcado en la vida cotidiana

Un grupo de guatemaltecas realizaron la coreografía de 'Un violador en tu camino', en Ciudad de Guatemala.
Un grupo de guatemaltecas realizaron la coreografía de 'Un violador en tu camino', en Ciudad de Guatemala.EDWIN BERCIAN (EFE)

“El violador eres tú”, gritaban niñas y mujeres en coro y coreografía. Los dedos apuntaban al poder político del Estado chileno, los ojos vendados servían de contraste a la fuerza de la voz. Una batucada solitaria definía el ritmo de los cuerpos. Centenares de chicas y mujeres se plantaron en el centro de la Plaza Italia en Santiago de Chile para una de las más espectaculares manifestaciones del feminismo global en el día de la eliminación de la violencia contra las mujeres, 25 de noviembre. El vídeo de la coreografía canaliza el sublime kantiano: un poder sin límites, una belleza sin comparación. Para Kant, lo sublime está en el horror de la destrucción, tal como ocurre en una tempestad violenta. No por arrogancia escolástica citamos a Kant para un performance de calle: las creadoras de la manifestación son artistas, persiguen la estética como narrativa política.

LasTesis es un colectivo de mujeres artistas de la ciudad de Valparaíso en Chile. Como hacen los hombres en la literatura o en la filosofía, ellas también “suben en los hombros de gigantes” para la creación artística. Son lectoras de la feminista argentina Rita Segato, para quien la violencia contra las mujeres está entrañada en el “mandato frágil de la masculinidad”: la violación sería un instrumento de restauración del orden de mando masculino, amenazado por las transformaciones sociales de género y sexualidad. Segato escribe sobre el feminicidio de Ciudad Juárez en México, sobre la tierra como metonimia de la lucha política de mujeres indígenas en Bolivia o Brasil; no disocia el patriarcado del racismo colonial que persiste en nuestros países. Como las creaciones subvierten las autorías, es necesario ahora leer a Segato teniendo el coro de chicas y mujeres chilenas como prólogo de la obra: “el patriarcado es un juez, que nos juzga por nacer, y nuestro castigo es la violencia que no ves”.

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No se consigue voltear el rostro que mira lo sublime, el evento nos paraliza. En los términos de Kant, la matemática y la dinámica explican la incapacidad de resistir: el evento tiene una magnitud que absorbe, y cualquier fuerza es frágil para imponer resistencia. Lo sublime provoca el efecto de mirar fijamente sin parpadear, porque es el cuerpo que encara. Lo que sobra de lo sublime en el individuo no es universal, así como no ocurre con ninguna experiencia y estética. Nuevas fuerzas emergen después de la experiencia catártica de encarar una multitud de chicas en coro. Para nosotras, la alegría de la creación es una señal de cómo se denuncia la permanencia entre pasado y presente por un ajuste en el tiempo verbal del verso, “el violador eras tú, el violador eres tú”. A los patriarcas, la osadía de la coreografía les intimida, pues lo sublime tiene el poder de asustar por una fuerza que no se anticipa. Para los hombres que gobiernan por la fuerza, quizá, el horror ante lo sublime puede agravar la misoginia. Vivimos en una de las regiones más violentas contra las mujeres en el mundo, por eso el neologismo “feminicidio” persigue los versos del performance.

Hace semanas Chile vive manifestaciones en las calles, con escenas de brutal violencia policial que resuenan en el autoritarismo militar que gobernó el país por décadas. Mujeres y niñas se unieron al movimiento de LasTesis y mostraron el poder de los ecosistemas contemporáneos. Sin liderazgo centralizado, pero con pautas políticas evidentes, centenas de anónimas se juntaron para un manifiesto estético contra los efectos del patriarcado en la vida cotidiana. Los cuerpos y cantos de las chicas desafían dimensiones ocultas sobre cómo el género regula el espacio social: el coro del patriarcado tiene la comodidad de la normalidad, opera por la falsa presunción de que hay una naturaleza inmutable para la desigualdad de género. No por casualidad los versos evocan la dimensión estructural e individual del poder patriarcal: así como el macho abusador se protege con la complicidad del silencio entre los hombres de la policía, de la justicia o de la religión, el Estado opresor se transforma en el propio macho abusador.

No sabemos si todas las mujeres y niñas que participaron en la coreografía contra el Estado abusador se definirían feministas. Quizás, las identificaciones importen menos para los efectos de lo sublime político. La multitud se encontró por una causa en común: la certeza de que la víctima no tiene la culpa de la violación (“y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía”). Y, en el medio de la multitud, en primera fila, estaba una niña. Ella no tenía los ojos vendados; estaba ahí para ver, oír y repetir. A ella y a todas quienes la encaramos con el espíritu de la alegría de lo sublime político, una nueva sociabilidad del feminismo es provocada por el encuentro: encararla en el medio de la multitud es despertar la certeza de que la subversión del poder emerge desde el centro del patriarcado.

Debora Diniz es brasileña, antropóloga, investigadora de la Universidad de Brown.

Giselle Carino es argentina, politóloga, directora de la IPPF/RHO.

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