Crónica de la cuarentena por el coronavirus | Día 6: Intimidad entre desconocidos
Los 21 repatriados españoles de Wuhan, entre los que se cuenta el enviado especial de EL PAÍS, son extraños forzados a convivir en un reducido espacio
“5. Se les ha habilitado una zona común para comer (por si no quieren hacerlo en la habitación) y de ocio”.
La gráfica de infectados por el coronavirus 2019-nCoV en China asciende, vertical y amenazadora, cuadruplicando en dos meses las cifras del SARS en siete. La tan ansiada meseta que indique el final del principio todavía no se intuye. Solo los repatriados desde Wuhan hemos encontrado la nuestra: la Ibérica. En su punto central cumplimos este viernes nuestro sexto día de cuarentena. Con la tranquilidad de 21 negativos para 21 personas, cada jornada es un paso hacia la normalidad. Al menos, la nuestra.
La tierra prometida por el código de conducta, una sala de ocio, se ha convertido en el centro neurálgico de la vida en la planta 17 del hospital militar Gómez Ulla. Allí, entre las cosas para picar, las montañas de libros y un microondas hay una mesa transformada en escenario de vibrantes duelos de ajedrez. El tablero blanquinegro pasa por ser el primer recurso para espantar el tedio, hasta el punto de que, vistos de cerca, los caballos parecen jadear agotados ante el movimiento incesante. Los internos, incluso, han empezado un torneo en busca del mejor jugador. La escritura de este diario me impide postularme con el compromiso necesario: incluso en las cuarentenas hay prioridades, que me perdone el maestro Leontxo García.
En esta habitación se dan cita un grupo de desconocidos, los cuales no tienen en común nada más –o nada menos– que su nacionalidad y, sobre todo, la fortuna de haber estado en la misma ciudad al mismo tiempo. La convivencia sacude las conversaciones al vaivén, empezando por cuestiones generales hasta adentrarse en territorios recónditos, no por su gravedad sino todo lo contrario: es en la trivialidad donde espera agazapado el individuo. Apenas hace una semana que nos conocemos, pero ya sé que a Cristophe le gusta terminar sus comidas con unas natillas, y que la primera cucharada le hace suspirar y elevar la mirada al cielo –el techo– en agradecimiento. Óliver bebe cocacola a todas horas, aunque aquí dentro haya tenido que renunciar al hielo y al limón. Dácil, por su parte, anhela la llegada de más cuñas de queso.
Uno de los motivos por los que con la edad se traban menos amistades y de menor profundidad es porque se reduce la exposición a espacios de intimidad. Piense, de entre toda las personas a las que llama "amigo", cuántos dormitorios ha visto. Yo mismo lo pensaba el otro día, mientras veíamos unos minutos del Granada-Valencia de Copa, cuando Manuel Vela me sacó de mi ensimismamiento para invitarme a poner los pies en su cama y así estar más cómodo. Aun así, mi propuesta de tatuarnos un coronavirus ha sido recibida, de momento, en silencio. Mañana lo volveré a intentar: aquí dentro todo es solo cuestión de tiempo.
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