Los corales del Mediterráneo, indefensos ante las redes de pesca
Los expertos piden que se implanten zonas de protección para frenar la desaparición de esta especie
En el Mediterráneo viven más de 200 especies de corales (de las 5.600 descritas en el mundo), que necesitan una mayor protección para sobrevivir en un mar sobreexplotado por la pesca y acosado por el cambio climático. Los investigadores intentan salvar estos corales, de agua fría, que viven en zonas profundas, a partir de los 150 ó 200 metros, pero chocan con la falta de voluntad de los políticos. “Cada paso que damos nos cuesta un trabajo enorme. Estamos en una carrera contra reloj para localizar dónde se encuentran, porque todavía sabemos poco de ellos, mientras que la pesca de arrastre, que usa grandes redes que barren los fondos marinos, sigue avanzando. Se trata de llegar antes de que las colonias desaparezcan”, describe el esfuerzo Pilar Marín, científica marina de la ONG Oceana. Una vez localizados los asentamientos, los países deberían acotar zonas de protección, en las que se evite principalmente la pesca destructiva y cualquier otra actividad que los ponga en peligro.
En esta lucha, se consiguió en 2017 que los 22 miembros del Convenio de Barcelona para la Protección del Medio Marino y de la Región Costera del Mediterráneo (dependiente de la ONU) incluyeran en la lista de especies en peligro a los cuatro últimos corales de profundidad que quedaban por proteger: el amarillo, el cresta de gallo, el candelabro y el bambú. Ese mismo año se localizó en las islas Baleares, a caballo entre Ibiza y Formentera, un bosque de coral bambú, en peligro crítico de extinción, a más de 400 metros de profundidad. Este jardín y otro que existe en las islas Eolias (Italia) son los mejor conservados que se han localizado de momento en el Mediterráneo. Los expertos estiman que la población de esta especie ha disminuido un 80% en cien años. "Que figuren en la lista significa que están amenazados y que es necesario hacer algo por ellos, pero el Convenio de Barcelona no tiene competencias en pesca, que es el mayor peligro al que se enfrentan", puntualiza Marín. Además, a partir de ese blindaje, "los países deberían haber tomado medidas de protección pero, hoy en día, no se ha hecho absolutamente nada", concreta la científica. "En el momento en que haya constancia de que existen ejemplares, habría que cerrar la zona, como indica Naciones Unidas", puntualiza.
El pasado noviembre, Oceana se apuntó una victoria. La Comisión General de Pesca del Mediterráneo (organismo de la ONU formado por 23 países, entre ellos España, Francia e Italia) acordó la adopción de un marco regulatorio para preservar estos delicados ecosistemas. "Llevamos tres años intentando que se establezca esta normativa, porque esta comisión es la que cuenta con competencia en pesca", comenta. Pero, a pesar de que se trata de un paso muy importante, "no es todavía vinculante y tampoco se han establecido qué actuaciones se van a llevar a cabo", acota el éxito Marín, que participó en la reunión.
Mientras llegan las protecciones, los corales se enfrentan a las enormes redes de la pesca de arrastre que "barren el fondo del mar, llevándose por delante todo lo que encuentran en su camino y pueden destruir colonias de varios siglos en muy poco tiempo", explica Covadonga Orejas, científica del Instituto Español de Oceanografía en Baleares (IEO) y especialista en corales. No es necesario el impacto directo, la turbidez del agua causada por los sedimentos en suspensión que provoca esta forma de captura no selectiva puede enterrarlos. Otras artes de pesca como redes fijas, palangres o nasas pueden provocar daños al soltarse y quedar enganchadas en los corales. Con la desaparición de este hábitat marino, gran variedad de organismos, incluidas especies de pesca, pierden las estructuras en las que se refugian. La recuperación de los corales es muy complicada debido a su lento crecimiento, apenas unos pocos milímetros al año. El desarrollo es especialmente lento en las que desarrollan un esqueleto calcáreo o tienen formas masivas (un tipo de flora muy frondosa) o arbustivas (en rama).
Los intereses comerciales también se interponen en la conservación de estos delicados organismos. Orejas pone como ejemplo el coral rojo empleado en joyería. Está encuadrado en el epígrafe de las especies que se explotan comercialmente sin la suficiente protección pero, de momento, los científicos no han logrado incrementar su blindaje. A pesar de ello, la investigadora del IEO no ceja en su empeño de convencer a todas las partes implicadas de la importancia de estos ecosistemas únicos. "Hay mucha gente que vive de la pesca, pero deben tener en cuenta que si se extermina el hábitat desaparecen los recursos. En un bosque sin árboles, no habrá fauna, porque los animales están donde encuentran refugio, donde pueden construirse sus casas", argumenta. En el caso del mar, los corales son los organismos que cumplen la función de los árboles. "Con sus estructuras, crean un espacio de tres dimensiones donde puede habitar el resto de la fauna", concreta.
Los corales tienen que soportar, además de las actividades humanas, los efectos del cambio climático, con el aumento de las temperaturas y la acidificación de los océanos debido a que absorben más CO2 del que pueden soportar. Estos dos factores influyen en la capacidad de los corales para absorber el carbonato que precisan y crecer, llegando incluso a matarlos a largo plazo.
Los últimos corales protegidos
En 2017 se incluyeron en la lista de especies en peligro cuatro corales de profundidad fundamentales para el Mediterráneo, según la ONG Oceana.
El coral bambú (Isidella elongata), una especie prácticamente endémica del Mediterráneo cuya población ha disminuido un 80% en cien años, por lo que está catalogado como "en peligro crítico". Su declive afecta a muchas especies de gambas y peces asociadas a estos jardines de coral, como la merluza, que los usa como zonas de cría.
El coral amarillo (Dendrophyllia cornigera) y el coral candelabro (Dendrophyllia ramea) aparecen en la lista roja como "en peligro" y "vulnerable", respectivamente. Sufren el impacto de técnicas pesqueras agresivas con el fondo.
El coral cresta de gallo (Desmophyllum dianthus) se considera "en peligro" y se calcula que su población ha caído a la mitad en los últimos 60 o 70 años.
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