Talento y pederastia
Las acusaciones contra un conocido escritor francés provocan un sano revisionismo sobre los abusos también en la cultura
![Ejemplares del libro de Vanessa Springora en una librería de París el pasado jueves.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/KT6TBL6BZTMUQ2LWZECZO6MR7U.jpg?auth=9d4454502897a6ee2d8890a8e712db3312b15db12c7273076cd1c9111e2bcd1d&width=414)
La tormenta desatada en Francia por la presunta pederastia de un escritor de renombre es un sano revisionismo de estos tiempos. La editora Vanessa Springora, en un libro publicado durante la primera semana del año, retrata al escritor Gabriel Matzneff como un abusador de menores que la sedujo cuando ella solo tenía 14 años y él ya había cumplido los 50. El libro se titula muy simbólicamente Le Consentement (“El consentimiento”) y Matzneff, que hoy tiene 83 años, ya ha anunciado que no lo leerá porque no se reconoce como depredador y porque la suya con Springora fue una “bella historia de amor”. Ella, por su parte, admite que cayó fulminada por los encantos del maduro y brillante Matzneff, pero 30 años más tarde media Francia, como la editora, ha decidido llamar a las cosas por su nombre.
La hemeroteca es un bumerán eficaz en esta historia. Era el 2 de marzo de 1990 cuando en el famoso programa cultural Apostrophes Gabriel Matzneff explicaba con cierta arrogancia su “fijación” por las menores y sus relaciones sexuales con ellas. Uno de sus ensayos se titulaba, de hecho, Menores de dieciséis. Tanto los contertulios como el público escuchó aquello con complacencia, incluso con risas. Solo la escritora canadiense Denise Bombardier le reprendió, lo que le valió después duras críticas. “Al menos, él sabe escribir”, le han llegado a espetar.
Hoy todo ello causa bochorno. La editorial Gallimard ha retirado los diarios del escritor, y el histórico presentador de Apostrophes Bernard Pivot ha pedido excusas por no frenar ese día a Matzneff. El Gobierno francés defiende a Vanessa Springora. Por contra, algunos sectores de la extrema derecha han pedido que se deje a Matzneff tranquilo a sus 83 años, con una magnanimidad injusta frente al desasosiego vital de víctimas a las que hombres como él robaron la infancia y la autoestima.
La pederastia ha sido tradicionalmente negada y aceptada con irritante complacencia. No solo en Francia. Es paradigmático el caso de Vladimir Nabokov. Él mismo proyectó su perfil de víctima de un pariente abusador en el personaje central de Lolita. Sin embargo, gran parte del imaginario colectivo pervirtió el relato y convirtió a Lolita en una pícara putilla dispuesta a seducir a un solitario y atormentado cincuentón.
Gabriel Matzneff se ha defendido en una larga carta enviada a L’Express, pero sus excusas —“fue un amor loco”— ya no sirven. El poder, ya sea en la Iglesia, la docencia o el mundo del espectáculo, no garantiza la impunidad como antes. Tampoco el talento y la excelencia en el arte. Matzneff acusa a Vanessa Sprindora de querer enviarle a la marmita maldita en la que se cuecen personajes como Woody Allen o Roman Polanski. Pues sí, en efecto, el mundo se plantea que quizá ese sea el destino mejor para muchos. Porque, como se diría en castellano vulgar, ya no cuela.
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