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El primer día con veto a fumar en las calles de Galicia: “La medida nos beneficia a todos”

El tabaco no desaparece de las terrazas gallegas pese al apoyo ciudadano

Una persona fuma en una terraza durante el primer día de la prohibición de realizarlo en la vía pública si no existe una distancia de dos metros de seguridad. En vídeo, primer día sin fumar en las calles de Galicia.Vídeo: CARLOS CASTRO (EUROPA PRESS) / ATLAS

Huele a mar y café en las terrazas del paseo marítimo de Sanxenxo, en Pontevedra, y un pequeño hilo de humo intenta, sin demasiado éxito, rivalizar con la bruma que cubre el otro lado de la ría a primera hora de la tarde. Una pareja de médicos asturianos se lo recrimina a la responsable, que trata de defenderse a unos dos metros de ellos.

—Señor, no voy a apagar el cigarrillo.

—Pues no lo apague, pero está haciéndolo mal.

En el templado ecuador del verano gallego, encender un cigarro al sol puede provocar un incendio dialéctico. Desde la medianoche de este jueves, un decreto de la Xunta prohíbe fumar en la calle y las terrazas si no es posible mantener la distancia de seguridad por el coronavirus. La medida ha sido acogida con un apoyo unánime, incluso entre los fumadores, pero la ausencia de un VAR para saber si la infracción se produce dentro o fuera del área mantiene vivo el amargo debate de la sobremesa.

“Váyase usted a casa y no tendrá problemas”, le espeta Antonio a Cristina, mientras ella continúa fumando en la mesa de al lado y sube la voz para que se le escuche: “O usted a otro bar a tomar el café”. La pareja de médicos se va, no sin antes reconocer que a ellos también les gustaba el tabaco hace unos años —alcanzan los 60— y la norma no está tan clara como debiera. Cristina dice estar a favor del decreto, pero quiere seguir ganando el debate ante sus dos hijos pequeños con un argumento muy repetido en los últimos años: “Los fumadores somos los nuevos apestados”. A continuación, enciende otro cigarro sin que nadie se lo impida.

En realidad todos fuman, pero nadie incumple la ley. El comportamiento respetuoso de los ciudadanos contrasta con las colillas que colman los ceniceros de los bares. La razón es muy sencilla: en teoría, la distancia de seguridad entre las mesas ya se respetaba, y eso legitima cualquier incursión en el vicio. Al menos ese es el argumento que ofrecen la mayoría de los camareros a los clientes que, como Lorenzo, preguntan antes de sacar el mechero. Este madrileño, de 51 años y una apariencia que contrasta con la de los bañistas que transitan por el paseo marítimo, acompaña el café con unas caladas a un cigarro electrónico, mientras reclama que su comunidad aplique la misma norma que Galicia: “Toda prevención es buena”.

José, el dueño del restaurante, rechaza que el decreto espante a la clientela: “Nos beneficia a todos y sobre todo a los que vivimos de la hostelería”. En el establecimiento, ya semivacío tras las comidas, no hace falta coger la regla para saber que la distancia de seguridad se cumple de manera escrupulosa.

Más difícil es controlar la calle, donde una pareja de la Policía Local se encarga de advertir a quienes se saltan la norma. De momento no hay sanciones. “Con la cantidad de gente que hay es imposible cumplir la distancia de seguridad, pero la mayoría se muestra receptiva”, explica una de las agentes. No se ve a un solo fumador en el paseo marítimo del epicentro vacacional de Galicia.

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