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Sexo con mascarilla y rastreo de clientes

El coronavirus condena a la ruina a las prostitutas y revive el debate sobre la legalización en Alemania

Mia, que no quiere mostrar su cara, es masajista erótica en Berlin y víctima económica de la crisis del coronavirus.
Mia, que no quiere mostrar su cara, es masajista erótica en Berlin y víctima económica de la crisis del coronavirus.Patricia Sevilla Ciordia

“Esto nunca va a volver a ser como antes. La gente está muy tocada económicamente y encima me expongo a contagiarme. Llevo sin facturar desde el 13 de marzo”. Mia trabaja como masajista erótica en Berlín. El coronavirus ha supuesto para ella y también para miles de prostitutas en Alemania una ruina. “Algunos clientes llaman para ver cómo estoy, pero de quedar, nada”, asegura preocupada en la terraza de un café berlinés. Las restricciones que siguieron a la propagación del virus en Alemania supusieron el cierre de hoteles, burdeles y la prohibición de la prostitución en la calle. El descenso de contagios ha permitido la apertura gradual de una vida pública, que en Alemania se acerca ya mucho a la normalidad. Pero mientras en países vecinos como Austria y Holanda se ha reanudado la actividad, la prostitución en Alemania ha quedado en un limbo. Además, ha resucitado el debate político en torno a la legalización, en un país en el que está regulada y que a menudo se considera el gran burdel de Europa.

Mia lleva seis años en Berlín, en los que no le ha ido mal trabajando como masajista erótica. Hasta que llegó la pandemia y la actividad se frenó casi en seco. “En cuestión de un mes, todo se ha ido a la mierda. Tengo una situación muy complicada. Ahora esto parece El Vaticano; está todo muerto”. Como otras trabajadoras, Mia teme que las autoridades ahora “utilicen el coronavirus como excusa para hacer limpia, cerrar locales y restringir la prostitución”.

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People walk through the Red Light District in central Amsterdam, Netherlands March 2, 2020.  REUTERS/Yves Herman
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Hoy, la Frobenstrasse, al oeste de Berlín, está más vacía de lo habitual y las pocas mujeres que hay caminan todo el rato para que no les pare la policía. Las pensiones de la zona que han abierto han subido el precio y solo permiten la entrada de dos personas por habitación. Al no haber viajes de trabajo, tampoco hay hombres de negocios, ni turistas dispuestos pagar. La mayoría de prostitutas han parado de trabajar, pero quienes no tienen otra fuente de ingresos han seguido, aunque a un ritmo mucho menor, fuera de los burdeles y a menudo a precios bajísimos. Algunos clientes, según cuentan las trabajadoras piden incluso “descuento-corona”. En una zona de prostitución del oeste de Berlín, Isabelle explica que lleva tres meses parada porque no quiere arriesgarse a que le pongan una multa. Cuenta también que muchas prostitutas del Este se han vuelto a sus países, pero que en el caso de los transexuales, es más difícil porque muchos no tienen a dónde volver.

Desde la Asociación de profesionales de servicios eróticos y sexuales (Besd) piden la reapertura gradual de la actividad y han propuesto un plan higiénico muy detallado. La propuesta incluye el uso de mascarilla —quedan descartados los servicios orales— y desinfectante para manos. Las habitaciones deben limpiarse y airearse. No puede haber más de dos personas juntas a la vez y los clientes deben entregar sus datos personales y dejarlos si prefieren en un sobre sellado, para poder rastrear los contactos en caso de contagio. El plan ha despertado cierto escepticismo incluso entre las trabajadoras, que lo consideran inviable. “Cuando haces un masaje, te pones encima, por mucha mascarilla…”, piensa Mia.

Manifestación a favor de los derechos de las trabajadoras sexuales a principios de junio en el oeste de Berlín.
Manifestación a favor de los derechos de las trabajadoras sexuales a principios de junio en el oeste de Berlín.Ana Carbajosa

El parón ha contribuido a revivir un debate, cerrado en falso con la legalización. En el Bundestag, 16 parlamentarios conservadores y socialdemócratas han firmado una carta en la que piden que no se reabran los burdeles y se adopte en Alemania el modelo nórdico de criminalización del cliente. “Los actos sexuales no son compatibles con la distancia social”, argumentan los políticos, que piden cursos de formación profesional para que las prostitutas puedan acceder a otros empleos, en lugar de que se reanude la actividad.

“No sabían ni que tenían que lavarse las manos”

De facto, la pandemia ha dejado en suspenso la legalidad de la actividad y la policía persigue a las prostitutas en la calle y en la Red. “Primero los clientes dejaron de venir y luego la policía empezó a poner multas en la calle”, explica un escort, que prefiere no desvelar su identidad y que forma parte de un colectivo de trabajadores del sexo transexuales en Berlín. Estos meses ha vivido de los ahorros que tenía para unas vacaciones y de un trabajo a tiempo parcial en un supermercado. Asegura que la situación es especialmente complicada para la gente que trabaja en la calle. “Muchas no saben ni leer ni escribir, ni tienen acceso a Internet. Nadie vino a explicarles lo que estaba pasando. No sabían ni que tenían que lavarse las manos”, añade en un parque al oeste de Berlín, donde se han reunido para merendar y conmemorar el día de la prostituta.

Las trabajadoras del sexo deben estar en teoría oficialmente registradas en Alemania a partir de 2017, lo que a algunas les ha permitido acceder a ayudas públicas durante el coronavirus. El problema es que el registro oficial, en el que los últimos datos hablaban de unas 33.000 personas apuntadas, representa apenas la punta del iceberg de un negocio para el que no hay cifras oficiales, más allá de estimaciones que hablan de cientos de miles de prostitutas.

Las dificultades a la hora de mantener la distancia física, debido a la propia naturaleza de la actividad, han desviado parte de la actividad a la Red. El problema, para algunas trabajadoras es que el salto tecnológico no siempre es fácil y es necesario disponer de equipos. Hablar alemán cobra además más relevancia en los servicios online, lo que para muchas extranjeras se convierte en un obstáculo insalvable. “Yo nunca he hecho online, porque cuando trabajas con una persona, tú controlas la experiencia, pero a través de la pantalla, pierdes el control de cómo esa persona vive tu sexo y es otro tipo de consentimiento”, piensa Emma, que ha emigrado a Berlín desde Estados Unidos. “Además, necesitas una buena conexión a Internet, tienes que saber editar, subir imágenes… es otro negocio”, añade esta mujer, a la que sus compañeras de piso y su familia le han ayudado a pagar la comida durante estas semanas.

El futuro de la profesión es aún incierto, pero lo que muchas tienen claro es que el trabajo no va a volver a ser como antes. “La gente va a tener miedo al contagio y muchos clientes no son tan jóvenes y les da miedo contagiar a sus familias. Hasta que no haya una vacuna, no se va a poder trabajar bien”, piensa Mia.

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