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Los últimos de la UCI

Tras curarse del virus, los pacientes que pasan semanas en cuidados intensivos, encamados y fuertemente medicados, han de superar una espiral de trastornos

Pablo Linde
Rosario, de 78 años, tras salir en mayo de la UCI del Hospital San Juan de Dios de Córdoba, en una imagen del centro.
Rosario, de 78 años, tras salir en mayo de la UCI del Hospital San Juan de Dios de Córdoba, en una imagen del centro.EL PAÍS

Juan José cree que su madre entró en la UCI porque tuvo la suerte de estar en Córdoba, y no en Madrid. Cuando ingresó, a finales de marzo, en las unidades de cuidados intensivos de la capital no había sitio para todos los que las necesitaban. Los médicos tuvieron que priorizar a los pacientes con más posibilidades de supervivencia. Rosario, de 78 años, con una debilidad extrema y una saturación de oxígeno en sangre mínima, llegó con las justas. Y estuvo a punto de no salir: lo hizo tras 60 días entre la vida y la muerte.

Quienes pasan tanto tiempo en cuidados intensivos en los hospitales libran dos batallas: la primera, superar la covid-19, sobrevivir al compromiso en el que el virus pone sus pulmones, y a menudo también su corazón, hígado, riñones… y eliminar finalmente el patógeno de sus cuerpos. La segunda no es menor: después de días encamados, sedados, paralizados, ingiriendo un bombardeo de fármacos, se tienen que recuperar de la propia UCI. Y el camino está lleno de trampas. “Suele ser un paso para adelante y dos para atrás. Llegan infecciones, falta de movilidad, problemas con la nutrición, fallos orgánicos…”, relata José Carlos Igeño, jefe de Urgencias y Cuidados Intensivos del Hospital San Juan de Dios de Córdoba, donde estuvo ingresada Rosario. “Cuando van mejorando y hay un paso hacia atrás, los parientes me suelen preguntar: ‘¿Pero no estaba bien?’. Hay que explicarles que bien no, que están en una UCI, siguen críticos aunque vayan mejorando”, continúa.

Las unidades de cuidados intensivos de España se fueron vaciando poco a poco de pacientes ingresados con coronavirus. La media de estancia ha sido de alrededor de 20 días, según el Ministerio de Sanidad, pero no es infrecuente que se prolonguen. No hay una causa única para que esto suceda. Influye el estado basal con el que entre el paciente: cuanto más sano y fuerte estuviera antes de la enfermedad, más esperanzas hay. Pero la medicina no es matemáticas. “Hay veces que te encuentras a dos pacientes con la misma gravedad, misma edad y similares características. Les das el mismo tratamiento y uno sale para adelante y el otro no”, cuenta Igeño.

Hace semanas que los ingresos en UCI se cuentan con los dedos de las manos en toda España. En la última necesitaron cuidados intensivos 14 personas en seis de los 19 territorios (las 17 comunidades autónomas, Ceuta y Melilla). En los otros 13, en la casilla de nuevos enfermos críticos aparece un esperanzador cero. No es un camino irreversible. Todavía hay nuevas hospitalizaciones (148 en los últimos siete días), que suceden a los nuevos casos (2.053 el mismo periodo). Algunos de estos nuevos contagios probablemente acabarán en estado crítico, pero encontrarán hospitales con muchos más medios que quienes tuvieron estos mismos destinos en el periodo agudo de la epidemia.

Un intensivista visita a una paciente en la UCI del hospital Puerta de Hierro de Madrid, en abril.
Un intensivista visita a una paciente en la UCI del hospital Puerta de Hierro de Madrid, en abril. ©Jaime Villanueva (EL PAÍS)

Las dos comunidades más azotadas por la epidemia, Madrid y Cataluña, han pasado de tener una ocupación de sus UCI del 100% —aunque las autoridades han señalado que nunca se llegaron a saturar, decenas de profesionales han contado a este periódico que sí fue así— a un 30% y un 25% de pacientes de covid en estas unidades respectivamente, según los informes del pasado 22 de mayo publicados para el cambio de fase de ambas regiones. Entre esos críticos, algunos son estos nuevos ingresos que van llegando ahora muy poco a poco; otros son los que llevan semanas sedados esquivando la muerte.

Existe un término para describir el padecimiento de estos últimos: enfermedad crítica crónica. “Es una entidad que no tiene una definición estandarizada”, cuenta María Ángeles Ballesteros, de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (SEMICYUC). Son pacientes que, una vez superado el evento agudo —en este caso la neumonía causada por el coronavirus— siguen necesitando soporte de UCI. “Hay varios motivos, en ocasiones se pone en marcha y se perpetúa un estado inflamatorio crónico. También suele suceder que hay una debilidad persistente”, asegura Ballesteros. La parálisis y la sedación de la UCI lleva el cuerpo a consumirse a sí mismo, entra en un estado catabólico en el que la masa muscular prácticamente desaparece. Algunos pacientes no pueden respirar por sí mismos, no ya por los pulmones rígidos, sino también porque el diafragma no es capaz de ejercer su función. Por no mencionar la capacidad para otros movimientos que requieren más fuerza.

“Es una debilidad neuromuscular, multifactorial, unida a los fármacos perpetúa la situación. La edad es factor de riesgo, pero no como tal, sino por las comorbilidades asociadas: si hay una disfunción cardíaca, problemas en los bronquios o en algún órgano, el despertar de la UCI será más complicado. Para mejorar todo esto conviene limitar la ventilación mecánica al mínimo tiempo posible, ir quitándola para que el paciente vaya respirando por sí mismo poco a poco, hacer un programa de movilización y nutrición precoz en cuanto sea posible”, enumera Ballesteros.

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Cuando comenzaron a despertar a Rosario, “ni los párpados podía mover”, enfatiza Igeño. “Hubo muchos días que pensamos: de hoy no sale”, continúa. Estaba “muy, muy grave” al ingresar. Y poco después, a la neumonía se le sumó un problema cardiovascular, algo no infrecuente en pacientes de covid-19. “Manejar a un paciente con todos estos problemas, su fragilidad, moverlo para cambiarlo de postura se hace complicadísimo. El reto no era ya que no muriese por la infección, sino también por el shock cardiogénico añadido. Una miocarditis [era lo que le detectaron] en una paciente con una neumonía con covid, distrés respiratorio y shock cardiogénico, la mortalidad diría que es del 99%”, explica este médico. No es raro que se produzca una cascada de fallos orgánicos coadyuvados por un rosario de medicamentos: vasoactivos, adrenalina, noradrenalina... El corazón no bombea bien la sangre, no llega por ejemplo a los riñones, dejan de funcionar, el enfermo necesita diálisis. Es el círculo vicioso de la UCI de larga estancia.

Los intensivistas tienen que buscar ventanas de mejora para poder comenzar las técnicas de desconexión progresiva de la ventilación, que el paciente colabore lo máximo posible, haga cada vez más esfuerzo. Esto se une a rehabilitación y fisioterapia. “Es un avance muy lento susceptible de otras complicaciones”, cuenta Demetrio Carriedo, intensivista en el hospital de Getafe. “No hay un tiempo máximo de estancia, hay casos que han sobrevivido después de más de un año. Pero cuanto más se prolonga más reducidas son las posibilidades de recuperarse favorablemente, sin secuelas”, prosigue.

Después de 60 días, Rosario salió de la UCI y su hijo asegura que está bien, aunque con algunas lagunas. “En ocasiones no está segura de si las cosas han pasado de verdad o las ha soñado, nos tiene que preguntar a mi hermana o a mí”, dice Juan José. En el camino, en los primeros despertares, una vez salvados los compromisos orgánicos, se cruzaron reinfecciones muy frecuentes en las unidades de cuidados intensivos por los catéteres. Después llegó el miedo a que, superado todo esto, hubieran quedado fallos neurológicos irreversibles como consecuencia de la falta de oxígeno. “Abría los ojos, pero no conectaba con nosotros. Hicimos pruebas complementarias, TAC cerebrales, vimos que había pequeñas alteraciones, probablemente trombóticas por culpa del coronavirus, pero no justificaban que la mujer no despertara. El problema es que después de tantos días intubada, con sedantes, analgésicos opioides, relajantes musculares, el cuerpo tarda todavía un tiempo en eliminarlos”, explica Igeño.

Un día, una enfermera notó que conectaba con ella. Era una respuesta tenue, pero Rosario comenzaba a ser consciente. Comenzaba para ella un camino todavía, el de la recuperación tras la UCI que afronta, según su hijo Juan José, “con ganas de vivir”.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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