“Para reconstruir, lo de menos son los ladrillos”
Esta periodista colombiana se volcó en la reparación del horror de la guerra
Durante cuatro días de febrero del año 2000, un grupo de 450 paramilitares aterrorizó un pueblo llamado El Salado, al norte de Colombia, y dejó tras de sí uno de los episodios más espantosos de la guerra interna del país. Al menos 66 personas fueron asesinadas en una orgía de sangre en la cancha de fútbol del pueblo. Los supervivientes relatan aún hoy las escenas de cabezas cortadas, torturas y humillaciones inimaginables. “La gente, desesperada por irse, dejó los cuerpos enterrados en una fosa común junto a la cancha de fútbol. Como estaban mal enterrados, se los fueron comiendo los cerdos y los perros”. En el pueblo no quedó ni un alma. Pasaron años antes de que algunas familias volvieran e intentaran recuperar sus casas de la vegetación, “machete en mano”.
Lo cuenta Claudia García Jaramillo, directora ejecutiva de la Fundación Semana, que años después lideró la tarea de devolver la vida a El Salado. En 2007, cuenta García, una periodista de Semana fue al pueblo y contó la verdadera historia de lo que allí había pasado. Una masacre que había quedado en las hemerotecas como una cosa de esas que pasan en la selva. “Se creía que había sido un enfrentamiento”. Igual que sobrecoge el relato de las atrocidades, resulta asombroso un vídeo hecho en 2009 con entrevistas a bogotanos por la calle en las que la gente no sabe qué es El Salado. “Creo que es una discoteca”, dice uno. Que una monstruosidad así pueda ser desconocida en la capital da una idea de la división del país.
La propia García quizá nunca hubiera conocido la historia de no haberse implicado personalmente. Bogotana de 40 años, de familia tradicional, admite que para los colombianos como ella la guerra es algo lejano. Pasó 15 años como periodista y lleva seis en la Fundación Semana. Tiene dos hijas, de 6 y 7 años. Dice que no volverá al periodismo. Tras aquel reportaje, “nos dimos cuenta de la enorme distancia que había entre esta realidad y los lectores de nuestra revista. ¿Dónde estábamos cuando todo esto sucedía?”. En la región de Montes de María hubo 42 masacres como esta, explica. Pero en la Fundación decidieron tomar este pueblo como ejemplo, y hacer de su reconstrucción un símbolo para “intentar conectar este país del siglo XXI con el del siglo XVI, abandonado por el Estado”.
García se dedicó a buscar patrocinios, empresas que invirtieran en el proyecto. “Qué ingenuidad. En la tarea de reconstruir, lo de menos son los ladrillos”. Pronto se dio cuenta de lo fácil que es “llevar ordenadores donde no hay electricidad, hacer un centro de salud sin médico o instalar un proyecto productivo sin una carretera”. Lo difícil es recuperar “los proyectos de vida”. Tras incumplir todas las recomendaciones (“fuimos allí, dormimos en sus casas”) para saber qué se necesitaba y cómo hacerlo, hoy El Salado se considera un ejemplo de recuperación de las heridas de la guerra.
Los paramilitares que arrasaron El Salado sacaron los instrumentos musicales de la casa de cultura y celebraron cada muerte con música. Nadie volvió a tocar esos instrumentos durante años. “Rompieron el vínculo de esa gente con su cultura ancestral”. Ante esto, “no se trata de reconstruir la casa de la cultura, sino de que vuelva a haber fiestas”. Hoy vuelve a haber fiestas patronales en El Salado. Vuelve a haber proyectos de vida. Claudia García acaba siendo ella misma un ejemplo de lo que podría ser Colombia: “Para mis hijas, El Salado es un destino turístico”.
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