¿A cuántos españoles ha expulsado la crisis?
Los demógrafos discrepan sobre el número de salidas al extranjero En algunos casos multiplican por tres la cifra oficial de 225.000 Falta un mecanismo estadístico capaz de registrarlas con rapidez
¿Y si la salida de españoles al extranjero no fuera tan masiva como la sensación que se ha extendido? Así lo plantea un estudio elaborado por Carmen González Enríquez, del Real Instituto Elcano, a partir de la información de los consulados. La investigadora apunta que solo el 2% de los residentes nacionales en el exterior son personas nacidas en España que han hecho las maletas por la crisis, apenas 39.912 personas.
Pero, ¿y si los datos oficiales no reflejaran lo que de verdad sucede y se estuviera subestimando la emigración de nacionales? Este es el punto de vista que defiende Amparo González Ferrer, socióloga y especialista en demografía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Para ella el número de personas que han abandonado el país entre 2008 y 2012 —es decir, las salidas de España, no la suma de nacionales en el extranjero, como recoge el análisis anterior de su colega— está más cerca de las 700.000 personas que de las 225.000 oficiales.
La pérdida de población en España por la emigración es irrebatible a la luz de los datos. Ayer mismo, el padrón que publicó el Instituto Nacional de Estadística (INE), con fecha de enero de 2013, recoge una caída de 135.538 habitantes en un año hasta los 47.129.783. Tampoco hay dudas de la magnitud de la crisis, del paro —en especial el juvenil, del 54%—, así como de los dramas humanos derivados del hundimiento de las condiciones de vida. Pero ¿en qué medida es elevada la salida de españoles por la situación económica? A este respecto existe un debate entre la comunidad investigadora por la falta de un mecanismo estadístico capaz de registrar con rapidez y eficacia la partida de nacionales.
Carmen González Enríquez, catedrática de Ciencia Política en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), se acercó a esta cuestión a raíz del debate público abierto por la cobertura informativa que se ha prestado a la partida de investigadores (la llamada fuga de cerebros) y, en general, de profesionales cualificados. Su conclusión es que la salida de ciudadanos españoles es muy reducida. “El discurso de que hay una salida masiva de personas es una afirmación exagerada y crea una alarma innecesaria”, comenta. De hecho, el fenómeno es, a su entender, tan limitado, incluso “ridículo” en número, que se pregunta “por qué no son muchos más los que deciden dar el paso de buscar mejores condiciones salariales o vitales en otros países”.
Hay otros trabajos que reflejan conclusiones similares. Por ejemplo, los últimos datos de migraciones del INE. Este informe, con registros del primer semestre de 2013, muestra cómo España pierde población y que ello se debe a su saldo migratorio negativo.
Durante los seis primeros meses del año pasado salieron del país 259.227 personas, pero en su aplastante mayoría (219.537) fueron extranjeros. Es decir, en línea con lo observado por González Enríquez, solo el 10% de las personas que abandonaron el país en el periodo analizado (26.281) son nacidos en España.
La investigadora del Instituto Elcano no pone el foco en los datos de salidas (migraciones), sino en el padrón de españoles residentes en el extranjero (PERE), un documento que confecciona el INE a partir de las inscripciones que realizan los emigrantes en las oficinas consulares. De acuerdo con estos registros, el número de españoles nativos (excluidos los nacionalizados) residentes en el exterior solo ha aumentado un 6% (39.912 personas) entre enero de 2009 y enero de 2013. Mientras en 2009 había 633.750, en 2012 eran 673.662. De ellos, 20.000 están en Europa, 7.000 en Latinoamérica y los otros 13.000 en el resto del mundo.
“Es un buen análisis”, comenta Albert Esteve, del Centro de Estudios Demográficos (CED) de la Universidad Autónoma de Barcelona. “Tanto los datos oficiales de salidas [del INE] como los de destino [del PERE] pueden subestimar en alguna medida a la gente que sale de España y no queda registrada, pero, en general, no hablan de un gran porcentaje de gente que se va”, añade.
González Enríquez considera que la preocupación desatada por la emigración de nacionales está directamente relacionada con que la sociedad española “ha sido excepcionalmente inmóvil durante las últimas décadas”, especialmente desde que en los años setenta se puso fin a la gran ola migratoria del franquismo. Según González Enríquez, permanecer cerca de la casa familiar de padres y amigos “ha sido una prioridad para la mayoría”, lo que explica no solo las reticencias a salir del país, sino “la alarma actual” que, insiste, “no se sostiene en relación con las cifras reales”.
“La experiencia de los años sesenta pesa mucho sobre la situación actual en términos de orgullo patrio”, añade. Entonces, según comenta, no solo se produjo una salida masiva de españoles al extranjero. Además, se trataba de población rural, sin cualificar, cuyo destino era ocupar los puestos más bajos en la industria o el sector de la construcción de los países a los que acudían. Aún permanece en el imaginario colectivo, sostiene, “el recuerdo negativo” de la partida de mano de obra barata con destino al extranjero. Ahora, sin embargo, solo salen trabajadores con formación universitaria. “Para los que parten, poder desplazarse al exterior y encontrar allí trabajo es una bendición. Y con ello no perjudican a la economía española. En estos momentos, el problema es la falta de crédito, no de personal cualificado”, apunta.
La investigadora es consciente de que su trabajo da alas a las tesis gubernamentales, empeñadas en endulzar y quitar gravedad a las consecuencias (pobreza, aumento de la desigualdad, pérdida de poder adquisitivo, golpe a las expectativas vitales) que ha provocado el hundimiento económico en la sociedad española. “Sé que este tema está muy cargado políticamente, pero qué le voy a hacer”, expone. “He llegado a esta conclusión con los datos que he manejado, sin ningún prejuicio; y me he encontrado con la situación que describo”.
Esteve, por su parte, coincide en la idea de que España no se ha convertido en un país de emigración. “El grueso de la dinámica migratoria está protagonizado básicamente por extranjeros o por personas nacionalizadas de origen foráneo”, explica, tal y como ponen de manifiesto los datos del INE. Para este demógrafo del centro de la Universidad Autónoma de Barcelona, la emigración actual responde a una situación de reequilibrio después del alud de extranjeros que recibió España en la última década. “Sobre todo se trata de reajustes de inmigrantes que no se han asentado en el país. Hay algo de población española, pero no es la que lidera el grueso de la estadística migratoria”, insiste.
“La partida de población cualificada fuera de España es una lástima, es un fenómeno preocupante que personas formadas no puedan asentarse y desarrollarse profesionalmente en España; pero cuestión distinta es que esto afecte a mucha gente”, comenta. “La tarea del demógrafo y del sociólogo se centra en analizar los fenómenos y cuantificarlos”.
Estos análisis que muestran unas cifras modestas de salida de españoles se basan en los datos que ofrecen tanto el INE como el padrón de residentes en el extranjero (PERE). Pero para Amparo González Ferrer, del Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS) del CSIC estos números no sirven. No arrojan indicadores precisos a las preguntas que importan para dimensionar la emigración de nacionales: cuántos españoles se marchan y en qué momento lo hicieron.
Por un lado, porque todos los datos beben de la misma fuente: los registros consulares. Los datos de migraciones del INE o las bajas en el padrón se producen —con algo de cocina estadística a partir de otras estimaciones— si los emigrados se dan de alta en el PERE. Es decir, a Juan Pérez se le da de baja en el padrón de Sevilla —y figura como emigrante para el INE— cuando consta su alta en el consulado de Hannover (que recoge el PERE).
El problema es que ni Juan Pérez ni la mayoría de los españoles que salen del país suelen darse de alta en los consulados, por lo que González Ferrer cree que hay una bolsa fantasma de emigrantes nacionales no computados.
La investigadora del CSIC explica que para inscribirse hay que demostrar que se permanecerá en el país al menos un año, para lo que se precisa de un permiso de trabajo de un mínimo de este periodo de tiempo, una condición que no cumplen muchos de los españoles a la llegada a su nuevo destino. Pero además, el alta consular apenas conlleva beneficios (como el voto por correo) y es un trámite incómodo. Hay que desplazarse e implica la baja en el padrón en España, lo que supone la pérdida del médico de cabecera en la localidad de origen o de derechos para acceder, por ejemplo, a una vivienda de protección oficial.
Por ello, buena parte de los españoles en el extranjero solo se inscriben en el consulado si no tienen más remedio —renovar el pasaporte, inscribir a alguno de sus hijos—, lo que puede suceder al cabo de meses o años de vida en el extranjero.
González Enríquez, del Instituto Elcano, es consciente de que no todos los españoles que emigran se inscriben en las oficinas consulares. Ante el riesgo de que los datos que maneja fueran muy inferiores a los reales, comparó las cifras del PERE con las de población española de las oficinas estadísticas de Alemania, Reino Unido, Francia y Suiza (países que recogen el 76% de la emigración española en Europa). Y la conclusión es que la información de los consulados es incluso superior a las de los registros estadísticos de estos países de destino, por lo que concluye que su estudio “no infravalora el número de españoles en el extranjero”.
Pero además de la infranotificación a los consulados, Amparo González-Ferrer destaca otra cuestión por la que no concede fiabilidad a la forma oficial de medir la salida de nacionales. Los informes del PERE muestran una fotografía fija de residentes en el extranjero, es decir, el saldo (la resta) entre las altas y las bajas en los registros consulares en un momento determinado. “Con la foto fíja no ves los flujos de entrada y salida de población, que es donde está la información”, comenta. Por ejemplo, que se va la gente joven en edad de trabajar y los que regresan son jubilados.
Con la intención de tener datos precisos de la entrada de españoles en distintos países, la investigadora ha acudido a los datos oficiales de la llegada de españoles a Reino Unido (la estadística de variaciones residenciales, otra fuente que emplea el INE para actualizar el padrón) y los ha comparado con los registros británicos (solicitudes de alta en la seguridad social de Reino Unido, un trámite imprescindible). El resultado es que las cifras británicas son hasta siete veces más numerosas que los datos oficiales españoles (el mismo estudio comparado con datos alemanes multiplica por seis los datos del INE).
“Teniendo en cuenta este elevado subregistro de las cifras”, comenta González Ferrer, es “más que probable” que la emigración española desde que empezó la crisis sea tres veces superior a las cifras contabilizadas por las fuentes que publica el INE, es decir, 700.000 personas frente a las 225.000 oficiales.
Es una gran diferencia, aunque hay que tener en cuenta que esas cifras se limitan a contabilizar las salidas, por lo que entre estas 700.000 personas —como en las 225.000 oficiales— habrá algunos que hayan regresado. Pero además, a diferencia del estudio de su colega, están incluidos los españoles nacionalizados. Y son muchos. No hay que olvidar que Ecuador es el cuarto destino de los emigrantes españoles (tras Francia, Alemania y Reino Unido), debido al número de naturalizados que regresan.
“Quizás no haya que calificar de masiva la salida de españoles, pero no se puede negar la evidencia de unos flujos que aumentan”, apunta González-Ferrer, que destaca la necesidad de revisar las estadísticas oficiales para medir de forma más fiable este movimiento de población.
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