“En los institutos matemáticos de Estados Unidos hay pianos”
Este profesor dirige a 140 coristas y un departamento de ciencias exactas
Desde que se despierta, el profesor estadounidense David Wright (Illinois, 1949) alterna en su cabeza el tarareo musical con la solución de algún problema matemático. No concibe el uno sin la otra. “Hubo un tiempo que tenía tanto trabajo en la facultad que no sacaba tiempo para el coro. Tuve que volver, porque mi mente estaba cansada, solo se refresca con la música”, asegura el director del Departamento de Matemáticas de la Washington University de Misuri. Las últimas horas del día se las dedica, desde 1981, al The Ambassadors of Harmony, un coro de renombre internacional formado por personas de 14 a 80 años, aunque la mayoría son jóvenes universitarios. Cantan, nunca con música, de todo (clásico, pop, góspel...) con unas coreografías más propias de un musical que lo que en España se entiende por un coro. Wright interpreta, hace los arreglos y es el director asistente (no hay tiempo para seguir al frente).
El matemático asume el american way of life desde la mañana. La cita es para desayunar y aparece con un vaso de cartón de medio litro de café aguado. Ha ido a buscarlo a la omnipresente cadena de cafés estadounidense. Le apura entrar con el vaso a la cafetería de la Residencia de Estudiantes, donde reside. Ha venido a Madrid para participar en el ciclo, organizado por el Instituto de Ciencias Matemáticas, que busca vínculos entre los números y el arte. “En Estados Unidos es habitual que en las salas de los institutos matemáticos haya pianos y que los trabajadores toquen algún instrumento”.
Él comenzó a cantar desde la infancia, en familia. “Me fascinaba cómo se acoplaban las voces sin ninguna música”. Y hoy lo hace con la suya propia. Incluso su hijo intenta, sin éxito, ser un profesional. Desde 2001, Wright imparte una asignatura semestral de Matemáticas y Música en su universidad. “Es bastante popular y hay gente que se queda fuera. Hay 30 plazas, no más porque se necesitan ordenadores y sintetizadores y contamos con cuatro”.
Pitágoras creó las distintas escalas armónicas basándose en relaciones aritméticas y Wright encuentra similitudes entre los intervalos y los logaritmos o entre las escalas y la aritmética modular. Pero asegura que no hay que entender los conceptos de música (“el área más creativa de las artes”) para entender los de matemáticas (“el área más creativa de las ciencias”) ni viceversa.
Últimamente, emplea mucho tiempo en un programa de la American Mathematical Society que pretende mejorar los conocimientos de esta materia en las escuelas. “¡Ocupamos el número 25 en las pruebas internacionales! Hay que enseñar bien a los profesores de primaria que imparten todas las asignaturas. Porque si no están bien formados no saben enseñar matemáticas. No disfrutan y consiguen que las matemáticas sean la asignatura que menos les guste a los alumnos. Queremos precisar qué debe aprender un niño en cada curso”.
A un melómano como Wright le gusta vivir en Misuri: “La fuerza del jazz no es tan fuerte como en Chicago o Nueva Orleans, pero sube por el río Misisipi y la filarmónica de San Luis es increíble”. Y disfruta viajando, en ocasiones con el gigantesco coro. Entre sus planes madrileños está asistir a un espectáculo de flamenco: “Me han dicho que hay profesionales que bailan muy bien y otros espontáneos que lo hacen muy mal. Me imagino que será como en un karaoke. Por cierto, paseando por Madrid no he visto ninguno. A mí me divierten”.
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